Visto el último precedente, el Ministerio de Educación ha optado este año por entregar los Premios Nacionales de Fin de Carrera con un perfil más bajo. Furtivo casi. Ni convocatoria oficial, ni gala pública, ni prensa, ni fotos de familia. Por no estar no ha estado ni el ministro de Educación. En la última edición, José Ignacio Wert tuvo la experiencia de que una decena de los mejores universitarios de España le negaran el saludo, con la consecuente mofa mediática y social. Este año el que ha hecho el “desplante”, a decir de los premiados, ha sido él. No hay lugar para fotos polémicas en precampaña.
El acto se organizó con extrema discreción un martes a mediodía, de manera que muchos premiados no pudieron acudir, al igual que muchos familiares. Y con la ausencia del ministro, más importante por lo que significaba que por ilusión personal, según algunos galardonados. “¿Cómo puede un Gobierno justificar la ausencia del máximo responsable de Educación en la ocasión en que se reconoce públicamente a los estudiantes universitarios más dedicados y con mejores expedientes a nivel nacional? ¿Qué valor se le está dando al talento y al esfuerzo con este gesto?”, se pregunta Dolores García Almudéver, Premio Nacional de Fin de Carrera y licenciada en Filología Hispánica.
Alega el Ministerio “problemas de agenda” para justificar la ausencia del ministro en una gala en la que es tradicional que el máximo mandatario educativo entregue los premios y felicite uno a uno a los mejores 160 estudiantes de su promoción. Son esos universitarios “excelentes” a los que apela Wert siempre que puede.
Sin embargo, la agenda pública del ministro para el martes 28 de abril estaba despejada. “Cuestiones de agenda interna, de hecho tanto el ministro como la secretaria de Estado, [Montserrat Gomendio], tuvieron que cambiar sus agendas” para atender otras cuestiones, explica un portavoz de Educación, citando como ejemplo el decreto que regula los derechos televisivos del fútbol, que se aprobó el pasado viernes.
El ministro tiene experiencia en borrarse. En plena batalla con el colectivo del cine, tampoco acudió a la gala de los Goya del año pasado.
Un agravio general
Los premiados explican que les molesta más la ausencia del ministro por lo que supone que a título particular. “No es un problema concreto con nosotros, con que se nos haya tratado mejor o peor, aunque creamos que la gestión no ha sido buena”, explica Juan Margalef, licenciado en Ciencias Matemáticas y Ciencias Físicas, que obtuvo una mención y fue el elegido por los galardonados para leer un discurso en la gala, previo acuerdo con el Ministerio. “Como miembro de la universidad y sobre todo como ciudadano me resulta totalmente indignante. Su ausencia es el reflejo y una demostración más de su desprecio por la educación pública a todos los niveles, desprecio por la ciencia y la investigación”, leyó durante la entrega de premios.
García Almudéver comparte esta visión. “Wert decía hace poco en una entrevista que no se incentiva la excelencia en nuestro sistema. Nos hemos sentido justamente así”, afirma. “Para muchas personas supuso un desplante”, añade Leticia Pérez, Premio Nacional en Ingeniería Agrónoma.
La gala en sí no tuvo rastro alguno de polémica. Ni daba para ello ni había voluntad de los premiados de organizar lío alguno. Tras varios intentos infructuosos –Educación no es el Ministerio más comunicativo– los estudiantes consiguieron reunirse con el secretario general de Universidades, Juan María Vázquez, que presidiría el acto, y pactaron algunas condiciones de antemano.
Por primera vez se les dejó elegir un portavoz y leer un discurso redactado con la colaboración de todos los premiados. El Ministerio también tomó sus precauciones: los premios se entregaron en grupos de cinco en vez de individualmente y lo hacían varios de los miembros del jurado a la vez. No había lugar a desplantes. Tampoco habría habido quien los registrara: no se convocó a la prensa, que sí estuvo en la anterior entrega y dio buena cuenta de que varios estudiantes rechazaron estrechar la mano de Wert.
