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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Viaje a un futuro deseado pero lejano: la FP en un país en el que un 3% de paro juvenil es “preocupante”

Cuando Mona Brandt comenta que en Múnich es “motivo de preocupación” que el paro juvenil haya pasado del 1,9% al 3% por la pandemia (es un 4% en el conjunto del país) un run run se extiende entre el incrédulo grupo de periodistas españoles. Brandt, directora de una de las tres escuelas que componen el centro municipal de Formación Profesional de Mecánica de Vehículos de Múnich, comprende el alboroto pese a no entender el español e interrumpe su presentación: “Suponía que os iba a interesar el dato”, comenta. En España el paro juvenil está en el 29,6%.

Este dato y el hecho de que los estudiantes de FP cobren de media 850 euros al mes (a partir de los 16 o 18 años) y en ocasiones más de 1.000 desde el primer día que empiezan su formación marcarán esta visita organizada por la Fundación Bertelsmann para dar a conocer la Formación Profesional Dual alemana, el modelo formativo que el mundo mira como ejemplo y en el que se ha inspirado –y aspira a replicar– el Gobierno español para realizar su reforma de la FP.

Porque España tiene un problema, o así lo entienden el Gobierno y otros organismos como la OCDE o la UE. El mercado laboral nacional está muy descompensado y presenta un perfil contrario al de las grandes economías: mucho titulado universitario, pocos técnicos medios y mucha gente con formación básica o nula. Si se compara con la media europea, España tiene más profesionales con cualificación alta (un 39,7% frente al 32,5%), muchos menos con una media (23,2% frente al 46,7%) y también muchos más bajos (37,1% frente al 20,8%).

Y el Gobierno pretende cambiar esta distribución y ensanchar los técnicos medios. Es una tarea titánica a medio-largo plazo que, entiende el Ejecutivo, pasa por la FP, una etapa históricamente orillada en España, la hermana pobre y de poco prestigio de la Universidad. Para darle ese impulso que considera necesario, el Ministerio de Educación aprobó recientemente una reforma de la Formación Profesional mirándose en el espejo alemán. Más prácticas, microformaciones y una mayor flexibilidad son algunas de las apuestas que ha hecho el Gobierno para consolidar una etapa que en ya viene creciendo recientemente: en los últimos cinco años la superior ha crecido un 43,3%, según datos de Educación. Pero, ¿cómo funciona la FP en el país germano? ¿Qué tiene que tantos jóvenes la prefieren sobre la universidad?

Una media de diez empleados

“Bienvenidos a un viaje en el tiempo, un viaje al futuro”, había empezado su presentación del viaje una semana antes Clara Bassols, directora en España de la Fundación Bertelsmann. Alemania es hoy lo que España aspira a ser en unos años. Un futuro bonito quizás, si se diera, pero no garantizado. Los tres días de visitas a empresas de diferentes tamaños y sectores, conversaciones con empleadores, formadores y aprendices –como se llaman allí– y recabar información de la Cámara de Comercio, que tiene un papel muy preponderante en el diseño de la FP, revelarán que no todo es un camino de rosas ni un sistema educativo se traslada de un país a otro sin que otros factores entren en juego.

En Alemania, un joven aprendiz, como los llaman allí, gana 850 euros de media al mes mientras estudia FP, un factor clave, explican los propios estudiantes, a la hora de elegir esta etapa

El principal punto fuerte de la FP dual, aquí y allí, es su carácter eminentemente práctico. Mucho más tiempo en la empresa. Desde el primer día el alumnado pisa un centro de trabajo y aprende a hacer. Este modelo, que Wert intentó impulsar sin éxito, en España apenas se da con cierta consistencia en el País Vasco y Navarra. En todo el país solo el 5,4% de los estudiantes la cursa.

En Alemania es prácticamente la única que hay. Una cuestión que enseguida se manifiesta durante la visita es que la FP Dual, al menos en el país germano, no parece funcionar demasiado en empresas realmente pequeñas. Según cuentan en la Cámara de Comercio de Múnich, el tamaño medio de las firmas que acogen estudiantes de formación profesional dual en el país es de 9,7 empleados. “El grueso de ellas están entre los 10 y los 20 empleados y las empresas unipersonales no forman estudiantes”, explica Dieter Vierlbeck, subdirector y responsable de Educación de la Cámara de Comercio de Artesanía de Múnich. Para formar a un aprendiz hace falta un instructor y que un trabajador dedique buena parte (o toda) de su jornada a esta cuestión requiere de unos ciertos recursos mínimos.

