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“El acoso sexual que mi hija sufrió por whatsapp fue la gota que colmó el vaso para que se suicidara”

A Mónica no se le pasó en ningún momento por la cabeza, pero echa la vista atrás y recuerda aquellos días anclados a un mal presentimiento. No habían pasado ni 24 horas desde que había acudido con su hija Raquel, de 15 años, a denunciar a la comisaría de Policía de un barrio al norte de Madrid los mensajes amenazantes que llevaba recibiendo en su teléfono móvil desde hacía unos 15 días. Era sábado, 19 de abril de 2013, y Mónica salió de casa para ir a buscar a una amiga a la boca de metro. No tardó ni diez minutos, pero cuando regresó, vio a los bomberos y un tumulto de gente junto a su portal y se esperó lo peor.

“Mi hija se suicidó tras una vida muy dura que la convirtió en una niña vulnerable, pero el acoso sexual que sufrió por whatsapp la empujó y fue la gota que colmó el vaso”, cuenta esta mujer a eldiario.es. Más de cinco años después, ha encontrado fuerzas para hablar públicamente de los días más dolorosos de su vida con ayuda de Amnistía Internacional, que este jueves lanza el informe sobre violencia sexual Ya es hora de que me creas con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra el próximo 25 de noviembre.

Un par de días antes de su suicidio, Raquel le había contado a su madre que desde hacía un tiempo hablaba con un chico por whatsapp, de 25 años, que estaba intentando chantajearla para que le enviara fotos desnuda. Según consta en el informe realizado por la Policía Judicial días después del suicidio de la joven, en dichas conversaciones el hombre “le exige que le mande fotografías de ella desnuda bajo la amenaza de 'hackear' su teléfono dado que le está 'controlando' el mismo manifestando también que ya tiene fotos de ella desnuda y que si no le manda más las pondrá en 'malas manos' aún a sabiendas de que Raquel era menor de edad”.

“Las fotos k salgas sin ropa solo 2 y no te molesto nunca más te lo juro”, le escribía el hombre, según aparece en el informe pericial realizado por el grupo de informática forense de la Policía Científica. Mónica supo después, por medio de las amigas de su hija, que Raquel llevaba recibiendo este tipo de mensajes desde hacía casi dos meses, lo que la sumió en una situación de angustia y miedo. “Yo ya llevaba días viéndola mal, no comía, apenas dormía y estaba muy nerviosa. De hecho, pocos días antes de que se suicidara, la llevé al médico en un par de ocasiones y la mandaron a casa”.

2.000 euros de multa

Raquel también habló con su tía Rosa antes de acabar con su vida. “Lo hizo después de contárselo a mi hermana. Yo intenté calmarla porque ella tenía mucho pánico a que publicara sus fotos en su instituto...y estaba aterrorizada. Le decía que era ilegal y denunciable, pero estaba convencida de que lo iba a hacer y no había manera de convencerla”, explica Rosa, que hace hincapié en que su sobrina no quería denunciar, entre otras cosas porque iba a tener que reconocer que a otro chico sí le había enviado una foto desnuda. De hecho, según consta en la denuncia, sospechaba que este otro joven, al que conoció en un chat de Internet, le había pasado la foto a su amigo, que la utilizó para chantajearla.

El caso llegó finalmente a instancias judiciales. Aunque Rosa explica que su propia defensa decidió no presentar denuncia por incitación al suicidio al pensar que no iba a prosperar, cuatro años después de los hechos, el Juzgado de lo Penal nº 9 de Madrid condenó al hombre que había acosado a Raquel a 2.000 euros de multa como autor de un delito de coacciones, tal y como especifica la sentencia fechada el 4 de septiembre de 2017. Además de la larga espera que vivió Mónica para que la vista judicial fuera fijada, el fallo fue producto de un acuerdo, según cuenta ella misma, ante el miedo de que la otra parte desplegara en la vista los antecedentes personales de la chica. “Mi abogada me dijo que lo iban a hacer y mi entorno me recomendó llegar al acuerdo”. 

La madre de Raquel reconoce que su hija no había tenido una vida nada fácil. Sufría múltiples secuelas, entre ellas trastornos de la conducta alimentaria, producto del abuso sexual que, según denunció su madre, sufrió por parte de su padre cuando era una niña. “Con tres años empezó a verbalizarlo. Yo ya estaba separada de él porque había ejercido violencia de género contra mí, de hecho, fue condenado cuando todavía no existían los Juzgados de Violencia sobre la Mujer. Raquel, su hermano y yo acabamos en una casa de acogida y ellos tenían que cumplir con las visitas, hasta que denuncié el abuso. Sin embargo, la denuncia fue archivada”, cuenta Mónica.

“Menuda era la niña...”

Durante varios años, ambos hermanos estuvieron viendo a su padre en un Punto de Encuentro Familiar (PEF), donde se cumplía el régimen de visitas, pero “mostraban muchísima oposición, no querían ir con él”, recuerda la madre. De hecho, un informe del equipo psicosocial del Juzgado de Familia nº 25 de Madrid, fechado en marzo de 2010, atestigua que los niños se negaban a responder a las preguntas de los peritos que les iban a explorar alegando que “han dicho 50 veces que no quieren ver a su padre y nadie les hace caso, por lo que no piensan hablar más veces”. Desde entonces, ni Raquel ni su hermano volvieron a tener ningún tipo de contacto con su progenitor. 

“Sufrimos muchos años de maltrato judicial por parte del sistema. A Raquel esto le condicionó muchísimo y, de hecho, desconfiaba totalmente de que la Policía le fuera a proteger con el caso del chantaje, por eso no quería denunciar”, cuenta su madre, que señala entre otras secuelas del abuso la forma en que la joven construyó la idea sobre la sexualidad. “La niña chateaba y conocía a chicos con los que hablaba, pero fuera como fuera no justifica que la acosaran. Ya he oído bastantes veces que ella se lo había buscado...¿Qué más da cómo fuera la niña?”, se pregunta Mónica. 

A algo parecido da vueltas Rosa cuando piensa en la historia de su sobrina Raquel –“menuda era la niña”, asegura que dijo la abogada del hombre que la acosó–. Su corta vida, dice, estuvo marcada por la violencia machista y la lucha judicial en busca de protección que acabó por hacer creer a la joven que “contar la verdad una y otra vez no solo no servía de nada, sino que además tenía consecuencias nefastas para ella”, cuenta su tía. Rosa está convencida de que hubo varios culpables de la vulnerabilidad de Raquel “de la que se aprovechó un depredador sexual” y apunta y dispara directamente a “una sociedad patriarcal que, entre otras cosas, culpabiliza a la víctima” –“menuda era la niña...”, repite–, algo que “Raquel seguramente sabía que ocurriría si esas fotos hubieran salido a la luz”.