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Transmisión aérea de la COVID-19: la cuestión es averiguar hasta qué distancia hay que separarse

Mascarillas en Pamplona.

Sergio Ferrer

19 de julio de 2020 22:22 h

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A principios de mes un artículo publicado en The New York Times provocó una cadena de titulares por todo el mundo: el coronavirus sí se transmite por el aire, o así lo aseguraban 239 expertos en una carta publicada dos días después. Su objetivo: convencer a la OMS de que cambiara sus recomendaciones para el control de la pandemia de COVID-19. Hasta entonces, el organismo internacional había insistido en que la transmisión tenía lugar fundamentalmente por “gotitas respiratorias” que caen rápidamente al suelo debido a su peso.

La posibilidad de que el SARS-CoV-2 se transmita por el aire (aerosoles) ha estado sobre la mesa desde el comienzo de la pandemia. Para confusión del público, ha terminado por convertirse en una discusión semántica más que científica. El término inglés airborne (traducido como aéreo) evoca en muchos la imagen de una enfermedad extremadamente contagiosa, pero tanto la carta de los 239 expertos como la actualización a regañadientes de la OMS fueron muy cautas. Los primeros pedían más ventilación, evitar hacinamientos en interiores y utilizar filtros y luces ultravioletas, sin hacer mención alguna a las mascarillas. El organismo internacional ni siquiera cambió sus recomendaciones.

Esta cautela choca con la idea que el imaginario público tiene de una enfermedad transmitida por el aire. El sarampión, ejemplo clásico de este tipo de patologías, puede flotar en una habitación durante horas después de que un enfermo la haya abandonado e infectar a quien entre luego. Un solo paciente puede contagiar a una media de hasta 18 personas (su R0  es de entre 12 y 18).

Cada enfermo de COVID-19, sin embargo, contagia a unas 2,5 personas de media, aunque la cifra cambia según la estimación que consultemos. ¿Significa esto que en realidad no se transmite por el aire? En realidad, la dicotomía o transmisión por gotitas o por aire es falsa. Como recordaba el epidemiólogo de la Universidad de Iowa Dan Diekema en un artículo reciente, “se trata más bien de un continuo”.

En otras palabras, entre las gotitas que caen al suelo a menos de dos metros de distancia de su emisor y los patógenos que flotan en el aire durante horas y horas hay un sinfín de puntos medios.

“Si hay transmisión por aerosoles a distancias de más de dos metros es probablemente algo muy inusual y no está jugando un papel importante en la epidemiología”, explica Diekema a elDiario.es. Eso explicaría la cautela de los 239 expertos y la OMS a la hora de abordar el tema y que el anuncio de la semana pasada no haya provocado, de momento, un cambio de paradigma en el manejo de la pandemia.

Un artículo publicado esta semana en la revista JAMA por investigadores de la Universidad de Harvard (EE. UU.) coincide con esta argumentación. “Existen pocos absolutos en biología, la gente produce tanto gotitas como aerosoles y la transmisión puede tener lugar a lo largo de un espectro amplio”, aseguran los autores.

“Es imposible concluir que la transmisión por aerosoles nunca ocurre y es perfectamente comprensible que algunos prefieran caer en el lado de la cautela […]. Sin embargo, la evidencia disponible sugiere que la transmisión por aerosoles de largo alcance no es el modo dominante de transmisión”, concluyen. Esgrimían como argumentos el bajo número básico de reproducción (R0) de la COVID-19, que supondría una dosis infectiva muy elevada en caso de que la transmisión por aerosoles fuera importante. También señalaban a la baja tasa de ataque secundario entre contactos cercanos, entre otros factores.

