El miedo en las residencias de mayores es “una cosa dentro así del pecho que no se va”, dice Consuelo del Valle, una señora de 85 años que vive institucionalizada desde hace más de una década en el pueblo madrileño de Bustarviejo. El miedo es tan caprichoso que también habita aquí, en la residencia El Concejo, donde no ha habido –en una anomalía extraordinaria– ningún caso positivo de COVID-19 en toda la pandemia, según su directora, Lorena García. La tercera dosis de la vacuna, administrada por personal de Cruz Roja, se ha recibido como una “bendición” entre las consagradas que regentan la residencia. “Había abuelos que estaban muy bajitos de anticuerpos y esto nos da tranquilidad”, reconoce García.
La Comisión de Salud Pública dio el visto bueno hace dos semanas a la inyección extra para los residentes independientemente de su edad o patologías. Pese a que el Ministerio de Sanidad recomendó coadministrar esta nueva dosis junto a la vacuna de la gripe –que por grupo etáreo le toca a esta misma población–, las comunidades autónomas empezaron aplicarla tan pronto como pudieron. En las neveras había miles de viales por la ralentización –lógica– del ritmo de vacunación. Cerca del 80% de la población en España tiene una pauta completa.
Había otro motivo de peso: la prevención. La quinta ola reavivó el miedo entre los mayores institucionalizados y sus cuidadores. Hubo un repunte de contagios acompasado con el aumento general en la ola con más infecciones –que no muertes– de todas. La curva inició el ascenso a principios de julio y alcanzó su pico en agosto con más de 1.300 casos confirmados en estos centros. El fantasma del virus reaparecía tras muchos meses de sufrimiento y se llevaba por delante, en el peor de los casos, la vida de personas vulnerables con multipatologías. 172 personas murieron en la semana del 9 al 15 de agosto. La cifra ha ido en descenso desde entonces. Los últimos datos disponibles del IMSERSO, del 19 de septiembre, reducen los fallecimientos a 74. En la primera ola murieron más de 20.200 personas en residencias.
Los inmunólogos aclaran que no hay que cuestionar la efectividad de las vacunas por estos fallecimientos. Se ha comprobado que las personas con un sistema inmunitario deteriorado no responden igual a la inmunización. “El envejecimiento biológico, que llamamos inmunosenescencia, hace que la respuesta sea menor en las personas mayores que en las jóvenes”, aseguraba a elDiario.es el geriatra José Augusto García, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG). Las defensas no tienen memoria de larga duración y se pierden antes, dicen los expertos. De no haber inmunizado a esta población, el virus habría vuelto a arrasar a los residentes como ocurrió en la primera ola.
“El miedo acude a todos, nos recuerda lo que hemos vivido”, señala un trabajador de la residencia Mirasierra, donde fallecieron 83 mayores. Se llama Andrés Santana y también es presidente del comité de Empresa por Comisiones Obreras. Reconoce rotundamente que los familiares están fiscalizando a la empresa gestora para que cumpla las medidas de prevención. “Es gente que ha perdido mucho dinero en la pandemia y nos racanean. Por ejemplo, a los trabajadores nos quieren dar una mascarilla FPP2 para toda la semana, o quirúrgicas que se nos humedecen cuando aseamos a los residentes”, afirma.
En la mayoría de residencias existen zonas rojas (para los contagios confirmados), amarillas (para los contactos sin síntomas) y verdes (para el resto). En el centro público Vistalegre, en Madrid, se confinó una planta por un brote en julio. No hubo fallecidos, solo dos hospitalizados que volvieron. “Creo que lo controlamos”, asegura Rosa, una de las trabajadoras en conversación con elDiario.es.
El estallido de brotes asustó a los gobiernos autonómicos y forzó el cierre de algunas residencias a las visitas como medida de prevención. “La vulnerabilidad existía antes de la pandemia y existirá siempre. Pero se acentúa porque el tratamiento en las residencias no es el correcto: si prohíben las visitas y suspenden las actividades con fisioterapeutas les suprimen la vida y agravan su estado anímico”, se queja Carmen López, portavoz de la plataforma Marea de Residencias. Su madre falleció en el hospital en mayo de 2020 con neumonía bilateral. Cuenta que insistió, suplicó y lloró para que un mes antes la derivaran a un complejo sanitario. Llegó a saltarse el confinamiento para acudir a la residencia Parque de los Frailes, en Leganés.
La directora de El Concejo confirma que el deterioro de las personas con demencia se ha acelerado en el último año y medio. “Eso merma su capacidad de reacción frente a las enfermedades”, agrega López, que aboga por otras medidas preventivas en los centros, como la formación de grupos burbuja. Es decir, que los trabajadores atiendan siempre a los mismos residentes.
En la residencia de Bustarviejo la mayoría son autónomos –una anomalía en la población residencial española– y responden diligentes a la llamada de las trabajadoras de Cruz Roja. Tres profesionales llegan con todo lo necesario en una unidad móvil que vacuna en las residencias de los municipios más periféricos de Madrid, donde a la sanidad pública le cuesta desplegar sus recursos porque no hay un hospital cerca. “¿Me vas a sacar de trasto?”, pregunta una señora que no puede caminar. Se ríe de sí misma y da permiso para sacarle una foto. Se llama Carmen.
Álvaro Carmona, director de Salud de la Cruz Roja en la Comunidad de Madrid, confirma que acuden “a sitios más alejados” y en todos hay una “muy buena respuesta” a la vacuna. El 92% de los mayores de El Concejo se puso la tercera dosis, las excepciones se explican porque hay mayores con muchos anticuerpos cuyos familiares han preferido no volverles a inmunizar, según la directora. En la última semana Cruz Roja ha visitado 36 residencias y ha administrado más de 800 dosis.
En El Concejo un grupo de mujeres reunidas en torno a un bingo mientras meriendan reconocen que dejaron de ver la televisión cuando solo daba noticias de muerte de sus coetáneos. En los últimos días, sin embargo, hay fascinación por el volcán, como en toda España. “Ni se habían enterado de la tercera dosis porque estábamos en eso, en la lava y en el miedo que generaba a algunos mayores”, relata García. Santana, en Mirasierra, juega en otra liga. “Muchas personas están en un grado de dependencia muy grande y no manifiestan si están contentas por una vacuna o más por volver poco a poco a la normalidad”.