La contaminación creció en España en 2017. De manera general, subió la polución del aire para todos los tóxicos que se rastrean y en todo el territorio, según la recopilación de datos oficiales que ha hecho Ecologistas en Acción. En un año muy seco y caluroso, el PIB creció un 3,1% con un incremento del consumo de diésel, de queroseno para los aviones y de carbón para generar electricidad.
De esta manera, 17,5 millones de personas (más de un tercio de la población) conviven con una atmósfera cuyos niveles de contaminación están por encima de los límites legales y 45 millones lo hacen en un ambiente con algún contaminante, ya sea dióxido de nitrógeno, micropartículas u ozono troposférico, que excede los valores máximos indicados por la Organización Mundial de la Salud.
Los tóxicos con valores directamente por encima de lo que dicta la normativa (más laxos que las guías de la OMS) y que más afectan a la población son el dióxido de nitrógeno (NO2) y el ozono troposférico (O3) que alcanzan a 11 millones de personas respectivamente. El primero proviene, sobre todo, de los tubos de escape de gasoil y el segundo es un producto que se origina en el aire al incidir la luz del sol sobre, entre otros, el propio NO2. También hay 1,2 millones de españoles que viven en áreas con exceso de concentración de partículas.
Si se aplica el baremo de la OMS, el volumen de población afectada se dispara: 38 millones para el ozono, que se extiende, además, por 442.000 km2 en una concentración dañina para los ecosistemas. 30 millones personas respiran aire con altos niveles partículas y 29,7 millones inhalan las micropartículas más pequeñas, menores a 2,5 micras. También muestran valores altos el azufre o el benzopireno. Estos dos últimos tóxicos no presentan datos ilegales pero sí una tenencia al alza “preocupante”, dice el coordinador del informe, Miguel Ceballos, quien añade que, desde 2008, un aumento “tan generalizado” solo se había visto en 2015.
Así, la ONG opina que la “recuperación económica” se ha asociado al empeoramiento del aire. “Y la contaminación es un problema de salud pública”: provoca muertes prematuras, ingresos hospitalarios y bajas laborales. Desde luego, los datos económicos de 2017 fueron al alza y el Producto Interior Bruto español creció un 3,1% el año pasado. El Banco Mundial calculó en 2013 el coste económico de la mortalidad y la pérdida de jornada de trabajo por la contaminación para España: 38.000 millones de euros.
El empujón económico tuvo asociado un aumento en el consumo de las principales fuentes de polución atmosférica. Por ejemplo, se utilizaron 27,9 millones de toneladas de carburantes, un 2,4% más que en 2016. La gran mayoría fue gasóleo para automoción que subió en la misma proporción hasta los 23 millones de toneladas, según los datos del Ministerio de Energía.
También hubo un subidón del queroseno quemado por los aviones (de un 8,8%), relacionado con el turismo. La aviación es un sector que no entró en los compromisos del Acuerdo de París y que solo ha adoptado un modelo de autorregulación en el que las aerolíneas propusieron pagar (a los sectores que contaminen menos) para poder aumentar sus emisiones en los próximos años.
A esto se le añadió que España utilizó un 21% más el carbón para generar electricidad –achacado a la escasez de viento y la exigua generación hidroeléctrica–. 2017 fue un año malo: el más caluroso y el segundo más seco desde que hay registros. Un año de sequía. Un panorama que el cambio climático agudiza y convierte en más frecuente.
La vegetación y el agua
Además de la salud directa de los humanos, la contaminación atmosférica está deteriorando los ecosistemas. La acción oxidativa del ozono troposférico afecta a los vegetales y merma la productividad de los cultivos y el crecimiento de los bosques. Los óxidos de nitrógeno emitidos contribuyen a la eutrofización del suelo y las aguas, es decir, aumentan la carga de nutrientes en el medio que provoca la proliferación de algas que priva de luz a los mantos vegetales subacuáticos, lo que deriva en una pérdida de oxígeno en el agua y la consecuente mortandad de organismos.