Coronavirus

La vida después de la segunda dosis: “He abrazado a mi padre por primera vez”

384 días después del primer estado de alarma, hay tres millones de personas vacunadas en España con la pauta completa y ocho millones con la mitad. Con la pandemia adentrándose en la cuarta ola e imprevistos entorpeciendo el objetivo del 70% de la inmunización para el verano, es pronto para dar por acabada esta crisis sanitaria. También para los que ya han recibido sus dosis. La mayoría de ellos se resiste a cantar victoria o a actuar de manera distinta, pero sin negar que duermen mejor sabiéndose más protegidos contra la COVID-19. 

Inma Jiménez, profesora de 4º de Primaria en Córdoba, ya lleva un mes vacunada. “Como todavía no hay inmunidad de grupo, no me he liberado del todo”, reconoce esta docente de 46 años. Aunque tuvo unos efectos secundarios muy fuertes, una vez pasado el susto se ha permitido algún capricho. “Le he dado el primer abrazo y beso en la cara a mi padre desde que nos confinaron el marzo pasado porque también está vacunado”, confiesa, sin atreverse a pensar si ha cometido una “imprudencia”. “Es que no me pude contener”, admite con una sonrisa.

El día a día en el colegio es otra cosa. “Ahí sigo como si no me hubiera vacunado”, aclara, “con la mascarilla FFP2 en clase y guardando todas las medidas de higiene y protección”. Todavía hay brotes en los centros escolares, pero entre los profesores prácticamente han desaparecido. “Aún queda un largo camino, pero estoy contenta con este comienzo”, confía Inma. Pero no todos los vacunados comparten esta convicción. Carolina, docente de Infantil en un pueblo de Sevilla, reconoce estar “bastante escéptica”. 

Hace dos años, cuando tenía menos de 40, le diagnosticaron extrasístole y dilatación de la arteria aorta torácica, una cardiopatía compatible con la vida cotidiana gracias a su medicación, pero no con una posible complicación por la COVID-19. Esta incertidumbre le ha pasado factura durante toda la pandemia, aunque reconoce que después de haber recibido la primera dosis de AstraZeneca ganó cierta “tranquilidad emocional” sabiendo que, si lo coge, “los síntomas no serán tan graves”. “Pero mis precauciones y miedos son los mismos porque convivo con mis dos hijas y con mi marido, también de riesgo, así que la vida no me ha cambiado en nada”, reconoce.

Mucho más duro en sus comentarios se muestra Salvador Espinosa, médico del SUMMA de Madrid de 58 años, que pasó 46 días hospitalizado por COVID y muchos de ellos en la UCI. “Quien crea que por haber puesto unas cuantas vacunas, se minimiza el riesgo y el peligro, no tiene ni idea”, responde al otro lado del teléfono con la respiración aún afectada. “Tengo a una buena amiga debatiéndose entre la vida y la muerte ahora mismo, otro acaba de salir de la UVI con 30 kilos menos y ya he enterrado a cinco”, cuenta. Las secuelas del virus le han impedido retomar su vida y su carrera en urgencias pues, como dice, no está preparado “para subir corriendo cinco pisos con una mochila a la espalda”. Le han permitido incorporarse en un puesto más tranquilo, aunque él no lo hubiese querido así.

Quien crea que por haber puesto unas cuantas vacunas se minimiza el riesgo y el peligro, no tiene ni idea. Una buena amiga se está debatiendo entre la vida y la muerte en la UCI y he enterrado a otros cinco

“Lo único que pensé mientras me la ponían es que lo hacía por todos los que no han llegado a la vacuna, pero a mí no me influye en nada porque ya tengo anticuerpos. Lo que me hizo el coronavirus ya me lo ha hecho”, se lamenta. “La gente está muy pendiente de si se puede ir de vacaciones, pero esto va para muy largo, el virus se ríe de todos nosotros e intentará buscar otras formas de entrar en el cuerpo”, piensa Salvador. Aunque para él ver la luz al final del túnel es una expresión espeluznante, porque hace que “la gente se anime y se cuide menos”, termina admitiendo que ahora ve más a sus padres, aunque sea con mascarilla. “La vacuna no cambia la vida, no la debe cambiar”, advierte.

A quienes sí les ha dado un giro de 180 grados es a los jóvenes que, como Alba Menéndez, de 21 años, llevan meses limitando al máximo sus planes y sus contactos. Ella, estudiante de Fisioterapia en la Universidad de Oviedo, recibió la pauta completa en febrero porque iba a hacer prácticas en un hospital, pero es la única inmunizada de su círculo de amistades. “Llevo tres meses sin verlos y cuando quedábamos era en una terraza”, comenta. “La vida no me cambió prácticamente nada, por no decir nada, porque tampoco es lo responsable”, razona.

