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A tres metros del abuelo tras años buscándole: las familias empiezan a visitar las exhumaciones de Cuelgamuros

Marta Borraz

30 de abril de 2024 22:02 h

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Hay quienes nunca habían pisado el Valle de Cuelgamuros, otros lo hicieron cuando ni siquiera sabían que los restos de sus seres queridos estaban allí y algunos lo visitaron para estar lo más cerca posible de ellos, todo lo cerca que la ignominia franquista de no dejarles recuperar sus restos, incluso en democracia, les permitía. Aunque en 2019 ya hubo una visita oficial para varios de ellos, ninguna como la de este lunes, cuando las primeras 15 familias de víctimas allí enterradas por Franco sin su conocimiento ni consentimiento han entrado para ver in situ los trabajos de exhumación que el Gobierno está llevando a cabo en las entrañas del mausoleo franquista.

Son una pequeña parte de las 60 que han aceptado la invitación del secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, que después de que Pedro Sánchez visitara la basílica envió una carta a las 166 familias que reclaman los restos de sus padres, tíos o abuelos. Cada lunes, que es cuando Cuelgamuros –antes el Valle de los Caídos– no acepta turistas, un máximo de 45 descendientes entrarán en cinco turnos de aproximadamente hora y media acompañados del equipo forense y los arqueólogos que trabajan en las exhumaciones y un psicólogo para apoyarles emocionalmente.

Es precisamente el psicólogo el que recibe a los familiares en la explanada que da acceso a la basílica. La idea es “ayudarles a anticipar lo que se van a encontrar”, cuenta Miguel Ángel Estévez, uno de los dos profesionales nombrados por el Colegio de Psicólogos de Madrid para acompañarles. “Ten en cuenta que presenciar un laboratorio forense, para alguien que no está acostumbrado, tiene un impacto emocional grande porque es una mesa larga en la que están colocados restos humanos como fémures o cráneos con signos de violencia”, explica.

Nos dieron todas las explicaciones y respondieron a nuestras preguntas. La que hacen es una labor encomiable, muy técnica y muy científica

Tras haber dejado los móviles a la entrada y enfundarse en equipos de protección (trajes, guantes, mascarillas...), esa es la primera parada de la visita: el laboratorio en el que 300 muestras óseas esperan a ser analizadas e identificadas genéticamente. Allí, los especialistas, capitaneados por el forense Francisco Etxeberria, ofrecen todo lujo de detalles sobre la basílica y los trabajos que allí realizan desde el pasado mes de junio. “Nos dieron todas las explicaciones y respondieron a nuestras preguntas. La que hacen es una labor encomiable, muy técnica y muy científica”, valora Fausto Canales, que ya ha podido recuperar los restos de su padre Valerico y enterrarlo dignamente.

Después, los visitantes acceden a las criptas en las que pueden ver los huesos sobre los que se han iniciado los trabajos. Es la capilla del Santo Sepulcro, a la derecha del altar, dividida en cinco niveles de columbarios donde el régimen fue depositando y apilando las cajas con los restos. Hoy, al menos en los niveles más bajos y debido a la humedad, el paso del tiempo y la dejadez institucional, muchas de estas cajas se han deshecho y los huesos se mezclan con restos de las mismas y arena de las fosas comunes de las que un día trajeron a muchas de estas víctimas. En total, 33.846 víctimas de la Guerra Civil y la dictadura están enterradas allí.

Un “trabajo minucioso”

“Yo había visto fotos, pero la realidad supera todo lo imaginable. Los que hablan de profanación no tienen conocimiento de lo que allí se está haciendo porque es todo lo contrario, es cuidar, respetar y trabajar con métodos científicos”, cuenta Fausto, que asistió acompañado de su hijo y su sobrino. Miguel Ángel Estévez, el psicólogo, describe ese “trabajo minucioso” de extrema complejidad: “Uno piensa desde su casa que igual es abrir una puerta, coger una caja y dársela, pero allí se entiende que no. Lo que se ve es de una crudeza muy fuerte y nosotros intentamos acompañarles para afrontarlo, también tomar conciencia y gestionar expectativas”.

No voy a vivir lo suficiente para agradecerles el trabajo que están haciendo. Eso es mucha satisfacción, pero por otra parte cuando estás allí te das cuenta de lo difícil que es.

