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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Atacar a las universidades: Vox copia en España la estrategia de la ultraderecha internacional

Ahora le toca a la Universidad y no es una casualidad, sino un plan. “Las antiguas universidades, como la de Salamanca, Bolonia o Harvard, diseñadas para agrandar la cultura, han sido convertidas hoy en máquinas de censura, coacción, adoctrinamiento o antisemitismo. Queremos universidades que sean templos del saber, de la libertad de pensamiento, de la transmisión de conocimiento, y no queremos comisarios perturbados que inventen géneros, que perviertan la inocencia de los menores, que reescriban la historia o que promuevan ideologías criminales. Si ayer las universidades eran un espacio de libertad frente al autoritarismo del poder, hoy por desgracia son la punta de lanza del totalitarismo que viene. Le han declarado la guerra al sentido común, a la verdad, al lenguaje y a la biología”.

El pasado domingo, el presidente de Vox, Santiago Abascal, lanzó una diatriba contra la Universidad de Salamanca y otros centros de educación superior aprovechando un viaje a Washington D.C. para participar en la Conferencia de Política Acción Conservadora (CPAC). Estos mensajes son habituales en la extrema derecha estadounidense desde hace décadas. Los ultras señalan a las instituciones universitarias por considerarlas elitistas, promover un pensamiento único progresista, practicar la cultura de la cancelación e imponer los debates sobre raza y género, entre otras cuestiones. Abascal orientó esa munición hacia instituciones españolas en una traslación interna de una práctica ya probada en otras zonas del planeta. Con un público entregado a la causa, el presidente de Vox recibió ovaciones y gritos de ánimo, especialmente en las menciones a las “ideologías criminales” y la “biología”.

Como (casi) todo lo que hace la ultraderecha, el discurso de Abascal no fue improvisado. “Casi nada de lo que hacen o declaran es casualidad, suele tener un significado más profundo”, sostiene Sergio García Maragiño, profesor de Sociología en la Universidad Pública de Navarra. “En estos procesos hay mucha imitación. Pero no lo hacen porque lo vean en un panfleto por ahí. Hay un argumentario internacional al que luego se pone contexto local, pero hay reuniones, intercambios de documentos”, añade Luis Miller, científico del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC. “Estos fenómenos son lineales, no pasas de la nada a un debate brutal”, explica.

Jesús Casquete Badallo, profesor de Historia del Pensamiento de la Universidad del País Vasco y autor del libro Vox contra la Historia (Pensamiento Crítico), corrobora la idea de que el mensaje de Abascal “responde a una estrategia” que no es suya, sino compartida por todo el espectro de extrema derecha, que supone poner en el punto de mira las universidades como bastión del conocimiento experto. “La universidad es la quintaesencia del conocimiento experto, de donde salen las investigaciones del cambio climático. Es donde salen los estudios sobre género, etc. Para ellos, expertos son todos y vale lo mismo su opinión sobre el cambio climático que la de un investigador que lleve 20 años estudiándolo”, sostiene.

De EEUU a Hungría

En este caso los precedentes son claros. La ultraderecha estadounidense lleva “décadas” –dice Miller– cargando contra ciertos centros del país. “Allí los focos del debate han estado en universidades de élite, carísimas, donde hay una predominancia muy grande de consenso progresista. Eso genera una tensión importante, porque en contraposición tienes a los votantes de Trump, que no se ven reflejados en ninguna de estas dos características: élite económica y progresismo”.

Uno de los referentes de todo este movimiento es el libro La Universidad de la Posverdad, del exdecano español de la Escuela de Arquitectura de Princeton Alejandro Zaera-Polo, que fue despedido por plagio. El texto narra, en palabras de su propia sinopsis, “una historia de vulneración de la libertad de cátedra por motivos ideológicos de la que haríamos bien en tomar nota. Sólo así podremos evitar que la cancelación y la persecución identitaria se instalen también en nuestros campus”.

La Asociación Americana de Profesores de Universidad (AAUP, en sus siglas en inglés) y la Federación Americana de Profesores (AFT) explican en un documento cómo se ha gestado todo este movimiento en aquel país, con un matiz: en EEUU, donde el trumpismo, que sirve de referente a Vox, gobierna en muchos estados, de la retórica se ha pasado a la acción. “Los legisladores de derecha continúan librando un ataque coordinado contra los colegios y universidades públicas con legislación que socavaría la libertad académica, enfriaría el discurso en las aulas e impondría agendas partidistas en la educación superior pública. Actualmente se han presentado al menos 57 proyectos de ley de este tipo en 23 estados. Las principales categorías y tendencias incluyen proyectos de ley para: limitar la educación sobre raza, género y orientación sexual; recortar la financiación para trabajar la diversidad, equidad e inclusión; y acabar con los profesores titulares”, se lee en el documento, que durante las siguientes cinco páginas elabora estas afirmaciones con ejemplos concretos. Los ataques verbales se convierten en leyes.