Esto se aventura como un problema en un país, España, en el que el 97% de las compañías son pequeñas o medianas y el tamaño medio de las firmas es de 4,7 empleados, según datos de Cepyme. Pero la nueva ley española propone que las empresas más pequeñas puedan compartir tutores para socializar este gasto, se podría objetar. “La ley alemana también lo contempla”, tercia Vierlbeck, “pero realmente no se utiliza”.

La escasa presencia de mujeres –un 17,6% del total de estudiantes en 2021–, la citada necesidad de pagar al estudiantado desde el primer día –un mínimo de 550 euros mensuales, que muchas empresas mejoran por la competencia– y la necesidad de vivir en un constante crecimiento –bajo el argumento de que “a las empresas solo les sale a cuenta formar a gente si luego se la van a quedar”– asoman como algunos de los elementos más potencialmente problemáticos del sistema.

El país en el que las empresas tienen cantera

Pero si todo fueran inconvenientes la FP no tendría la fama ni el éxito que tiene en Alemania. La respuesta breve sobre el éxito de la formación profesional –buenos salarios para el estudiantado desde un principio, como reconocen los propios estudiantes– se puede hacer más compleja y hablar de un sistema sólidamente establecido a lo largo de los más de 100 años de historia en su forma actual (aunque haya quien habla de 500 con los gremios), que las familias valoran por sí mismo y no como plan b de nada, en el que los estudiantes pasan en las empresas dos tercios de su tiempo, aprendiendo desde el primer día y sabiendo que el principal interés de la compañía es que se queden (para amortizar su inversión en formarles).

Quienes cursan esta etapa valoran especialmente el carácter tan práctico de la formación y que, al empezar a trabajar desde el primer día, uno puede saber si le gusta el empleo y ha tomado la decisión acertada. Lo explica Louis, aprendiz en la fábrica de cerveza de Ayinger, a las afueras de Múnich: “No tenía una vocación muy clara, no sabía qué hacer, y un amigo me habló de la FP. Me informé, hice un par de prácticas en la empresa, me gustó y me quedé”. Y, si quiere, aseguran en la empresa, se quedará cuando se gradúe. Simple, predecible.

Lena, que está concluyendo su formación en la cadena de hoteles Meliá, valora especialmente el carácter práctico de la formación; empezar a hacer desde el primer día. “En las empresas existe la percepción de que los estudios universitarios son muy teóricos”, explica. “Aquí [en el hotel donde hace sus prácticas] he pasado por desayunos, cocina, recepción, administración, ventas... He tenido la oportunidad de probar en diferentes departamentos y así puedo ver qué me gusta más”, cuenta su experiencia. Acabará en ventas, comenta.

Invertimos unos 40.000 euros en formar a un aprendiz en tres años, que puede parecer mucho, pero no es tanto. Reclutar a un trabajador externo supondría probablemente al menos la misma cantidad a través de un cazatalentos

El mismo argumento se esgrime desde el otro lado como clave. Desde el punto de vista empresarial, la FP está muy valorada, al menos al mismo nivel que la universidad, porque los graduados tienen el conocimiento práctico que solo da el hacer frente al más teórico de los campus, según explican varios responsables formativos de diversas compañías. Empiezan a producir desde el primer día. Formar a un joven es una inversión que puede suponer unos 40.000 euros en tres años, pero también tiene un retorno. Pueden moldear a los aprendices –así los llaman allí– a su gusto, se forman mientras conocen la empresa y, no hay que engañarse tampoco, durante los entre 2 y 3,5 años que duran los programas tienen un trabajador más o menos capaz produciendo con un salario inferior al del mercado.

En Alemania, las empresas tienen cantera. Y la cuidan porque, como explicará Veronika Peters, copropietaria de la empresa Gebrüder Peters, tener un 3% de paro en el país es fantástico, pero a la vez una pesadilla cuando necesitas contratar un trabajador. Porque no hay, hace falta robárselo a alguien, y eso cuesta dinero.

“Nuestros jóvenes aprendices conocen los estándares, la cultura empresarial, y eso no lo encontramos en el mercado. Invertimos unos 40.000 euros en formar a un aprendiz en tres años, que puede parecer mucho, pero no es tanto. Reclutar a un trabajador externo supondría probablemente al menos la misma cantidad a través de un cazatalentos”, explica. “Nosotros queremos invertir más en nuestro centro de formación para asegurar el futuro de la empresa”. El caso de Gebrüder Peters es algo más particular aún porque tiene su propio centro formativo, que se encarga de velar por el bienestar del estudiante en todas las cuestiones no académicas que puedan surgir.

