Simone Biles ha vuelto. La gimnasta estadounidense, que en 2021 se retiró en Tokio por problemas de salud mental, ha regresado a unos Juegos Olímpicos a lo grande. En París, la atleta ha vuelto a volar como nadie y se ha hecho con el oro en la final por equipos gracias a un espectacular último ejercicio, y tiene opciones de lograr otras tres medallas. A Biles, parar le ha sentado bien. Basta con observar el entusiasmo y la sonrisa con la que ha retornado tres años después de que el malestar psicológico que sufría detonara en plena competición. Curiosamente, la primera prueba a la que se ha enfrentado en su debut, la barra de equilibrios, fue también con la que se despidió en Japón.
La periodista Paloma del Río, la voz más reconocible de la gimnasia en televisión, resumió este domingo en TVE lo que la campeona olímpica ha hecho durante este tiempo: “Vivir”. Biles, que fue una de las víctimas de abusos sexuales perpetrados por Larry Nassar en el equipo estadounidense, habló abiertamente en Tokio de los bloqueos mentales que le impedían controlar su cuerpo, reivindicó que en ese momento era “más importante la salud mental que el deporte” y con ello contribuyó a romper el silencio. Tras un tiempo fuera de la alta competición y con terapia psicológica intensiva, la gimnasta evidencia que a veces parar es la única vía para poder seguir y desafía la creencia aún interiorizada de que mostrarse vulnerable es sinónimo de debilidad.
“Es algo que se tiene muy claro con las lesiones físicas, pero también pasa con las mentales. Se pueden y deben tratar y curar de la misma manera y Biles nos demuestra que hacer este proceso te permite volver”, esgrime el psicólogo y coach deportivo Francesc Porta. Y es que “un miedo muy habitual” cuando uno “reconoce su sufrimiento psíquico y piensa en poner en paréntesis su vida cotidiana” es “ser incapaz de retomar la normalidad y que este sea un viaje de no retorno”, en palabras del psiquiatra Camilo Vázquez Caubet, miembro de la Asociación madrileña de salud mental.
Para el experto, el caso de la gimnasta representa “un liderazgo de visibilización y normalización de los problemas de salud mental” en general, no solo en el deporte, pero también una forma de afrontarlos que redunda en el propio beneficio: “No por medio de la negación resignada sino desde la aceptación activa para poder retomar, llegado el momento, el proyecto de vida con energías renovadas”. No es algo tan habitual, apunta el psiquiatra, especialista en problemáticas laborales, que explica que “al contrario del discurso tan común sobre que se abusa de las bajas médicas, la realidad es que los trabajadores a menudo se resisten a ellas aunque las necesiten”.
El mandato de poder con todo
En el caso de los deportistas de élite, Porta no tiene duda: “Los vemos como superhombres o supermujeres que están por encima del resto”, pero esto “es un mito” y son “personas como cualquier otra que tienen altibajos”. Esta imagen, prosigue el psicólogo deportivo, también la interiorizan ellos mismos. “Ante una lesión física es fácil, es una obligación parar porque no se puede hacer otra cosa, pero con las barreras psicológicas es diferente. No es una decisión sencilla porque están en un momento álgido de su carrera en una sociedad que no permite la vulnerabilidad y que tiende a evitar y esconder este tipo de dificultades”, añade Porta.
Para Vázquez, el caso de Biles muestra también cómo las personas “somos capaces de persistir en situaciones objetivamente dañinas para nosotras durante mucho tiempo”. Eso a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya define la salud mental como “una parte fundamental de la salud”. En ocasiones, somos nosotras mismas quienes “ignoramos las señales” que nos avisan de que algo está pasando, pero de fondo siempre hay una sociedad “que no prioriza la salud mental porque prioriza la exigencia productiva” y que cristaliza en el mandato de mostrarse siempre capaz, fuerte, poder con todo y no flaquear.
De esta forma, “la salud queda en un segundo lugar, y en todo caso gran parte de la preocupación que existe esta supeditada al poder volver al trabajo y retomar el ritmo productivo”, cree el psiquiatra. Algo que se traduce en que “la mayor parte de las personas se lo piensen mucho y sean reacias a parar” o regresen antes de lo necesario.
Esto es así porque aún es común la creencia, incluso interiorizada, de que mostrarse vulnerable es un signo de debilidad. Porta nombra también el “estigma social”, que aunque va reduciéndose, sigue rodeando a los problemas de salud mental y propicia que suelan llevarse en secreto a pesar de los avances de los últimos años. De hecho, un fenómeno habitual y significativo es que no hablemos públicamente con la misma naturalidad de ir al psicólogo que de ir al médico.
¿Quién puede parar?
La dificultad para mostrar los quiebres emocionales y para tomar decisiones no es igual para todo el mundo. A veces, incluso, parar va mucho más allá, cree Vázquez, porque supone poner en jaque de forma profunda cuestiones estructurales o “nos sitúa ante la realidad de que algunos equilibrios vitales son insostenibles”.
El psiquiatra pone el ejemplo de problemáticas y dolores que con mayor frecuencia afectan a las mujeres y que “a menudo no parecen justificados o son incomprensibles”. “La realidad es que gran parte de ese dolor tiene que ver con el trabajo reproductivo y de cuidados que recae sobre ellas y que con el tiempo deja de su huella en el cuerpo. Cuando tomamos conciencia, a menudo hay equilibrios sociales y familiares que tienen que cambiar para que este malestar desaparezca y ahí es donde nos damos cuenta de que hay una cuestión de poder detrás y que no todo el mundo puede permitirse desafiar el rol que ocupa en una comunidad determinada”.
Cuestión aparte es que la terapia psicológica supone a día de hoy un lujo que muchas personas no pueden costear. Así, el tratamiento especializado que ha seguido Biles durante dos años “no está al alcance de todas las personas”, esgrime Vázquez, que reclama recursos suficientes en el sistema público de salud. Las cifras hablan por sí solas de una ratio insuficiente y profesionales desbordados: en España hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes cuando la media europea es de 18, lo que redunda en listas de espera eternas y periodos muy largos entre consultas.
Aun así, el psicólogo cree que hay que ir más allá y reivindica una concepción de la salud mental más colectiva. “Debemos exigir al Estado, a las empresas y a las comunidades en general crear las condiciones para que las personas no enfermen o se recuperen, porque tener un coach de alto rendimiento o un psicoterapeuta brillante al lado de cada uno no es realista”