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La planta de reciclaje de la asociación Nida' el-Ard (La llamada de la tierra) en Arabsalim está reluciente. Hace frente a la idea de que la gestión de residuos en Líbano es sinónimo de montañas apestosas. En el centro de la sala principal, las “damas de Arabsalim”, como se llamaba a estas pioneras ecológicas en sus inicios, han instalado una gran mesa donde sirven café. Trabajan felices junto a la figura clave de esta iniciativa única en el territorio libanés: a sus 86 años, Zeinab Moukalled o “Oum Nasser”, como la llaman cariñosamente sus compañeras, sigue supervisando las actividades de la asociación, con su habitual calma y sentido del humor. “Esta aventura empezó en 1994”, recuerda. “Tenemos un aniversario que celebrar el año que viene”, añade con una mirada pícara.
El proyecto es único tanto por la forma en que empezó como por su longevidad o el perfil de sus integrantes. Porque nada hacía pensar que Zeinab Moukalled, una modesta profesora de instituto público en esta remota aldea de caza de Nabatiyah, cerca de la franja fronteriza ocupada por Israel hasta el año 2000, se convertiría en un referente de la ecología. “No sabía nada de medio ambiente, solo era una maniática del orden y la limpieza”, asegura.
Fue durante la primera mitad de la década de 1990, mientras su pueblo sufría frecuentes combates, cuando empezó a interesarse por lo que otros no veían. “En los contenedores instalados por el ayuntamiento, había grandes trozos de basura, como cajas de cartón o sillas rotas, que ocupaban todo el espacio, mientras que los residuos orgánicos contaminantes seguían ensuciando las aceras”.
De esta simple observación vino todo lo demás. La exprofesora recurrió a las mujeres, más fáciles de convencer y movilizar que los hombres. Sus reclutas procedían del grupo más cercano a su corazón: sus antiguas alumnas. Khadijé Farhat es una de sus compañeras desde el primer día. “Sabía cómo motivarnos”, dice con entusiasmo esta sexagenaria. “Gracias a su sentido de la organización, dividió el pueblo en varios sectores y nos asignó uno a cada una. Íbamos de casa en casa, sin descanso, para convencer a los habitantes de que reciclaran sus residuos y nos los entregaran.
Zeinab y Khadijé recuerdan aquellos primeros años casi con cariño, incluso cuando todo era muy difícil. “Escuché un montón de veces reacciones como: 'Que cocine para su marido en vez de limpiar las calles”', dice Zeinab, soltando una carcajada. En aquella época, no había coche para transportar los residuos clasificados ni lugar donde almacenarlos. Zeinab y otra mujer del grupo se ofrecieron a utilizar sus jardines.
La acción de estas mujeres, por intrigante que resulte para la gente de su entorno, va abriéndose paso y convenciendo a una gran mayoría de las familias del pueblo para que se unan a su causa, sin más motivación que su poder de persuasión. “Yo diría que alrededor del 70% de los hogares de Arabsalim colaboran con nosotros a día de hoy”, insiste Khadijé Farhat, a falta de cifras más precisas.
En 1998, el grupo se profesionalizó con la creación de la ONG Nida' el-Ard y más tarde con la instalación de su centro en un terreno puesto a su disposición por el entonces mohafez (gobernador) del sur del Líbano, Mohammad el-Maoula. Era uno de los pocos funcionarios que comprendía la importancia de su trabajo. Después vino la construcción de la nave, con su equipamiento, gracias a los presupuestos asignados por las organizaciones internacionales seducidas por este extraordinario equipo.
Sin embargo, esta consagración no protege a Nida' el-Ard ni a su fundadora de los obstáculos que se presentan en su camino. Los sucesivos consejos municipales de Arabsalim, con pocas excepciones, han sido todos decepcionantes. “Aquí los ayuntamientos están muy politizados, los representantes electos siguen más los intereses de sus partidos que los de la población y para ellos somos más una competencia que un recurso”, dice amargamente Zeinab Moukalled. Las ONG ecologistas, que sin embargo reconocen el rigor y la rectitud de Zeinab y su asociación, no le proporcionan el marco de activismo que ella esperaba debido al individualismo y la competitividad... Y en cuanto a los ministerios implicados, “es mejor olvidarse de que existen”, lamenta la veterana activista. “Esta falta de políticas nacionales nos perjudica cada día”, apunta. “Incluso las fábricas de reciclaje, que nos imponen precios irrisorios y cuentan a su antojo las toneladas que les enviamos, se aprovechan de que no tenemos básculas para pesarlas nosotras mismas”
Contra todo pronóstico, Nida' el-Ard sigue ahí. “Hemos vivido tres grandes guerras, que a menudo nos han obligado a reemplazar el material destruido”, recuerda Zeinab Moukalled. También se han sucedido múltiples crisis, afectando siempre al proyecto, relegando continuamente a un segundo plano la clasificación y el reciclaje. “La actual crisis económica y financiera en el Líbano pesa sobre todos (la libra libanesa ha perdido más del 90% de su valor en tres años). Incluso llegamos a no tener suficiente dinero para pagar el combustible de nuestros vehículos. Sin embargo, bastó con hacer un llamamiento en las redes sociales para que aparecieran voluntarios que nos ayudaron a transportarlos”, explica. “Pensábamos que todo había terminado en ese período de crisis. Pero, cuando vimos a la gente presentarse delante de nuestra puerta con sus bolsas de materiales para reciclar, nos dimos cuenta de la importancia de esta campaña de concienciación que dura ya 30 años”, añade Khadijé Farhat.
En Arabsalim, no es probable que la iniciativa de Zeinab Moukalled desaparezca pronto. Parece demasiado bien asentada como para eso. Sin embargo, no se ha replicado. Leila el-Chami, una de las primeras activistas, residente en el pueblo vecino de Jarjou', ofrece una respuesta. “A finales de los noventa, conseguí los primeros éxitos en mi aldea”, recuerda. “Entonces el ayuntamiento quiso quedarse con todo, impidiéndome continuar con mi trabajo. El proyecto fue enterrado”.
Entonces, ¿la supervivencia del proyecto de Zeinab está ligada únicamente a su carismática personalidad? Sus compañeras quieren creer que la semilla que ha sembrado seguirá dando frutos bajo cualquier circunstancia. “Llevaré este proyecto hasta mi último aliento”, asegura Khadijé Farhat, que acoge con satisfacción el trabajo voluntario de los hijos de las “damas de Arabsalim” durante las actividades de la organización. Una joven, Amani, “amiga” de la asociación, confirma la importancia de esta transmisión y se deshace en elogios hacia su compañera Zeinab, madre de cinco hijos y varias veces abuela. “Se doctoró en literatura árabe a los 70 años, ¿te imaginas? Es una lección de vida para todos nosotros”.
Con su larga experiencia, Oum Nasser tiene una buena idea para solucionar las crisis ecológicas del Líbano. Su respuesta es sorprendente porque va mucho más allá del medio ambiente. “Mientras este país siga dividido en confesiones enfrentadas, no se podrá resolver nada”.
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