Por no estar no estuvieron ni varios de los premiados, según algunos de los presentes. “Todo el proceso nos ha parecido muy mal organizado”, valora Margalef. Pese a que los premiados se conocían desde mayo de 2014, la gala se convocó en marzo, con apenas un mes de antelación. Muchos de ellos trabajan en universidades en el extranjero y no pudieron acudir. Que se celebrara un martes a las 12.30 tampoco ayudó. A varios familiares también les resultó complicado pedir un día en el trabajo. “Este carácter furtivo y con nocturnidad fue casi peor que la ausencia del ministro”, sostiene Margalef.
El Ministerio confunde “mención” con “áccésit”
La demora en la entrega del reconocimiento es una de las principales quejas de los premiados. Esta promoción que acaba de recibir su reconocimiento se graduó en junio de 2011. “A estas alturas el reconocimiento nos ha servido más bien de poco”, lamenta Pérez. García se explica: “Según el BOE se trata de premiar a los estudiantes que hayan obtenido su título con la mayor brillantez , y se pretende incentivar y reconocer la cultura del mérito y la excelencia. La dotación económica debería servir para que continuemos con nuestra formación, pero si llega tres años después de licenciarse [los premiados se conocieron en mayo de 2014] en parte se invalida su objetivo”. De hecho, el premio otorga un punto extra a la hora de solicitar una beca FPU (Formación de Profesorado Universitario), por ejemplo. Pero ahora es tarde para eso. Con el montante económico (entre 2.200 euros y 3.300) ocurre un poco parecido: es bienvenido, pero mejor si nadie espera depender de él.
Otro elemento, quizá anecdótico pero sintomático para los premiados de cómo funciona el ministerio, ha sido cómo se han llamado los premios. El primero es Premio Nacional. Hasta aquí todo bien, sin lugar al error. Pero el segundo y el tercero están invertidos. Los segundos premios fueron llamados “mención” y los terceros “accésit”, cuando la RAE especifica claramente que es al revés. “Es una muestra de de la poca permeabilidad del ministerio. Se lo explicamos varias veces. Cuando por fin contestaron se remitieron al BOE, que establece así los nombres”, explica incrédulo Margalef. Poco permeable pero toma nota: este año se ha cambiado directamente a primer, segundo y tercer premio.
Cansados de ser ignorados por Educación, varios de los premiados de esta promoción y alguno de otras han creado la asociación La Facultad Invisible. El objetivo que persiguen, desde una posición de reconocimiento por lo premios y la proyección que tienen, es formar parte del debate educativo. “Tenemos voluntad de promover un cambio y muchos miembros de la asociación están inmersos en el mundo universitario, ya que han continuado en el ámbito de la educación superior a través de la investigación. Queremos colaborar con las diferentes entidades para mejorar el sistema”, explica García, secretaria de Comunicación de la asociación.
Varios años después de licenciados, el presente de esta generación de “excelentes” universitarios es desigual. Unos cuantos han optado por el sector privado, bien por cuenta propia o ajena. Muchos otros han emigrado a universidades del extranjero a buscarse la vida mientras se sacan el doctorado, unos por voluntad y otros por falta de alternativa. El futuro se ve regular. “Es desalentador. La tasa de reposición ha causado estragos (sólo se sustituía uno de cada diez jubilados, a partir de este año sube a cinco) y los jóvenes lo tenemos difícil, las posibilidades de quedarse en España son escasas”, resume Margalef, que disfruta de una beca de La Caixa mientras concluye su tesis en Madrid.
Una cosa sí tienen clara, por mucho que diga el ministro. “La universidad española forma buenos estudiantes y grandes profesionales. Lo comprobamos cuando salimos al extranjero a otras universidades, donde se reconoce nuestra rigurosa y extensa formación”, destaca García por experiencia propia (aunque ella ha optado por la docencia en un colegio madrileño, estudió 4º de la carrera en EEUU). Pero eso es ya otra cuestión.