“El consenso entre la vasta mayoría de clínicos, epidemiólogos, Centros de Control de Enfermedades y OMS es que la transmisión basada en aerosoles es la excepción más que la norma”, explica el investigador de la Universidad de Harvard y coautor del artículo de JAMA, Michael Klompas. EEl investigador de la Universidad de Colorado en Boulder (EE UU) José Luis Jiménez discrepa y considera que los aerosoles juegan un papel muy importante o incluso dominante en la transmisión. “Es posible que una enfermedad que se contagia por aerosoles sea nada contagiosa, mucho, o cualquier cosa intermedia. No hay razones para pensar que, o el virus es como el sarampión o, si no, entonces no se contagia por el aire en absoluto”, explica. Pone el ejemplo del carbunco, que se contagia por aerosoles, pero no entre seres humanos..

Una pelea de léxico

En lo que sí coinciden muchos investigadores es en evitar el uso de la palabra “aire” (airborne) por la interpretación que pueda hacer el público. “Los profesionales de la salud tiemblan cuando oyen esta palabra, piensan en enfermedades supercontagiosas como el sarampión o la varicela”, explica Jiménez.

“[El término aéreo] crea la impresión de que cualquiera puede infectarse solo por respirar, cuando no es el caso. Solo hay riesgo en caso de contacto muy cercano con un infectado o al pasar un largo período de tiempo en un espacio poco ventilado”, dice Klompas. Jiménez prefiere el término “aéreo oportunista” para transmitir que “es menos contagioso” que el sarampión. También “aerosol”, todavía más inocuo y “más preciso técnicamente”. Diekema también apuesta por esta última opción o, en su defecto, “transmisión por pequeñas gotitas”.

“El SARS-CoV-2 no es supercontagioso por aerosoles, nada cerca del sarampión. No es aéreo en el sentido médico del término”, escribía Jiménez hace unos días. “Los aerosoles son suficientes para infectar cuando están muy concentrados, por ejemplo en situaciones de contacto cercano. Cuando se diluyen en una habitación con buena ventilación no [son capaces] de infectar”.

En otras palabras, según el investigador debe haber una combinación de factores para que se produzca la infección, tal y como ha sucedido en ejemplos bien conocidos como las transmisiones en coros. Esto haría que, aunque el coronavirus se transmitiera por el aire, lo hiciera, en muchos casos, a unas distancias similares a las gotitas.

Por eso Klompas está de acuerdo con el término de “aéreo oportunista” propuesto por Jiménez y cita la falsa dicotomía de Diekema. “Está claro que la gente produce una mezcla de aerosoles y gotitas que pueden infectar a las personas cercanas, pero también es evidente que la transmisión de largo alcance es una excepción”, asegura. “El motivo es que las gotitas no viajan largas distancias y los aerosoles se diluyen rápidamente al alejarse de la fuente”.

No desenfocar lo importante

Por ese motivo Diekema considera que “debemos centrarnos en qué medidas son necesarias, más que en la semántica del modo de transmisión”. En otras palabras, “no hay mucha diferencia entre transmisión por gotitas y aerosoles si ambas requieren un contacto cercano y las intervenciones son similares. La pregunta clave es a qué distancia es más probable que haya transmisión”, explica el epidemiólogo. “Es probable que esta sea mayor de dos metros en condiciones adecuadas como falta de ventilación, pero no que sea de largo alcance”.

Por eso dice que el mensaje no ha cambiado y enumera las tres actuaciones principales contra la pandemia: “Distancia física, protección facial y evitar espacios interiores abarrotados”. Klompas añade la higiene de manos y la limpieza ambiental. Medidas que se llevan recomendado y aplicando en muchos países desde hace meses.

“Deberíamos ser agresivos a la hora de cerrar espacios interiores que no están bien ventilados y en los que vemos mucha transmisión, como bares, restaurantes e iglesias”, dice Diekema. También “hacer obligatorias las mascarillas allí donde no se ha hecho aún”.

Esto no quiere decir que no sea recomendable añadir otras medidas, aunque solo sea por seguir el principio de precaución. Diekema, Klompas y Jiménez inciden en la importancia de la ventilación. Señalan el uso de filtros HEPA y luces ultravioletas, aunque es una opcióndemasiado cara para algunos países y que no se puede implementar en un día. En ese sentido, abrir puertas y ventanas es una alternativa rápida y barata.

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