En España Vox no tiene poder como para llegar hasta ahí, al menos de momento. El programa electoral con el que el partido se presentó a las elecciones del 23J sí toca, sin ahondar en ellos, algunos de estos puntos: “La Universidad debe ser rescatada de todas las imposiciones ideológicas totalitarias y su cultura de la cancelación, recuperando su vocación como espacio de libertad y búsqueda de la verdad y la belleza. Garantizaremos la libertad de cátedra de los profesores en las aulas frente a las imposiciones de la corrección política”.

De momento el programa electoral de Vox no pone mucha atención en la Universidad, pero llegará, prevé Casquete Badallo, que recuerda que en Hungría, donde gobierna la ultraderecha, están prohibidos los estudios superiores de género. “Acabarán recogiéndolo”, vaticina.

Argentina es otro ejemplo del carácter internacional del movimiento y de cómo los argumentos y acciones se repiten. El actual presidente, Javier Milei, ya calificaba las universidades públicas de “centro de adoctrinamiento” hace dos años, cuando era diputado. Y al acceder al poder incluyó en su –por el momento fallida– Ley Omnibus varias medidas contra estas instituciones, a las que ha recortado la financiación y abre la puerta a que empiecen a cobrar.

El Estado profundo y las élites

García Magariño enmarca el discurso en la retórica ultraderechista de la teoría Q-Anon de que existe un Estado profundo detrás del Estado visible que quiere dominar el mundo y está controlado por las élites, fácilmente identificables con la universidad. En este contexto se plantea la guerra cultural, se ataca la supuesta cultura de la cancelación y se carga contra una universidad que está alejada del pueblo, a quien ellos dicen representar.

En cualquier caso, Miller cree que es difícil que ese debate cale en España porque, opina, es un tanto impostado. “En el caso de Vox rechinan muchas veces estos argumentos que vienen de fuera porque el origen del partido conecta más con un tradicionalismo más español. No sé cómo evolucionará, pero por ahora están fracasando en España en estas guerras culturales. Esto no quiere decir que esto evolucione de cualquier manera, pero en esta internacional de la ultraderecha, cuando se traen debates de fuera no están calando”.

En el caso de la universidad española, la dualidad entre la élite urbana y lo rural conservador no existe, apunta Miller. “Se puede criticar muchas cosas de la universidad, pero no que haya una dinámica de elitismo urbano con rentas altas que se opone al movimiento conservador. Si acaso”, ahonda, “el problema en España es que no tenemos élites intelectuales”. Pero ese es un problema diferente.

El partido ya había hecho sus pinitos en el discurso contra la universidad a la vez que intentaba introducir el suyo propio. En la campaña de 2019 ya celebraban actos con estudiantes universitarios, a los que animaban a discutir con su profesorado si les llevaban “por el sendero del convencimiento político”, bajo el axioma de que “las facultades de Políticas están en manos de izquierdistas”, en palabras del entonces diputado del partido Iván Espinosa de los Monteros. El propio Abascal ya había mencionado la cuestión en el debate de la moción de censura que presentó Vox en octubre de 2020. Dijo entonces el líder del partido ultra: “Para sus disparatadas teorías históricas ya tienen ustedes ocupadas las universidades y casi toda la producción cinematográfica”. En ese mismo discurso Abascal desliza algunas de las ideas a las que aludía Jesús Casquete cuando hablaba del género como “un producto”, “un negocio que todos ustedes han introducido en las empresas y en las universidades, que ya ofertan hasta másteres para cosas que sabíamos desde la EGB”.

Por último, cierra Miller, un elemento que favorece los ataques de Vox a la Universidad es que apenas tiene presencia en ella. Su relación con los campus está más basada en que grupos de estudiantes traten de boicotear, con más o menos éxito, las charlas que hayan intentado dar algunos dirigentes de Vox, como le sucedió al portavoz en el Ayuntamiento de Madrid, Ortega Smith, en la Universidad Complutense, o a la exmiembro del partido Macarena Olona.