Lágrimas sobre la tumba de Franco, ramos de flores rojas y amarillas y camisetas con banderas preconstitucionales. La Basílica del Valle de los Caídos ha acogido este 25 de julio, día de Santiago el Mayor, una misa especial para conmemorar al apóstol y patrón de España en medio del debate político sobre la exhumación del dictador. Precedida de numerosos muestras y gestos de homenaje de seguidores de Franco ante su tumba, la homilía de los curas discurrió con un tema común: la unidad de España.
Son las 09:20 y varios coches esperan a que las puertas del recinto abran casi una hora más tarde para que turistas y fieles se mezclen en los bancos del altar mayor. La tumba de José Antonio Primo de Rivera, situada al final del pasillo central, justo antes del crucero, ya está decorada con varios ramos de flores que sus seguidores han depositado encima.
Al otro lado del altar, la tumba de Franco luce también engalanada con más ramos. Uno central, con rosas rojas y blancas, y varios más pequeños de claveles y rosas que imitan un mismo patrón: rojo y amarillo. A su alrededor, un hombre con la bandera impresa en su camiseta reza frente al dictador, le hace una reverencia y se sienta en la bancada a esperar a que comience la ceremonia religiosa.
Un joven de no más de 20 años le toma el testigo. Se arrodilla frente a la tumba del dictador, reza y comienza a llorar. Mientras se seca las lágrimas, besa la lápida y se santigua. Le sigue una mujer mayor, que le ora con el rosario en la mano. Hace una reverencia y también se santigua frente al dictador. Entre tanto, los turistas, la mayoría extranjeros, recorren el coro y las capillas laterales.
Sobre las 10:30 seis fieles, de todas las edades, suben al altar y comienzan a leer en voz alta una serie de textos religiosos, como es costumbre, mientras la basílica continúa llena de visitantes, ajenos al culto. En este momento en los bancos de la Iglesia apenas hay una veintena de personas. Al poco tiempo, no obstante, alertados por el comienzo de la misa, los turistas comienzan a ser sustituidos por un centenar de fieles que completamente en silencio y poco a poco, van ocupando su sitio.
Son las 11:00 y la misa comienza con la Basílica prácticamente llena. El silencio inunda el templo hasta que una campana alerta de la entrada de los religiosos. La homilía, en la que han intervenido varios sacerdotes, dura más de una hora y media. Durante los primeros minutos el servicio es idéntico al de cualquier parroquia española, más allá de la solemnidad que le otorga la inmensidad de la tumba convertida en templo.
“Esto es un recinto de paz. Roguemos al señor para protegerlo”, afirma una mujer subida al púlpito para leer la lectura bíblica de turno. No obstante, las líneas que pronuncia en voz alta no salen de ningún libro, sino de una hoja de papel externa. Llega el momento del sermón, y sin previo aviso, el tono de la homilía cambia por completo.
Es 25 de julio, día del apóstol Santiago, patrono de España. Es la palabra “España” la que más se repite a lo largo del sermón, que hace un llamamiento hacia una “unidad nacional” que se siente amenazada por “la voluntad de acabar con la esencia católica” de nuestro país. Si no fuera por el eco y el olor a incienso, ciertos fragmentos del sermón podrían haber formado parte de un mitin político.
Una de las ideas principales del discurso del religioso es que el “alma” de nuestro país está en peligro, desprovista de unos valores tradicionales que antes primaban por encima de todo. “Lo que hoy está en juego para nosotros es la capacidad de que España siga siendo auténtica”, apunta el cura.
“La unidad de España, todo lo que nos ha venido dando una identidad común, más allá de una diversidad secundaria, se volverá contra nosotros”, continúa, entremezclando nociones como “la voluntad de Dios” junto a conceptos como “la identidad histórica de España”.
“Dejaremos de ser un pueblo unido, y todo lo que hemos sido y hecho. Dejaremos atrás las nociones históricas más básicas… España será entonces el nombre de una realidad pasada”, añade, a modo de advertencia sobre la importancia de mantener la moral cristiana.
El sermón continúa durante cerca de 15 minutos, en los que el sacerdote describe una realidad sobre la que pesa una amenaza constante contra la “conciencia católica” de nuestra sociedad, una idea que gana peso gracias al eco que le otorgan a sus palabras los muros de piedra de la gigantesca cripta.
En cierto momento de la eucaristía, el joven veinteañero que se emocionaba al admirar el yacimiento del dictador vuelve a levantarse silenciosamente. Una vez más se dirige a la lápida mientras el resto de los asistentes se concentran para comulgar, y mientras aún traga la hostia consagrada, se santigua frente a la lápida y se cuadra ante ella, haciendo un saludo militar.
Los bancos que rodean al altar están prácticamente llenos. En uno de ellos, una cara conocida: Santiago Abascal, presidente del partido de ultraderecha VOX. Su reclamo es claro: quiere que las tumbas de los dictadores no se toquen. “¡No podemos permitir que un gobierno profane basílica o sepultura alguna!”, afirma en su cuenta de Twitter.
“Podéis ir en paz”, pronuncian en el púlpito casi media hora más tarde. El sacerdote acaba la misa y, sin que transcurran más que unos segundos, una treintena de fieles vuelve a rodear la tumba de Franco. Las puertas de la Basílica se abren y los turistas comienzan a entrar y a colocarse detrás de los seguidores del dictador, que contemplan la tumba. Varios de ellos rezan, otros se santiguan y algunos realizan reverencias. Un segundo chico de apenas 20 años habla con su madre delante del sepulcro. Viste una camiseta con el escudo preconstitucional. Mientras, los turistas intentan hacer fotos. “No se pueden tomar imágenes, guarden los teléfonos”, advierten dos vigilantes.
Sin fecha para la exhumación de Franco pero con la confirmación de Pedro Sánchez de tener los medios jurídicos necesarios para realizarla, la Iglesia clama por la unidad del país, los franquistas lloran sobre la lápida del dictador y los turistas continúan asistiendo incrédulos a lo que dentro de esa cripta acontece.