—Buenos días, vengo a apostatar.
—No se preocupe, el vicario le atenderá enseguida.
El silencio marmóreo de la sede del Arzobispado de Madrid contrasta con los pies inquietos de Bity Sánchez (trabajadora jubilada de Iberia, 74 años). Acompaña a su hijo Diego Ramallo (ingeniero de 46 años), venido desde su hogar en Minneapolis para renunciar a la Iglesia católica. Esa parte de su pasado le incomoda.
“Quiero tomar por mí mismo la decisión que mis padres tomaron por mí. Soy miembro de un club al que no quiero pertenecer y no quiero que ninguna institución se beneficie de ello”, explica junto a su madre, definitivamente apóstata desde que consiguiera darse de baja en Vigo en 2007. El empleado de seguridad interrumpe en voz baja: “No sé si se han fijado, pero el señor que acaba de pasar es el secretario del vicario. Él se encarga de esas cosas. Ya pueden pasar”.
Sólo pasa Diego al despacho, armado con una carpeta con todos los documentos supuestamente necesarios para apostatar: partida de bautismo, declaración de renuncia a la Iglesia católica y fotocopia del DNI. Es la burocracia necesaria según las numerosas páginas web que aconsejan sobre cómo apostatar, pero Diego lo sabe porque es su tercer intento de apostasía.
La última vez que recibió una respuesta negativa por parte del Arzobispado de Madrid fue el pasado 26 de mayo. Una carta firmada por Javier Jesús Barrero, el secretario del vicario, le conminó “a tener una conversación para hablar personalmente de todo ello”. El secretario del vicario se refería a las consecuencias de dar de baja en la Iglesia: “Exclusión de los sacramentos”, “privación de las exequias”, “exclusión del encargo de padrino para el bautismo” y “necesidad de licencia del Ordinario del lugar para la admisión al matrimonio canónico”. Es decir, vivir sin el paraguas del paraíso después de la muerte.
Diego sale del despacho con buenas noticias: “Dice que mandarán al domicilio la confirmación. Sólo le he insistido en que mi mayor necesidad es que no se me tenga en cuenta en las estadísticas. Me niego a que sigan cobrando dinero público gracias a una supuesta población católica como yo”.
El secretario del vicario se limitó a comprobar la autenticidad, nada de charlas personales como anunciaba la misiva. Eso sí, le reiteró lo que ya dijo por carta: “Como sabrá, el bautismo es indeleble (”que no se puede borrar“, según define la RAE), los libros de bautismo no son ficheros ni bases de datos, sino un registro que da fe de un hecho histórico”. Su madre no se fía: “La última vez pasó lo mismo y siempre ponen alguna excusa”.
La batalla del número de católicos
La respuesta del secretario del vicario es de manual. Entre 2006 y 2011 se produjo una batalla judicial entre la Iglesia y la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) que los obispos ganaron definitivamente con una sentencia del Tribunal Constitucional. El fallo aseguró que los libros de bautismo tenían carácter “privado” y por tanto, no procede el borrado de sus datos. La AEPD inició la pelea después de recibir la reclamación de un apóstata de Valencia, pero hasta 2008 acumuló cerca de 700 solicitudes, según explicó en 2011 su director Artemi Ralló al conocer la sentencia.
Bity, la madre de Diego, asegura que en su caso se limitaron a poner una acotación en la partida de bautismo de la parroquia de Santa María de Vigo, donde fue bautizada en 1940. Lo asegura porque dispone de un papel del Obispado de Tui que así lo confirmó el 8 de agosto de 2007: “Se insertará al margen: Abandonó la Iglesia Católica”.
“Llevo 20 años viviendo en Estados Unidos y resulta interesante cómo en los dos países se desarrolló una mala imagen de los ateos por ser sinónimo del enemigo comunista. A día de hoy todavía son mal vistos aquellos que, como yo, no nos sentimos adscritos a ninguna religión”, explica Diego.
Su madre, que es la instigadora de la acción después de haber sido motivada por una performance del cómico Leo Bassi, asegura que le bautizó “por obligación social, casi por obligación burocrática”. Las apostasías masivas promovidas por Bassi llevaron a la Iglesia a incluir un nuevo requisito a los apóstatas: “Entera libertad, sin que niegue forma alguna de coacción por parte de personas o grupos”. Por eso reclaman ahora una especie de declaración en la que el apóstata asegura estar en sus cabales.
La Conferencia Episcopal Española asegura que no existen datos de cuántas personas se dan de baja de la Iglesia cada año en España, pero las encuestas sociológicas no dejan lugar a dudas de la secularización supersónica de los españoles. Según el último barómetro el 70,3% de los españoles se define como católico; de ellos, el 60,4% asegura que casi nunca asiste a ceremonias religiosas y sólo el 12,2% asiste cada domingo a misa. La misma encuesta del mismo mes del CIS de 2008 decía que los que quienes se definían como católicos eran el 76,3%, no asistían a ceremonias el 55,8% y acudía a misa cada domingo el 15%. Es decir, los católicos descienden en España a un ritmo de un 5% cada lustro.
El pasado 24 de junio llegó una carta a casa de Diego Ramallo enviada desde la calle Bailén (sede del Arzobispado de Madrid junto al Palacio Real). “Como consecuencia del abandono de la Iglesia mediante acto formal, le comunico que se han tomado todas las medidas para que conste, a todos los efectos, dicho abandono de la Iglesia Católica. Su nombre no figura ya en ningún tipo de listado, fichero o base de datos de la Iglesia, con lo que se garantiza de este modo que no será considerado como miembro de la Iglesia con fines estadísticos”.
Diego Ramallo, después de 46 años de bautizo, confirma que se desapunta. Eso sí, la Iglesia abre las puertas del cielo para los arrepentidos: “Deberá tener presente que la Iglesia Católica siempre estará dispuesta a acogerle, si desea volver a vivir y morir en su seno”.