Me siento una privilegiada por haber recibido una vacuna, pero no me apetece relajarme porque lo veo en gente de mi edad y no me parece ético

Todavía vive con su madre, de 65 años, y la mayor parte de su familia es gente mayor. “Me siento una privilegiada por haber recibido la vacuna cuando hay gente que la necesita muy especialmente y no puede acceder a ella”, dice contenta. Pero asegura que no ha perdido “la perspectiva hacia el virus”. “No me apetece relajarme porque lo veo en gente de mi edad y no me parece ético, así que no lo voy a hacer yo”, concluye. Tampoco cree que sus palabras sean dignas de alabanzas porque, ahora que la juventud es el centro de las críticas por unos pocos, Alba defiende que la mayoría de los de su edad piensan como ella.

Al otro lado del espectro de a quienes la vacuna no les ha cambiado la vida, se sitúa Ana Darias, subdirectora médica en la gerencia de Atención Primaria de Tenerife y responsable del 'equipo de gestión del coronavirus' en la isla. “Para mí sí, mucho, porque es una batalla que le hemos ganado al virus después de meses de lucha”, reconoce. “Pienso cuando faltaba material, o cuando lo teníamos y seguíamos expuestos, y me siento mucho más segura” dice la sanitaria. Como coordinadora de rastreadores, su carga de trabajo y de reuniones no ha variado un ápice en las sucesivas olas. La diferencia es que ahora se permite alternarlo con algunas cosas “que había dejado de hacer desde hace un año”.

Tomar un café al aire libre con otra amiga inmunizada, visitar a sus padres o plantearse hacer planes de cara a unos meses “es calidad de vida”, define. “Nosotros dejamos de compartirlo todo”, relata, haciendo hincapié en un miedo de “doble dirección”: por llevar la COVID a su casa o por meterlo desde fuera dentro del hospital. “Es un incentivo para seguir, porque aún queda mucho y lo afrontamos con otro ánimo”, explica la médico. Para ella, leer que no hay brotes entre sanitarios cuando antes eran el grupo más expuesto, “es algo importante”. “La vacuna funciona y no pasa nada por decirlo”, reclama alto y claro.

A mí sí que me ha cambiado la vida. Mucho. Es un incentivo para seguir, porque aún queda un largo camino y lo afrontamos con otro ánimo. La vacuna funciona y no pasa nada por decirlo

Su tocaya, Ana Alfonso, no comparte con ella solo nombre, sino emociones. Esta directora de una residencia de ancianos en Torrelodones, en Madrid, dice que cuando recibió la primera dosis el 4 de enero durmió “por primera vez”. Su pequeño centro de ancianos, familiar, como ella lo describe, se convirtió en una ratonera cuando empezaron a brotar los casos en las residencias cercanas. “He vivido con una angustia terrible y con la sensación de que si el virus entraba, iba a arrasar”, cuenta la responsable, de 46 años. Finalmente, ni uno de los usuarios que viven allí se contagiaron, aunque por desgracia sea casi una excepción.

Estos espacios se convirtieron en el epicentro de la tragedia de la primera ola en la Comunidad de Madrid, donde fallecieron más de 6.000 ancianos por COVID-19. “Llamaba a amigos que dirigen otras residencias y acabábamos llorando del pánico”, reconoce. Los mayores sabían perfectamente lo que estaba pasando, pero ella y su equipo intentaban que no percibiesen el temor. “Ahora seguimos manteniendo las mismas medidas de seguridad que antes”, asegura, pero aun así cuenta que el ánimo es totalmente distinto.

He vivido con una angustia terrible y con la sensación de que si el virus entraba, iba a arrasar. Llamaba a otros directores de residencias y terminábamos llorando de pánico

A pocos kilómetros, en la Residencia de Mayores de Vista Alegre, una de las 25 públicas que gestiona la Comunidad, sus responsables e internos describen una situación distinta a la de Ana. Durante muchos meses, la movilidad interna de los residentes ha sido restringida, no han podido recibir visitas y no se les ha permitido salir. Ahora, con la llegada de la vacuna, han ido levantando poco a poco algunas de las restricciones más severas. Manuel, de 88 años, contaba en una visita de elDiario.es que estaba “esperándola como agua de mayo”. No en vano, con ella puesta se puede refugiar en el jardín y en las visitas de sus dos hijas.

“Aún queda un poco de incertidumbre”, reconoce Ana Alfonso, del centro de Torrelodones. Dice que le han hablado de que la inmunidad dura, por ahora, meses, pero ella confía en que sea más. Que este momento dulce “dure un poco más; por favor”.