No tan drástico por el tamaño de la empresa, pero algo similar comenta Thomas Dehn, director de Formación Dual a nivel mundial de BMW. “Nuestra misión es formar a los mejores trabajadores con las habilidades que necesitamos para asegurar el futuro de BMW”, cuenta en una sala del edificio 162.0 de la fábrica de la marca en Múnich, dedicado en exclusiva a la formación de jóvenes.

El sistema alemán es duro desde el principio. Y segregador. A los diez años (12 en algunos estados) se separa a los estudiantes en función de su rendimiento pasado, las expectativas sobre su rendimiento futuro y su supuesta capacidad.

La empresa acoge cada año a 1.200 nuevos aprendices, que se quedarán en su inmensa mayoría como trabajadores una vez concluyan sus estudios. Dehn calcula que el 20% de los empleados que cada año firma nuevos contratos en esta factoría proviene de su cantera, en la que tienen 15 instructores y enseñan 30 profesiones diferentes.

En Grebuder Peters, una empresa industrial notablemente más pequeña que el fabricante de vehículos, se quedan con el 95% de sus aprendices y estos constituyen también una de cada cinco contrataciones anuales.

Segregados a los diez años

Pero llegar hasta la empresa no es fácil para el estudiante. El sistema alemán es duro desde el principio. Y segregador. A los diez años (12 en algunos estados) se separa a los estudiantes en función de su rendimiento pasado, las expectativas sobre su rendimiento futuro y su supuesta capacidad. Hay tres vías: la que lleva al Bachillerato, única que desemboca directamente en la Universidad, la que lleva al equivalente a la ESO y la que acaba en una Secundaria más básica, con 15 años. Las vías están conectadas por pasarelas que permiten pasar de una a otra, pero eso sucede en las dos direcciones, remarcan los estudiantes: puedes ascender, pero también descender. La segregación es real y física: cada vía tiene sus propios centros.

Esta primera criba, de todos modos, no necesariamente cierra puertas. Desde todas las opciones se puede acceder a una FP: variará el tipo de formación, como sucede en España con la FP Básica (para alumnado a partir de 15 años), la de Grado Medio (a partir de 16) y la Superior (que exige un Bachillerato o una FP media, a partir de 18), pero todas están conectadas.

Es en el acceso donde se establece otra diferencia notable con el método español. En Alemania, el aspirante a cursar la FP tiene que buscarse por su cuenta las prácticas en una empresa primero y, una vez conseguidas, la ley establece que obligatoriamente debe tener una plaza en un centro formativo.

Pero, como sucede en España, también en este apartado están encontrando dificultades recientemente, concede Clemens Wieland, experto en la FP Dual de la Fundación Bertelsmann. “Tenemos un problema de ajuste con la oferta y demanda: hay 60.000 plazas de FP sin cubrir, y a la vez 80.000 jóvenes sin plaza”. El efecto BMW se deja notar.

“Hay títulos que no son muy populares, hay empresas que no encuentran candidatos para sus puestos de aprendiz o jóvenes que no encuentran empresas –o no les gusta lo que encuentran–. Todo el mundo quiere ir a BMW” porque pagan muy bien y tiene prestigio, explica Wieland.

Es exactamente lo que le sucede a Bernhard Scholz, de la fábrica de pan y repostería Traublinger, a las afueras de Múnich. “Tenemos una dificultad enorme para encontrar a jóvenes que quieran trabajar aquí. Hace 20 años teníamos para elegir, ahora no. Nadie quiere hacer trabajos manuales”, explica mientras a su espalda algunos operarios concluyen las últimas hornadas de la mañana. En su caso, a esta problemática se suma otra muy específica de las bäckerei: el pan se hace por la noche y la ley alemana impide a menores de 18 años trabajar antes de las 5 am, cuando el turno en Traublinger empieza normalmente a la 1 am.

El sistema alemán, admiten muchos de sus trabajadores, sigue en cualquier caso teniendo un problema de cierto clasismo y determinismo social que trata de corregir con la FP. “Existe la desigualdad social en Alemania”, afirma Franz Wallner, responsable de la escuela muniquesa de formación. “Si una familia tiene estudios universitarios es que probable que los hijos también los cursen, pero la FP permite también a los hijos de familias más humildes acudir a la universidad después” a través de las pasarelas que propone el sistema. Aunque, se enmienda a sí mismo a renglón seguido, “no muchos las cogen porque con una FP ya pueden hacer básicamente lo mismo”.

Eso ya no es problema de la formación profesional. Su parte –tiene el objetivo declarado por las autoridades de todos los jóvenes tengan la menos un título con el que tener una base formativa– la cumple. Y después –recuerda Vierlbeck, de la Cámara de Comercio– si alguien tiene interés en seguir formándose podrá hacerlo.