Con “sentimientos encontrados” es como Jasone Aretxabaleta, que tiene allí enterrado a su tío, salió de la visita. “No voy a vivir lo suficiente para agradecerles el trabajo que están haciendo, no solo para las familias sino para todo el mundo que pensamos en términos democráticos. Eso es mucha satisfacción, pero, por otra parte, cuando estás allí te das cuenta de lo difícil que es. Mi tío está en la capilla del Santísimo, a la que todavía no han accedido y no sabemos si lo van a conseguir, hoy lo veo lejano...”, reflexiona Jasone.

Su tío, Alexander Aretxabaleta Goikoetxea, se alistó en la Guerra Civil a las tropas franquistas porque alguien le prometió que si lo hacía, su padre, republicano, saldría de prisión. Sin embargo, Alexander murió en el frente con 19 años y su padre siguió otros siete más en la cárcel. “Creíamos que le habían enterrado en Makina, un pueblo de Bizkaia–, así que no le buscábamos, pero nos enteramos hace cinco años de que estaba en el Valle por el listado que sacó Gogora –el Instituto vasco de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos– y nos quedamos ojipláticos”, cuenta Josane, que siente “rabia” por que dos de sus hermanos y otro de sus sobrinos, el que empezó esta batalla con ella, hayan muerto ya “y no vayan a poder ver” cómo sale del mausoleo.

“Salí impactada y me resultó muy duro ver aquello. Lo que estás viendo son restos de los que un día fueron unas personas que tuvieron nombre y apellidos y una familia que en muchos casos no sabe ni que están ahí porque se los robaron. Me parecía mal incluso estar mirándoles, solo pensaba en cómo es posible que se haya permitido esta barbaridad”, resume la mujer, que lamenta los obstáculos que grupos franquistas y de extrema derecha están interponiendo contra las exhumaciones. Una ofensiva judicial que se añade a las dificultades técnicas y que todas los descendientes describen como una forma de añadir más dolor a una búsqueda que en muchos casos se alarga varias décadas.

Sentirse cerca

Pese a la dureza, para algunos de los visitantes, ver los restos o sentirse cerca de sus familiares llega a ser reconfortante. “Llegan hasta el máximo posible, hasta el punto de que si se acercan más pisarían los restos. A una persona pudimos llevarla este lunes a tres metros de su abuelo. No le podían garantizar exactamente qué resto se sospecha que es, pero habían localizado la caja, saben dónde fue colocada. Hay una parte de todo esto extraordinariamente dolorosa, sienten impotencia porque son familias que no han podido enterrar a sus seres queridos, pero en muchos casos también hay un poso de paz”, sostiene Estévez.

Me sentí cerca de Benito en el momento en que vi la cruz desde la carretera. Ya estamos aquí, ya estamos cerca, pensé.

Iñigo Artetxe busca a su tío abuelo Benito Artetxe Berasategi, fallecido en Teruel en 1937, y por primera vez este lunes ha pisado el lugar en el que está. “Me sentí cerca de Benito en el momento en que vi la cruz desde la carretera. Ya estamos aquí, ya estamos cerca, pensé. Si tenemos suerte y todo va bien, Benito volverá a Amorebieta (Bizkaia), el lugar del que nunca debería haber salido, para que pueda descansar en paz con su hermano y sus sobrinos”, describe Iñigo, que igual que el resto solo tiene palabras de admiración para el equipo: “Lo que están haciendo es increíble porque lo tienen todo en contra”.

Mientras la mayoría aguardan, los restos de 12 víctimas han sido ya entregados a sus familiares. Junto a Fausto Canales, que también espera poder recuperar a su tío, Yolanda Meneses recibió este pasado verano los restos de su abuelo materno, Rito Martín Redondo, que formaba parte de la caja 198, en la que reposaban varios republicanos fusilados en agosto de 1936 originarios de de Pajares de Adaja y Navalmoral de la Sierra (Ávila). “Para mí la visita supuso sobre todo constatar que al otro lado hay unos profesionales que están dejándose la piel y que acabaron sacando a mi abuelo, pero aún queda mucho trabajo por hacer”, sostiene Yolanda. Los pocos que ya han logrado cerrar la herida solo desean que el resto también lo consiga.