Relojes que no fallan ni un segundo, el sueño que la relojería aún no puede cumplir y obsesiona a la relojería suiza

Laboratoire de Précision

Héctor Farrés

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El reloj más preciso del mundo no existe. Ni siquiera en Suiza, donde llevan décadas persiguiendo ese ideal con insistencia. Los ingenieros ajustan cada componente como si les fuera la vida en ello, pero el tiempo, irónicamente, siempre les gana por milésimas.

El margen de error, aunque es microscópico, sigue ahí, como una mota que ningún pulido logra borrar. Los relojes que no fallan ni un segundo siguen siendo un deseo más que una realidad.

Por muy buena que sea la maquinaria, el desfase siempre encuentra por dónde colarse

Aun así, la industria insiste. Omega, con su nuevo Laboratoire de Précision, ha decidido que ya es hora de saltarse al árbitro tradicional y validar sus propios relojes. No lo hace por capricho: lo hace porque puede.

Autorizado por el Servicio Suizo de Acreditación (SAS), este laboratorio ha entrado en juego para competir directamente con el COSC, el organismo suizo que desde 1973 se encarga de verificar si un reloj merece o no el título de cronómetro certificado.

Durante décadas, la norma ISO 3159 ha sido la referencia para saber si un reloj mecánico con oscilador de resorte está dentro de los parámetros de precisión aceptables. Da igual si lo valida el COSC o si lo hace Omega: los criterios son los mismos.

Tal y como explica Jack Forster, uno de los analistas más veteranos del sector, “el resultado final de las pruebas del COSC y del Laboratoire de Précision es idéntico: un certificado de cronómetro que indica que el movimiento probado muestra una variación diaria promedio en la velocidad de no más de +6 o -4 segundos al día, con una variación media de no más de 2 segundos al día”. La cita aparece en su boletín en Substack, donde suele analizar las maniobras más significativas de la relojería suiza.

Aunque a simple vista no parezca haber diferencias, lo cierto es que las hay. Los procedimientos de ensayo varían y eso permite a Omega justificar su iniciativa como una evolución, no como una réplica.

Para la marca, es una forma de ir más allá, o eso asegura cuando promete ofrecer “un nuevo nivel de precisión excepcional”. Sin embargo, la parte más difícil no es cumplir con los estándares, sino lograr que los consumidores perciban la diferencia entre un certificado y otro. Y ahí entra el marketing, un campo en el que las marcas suizas se mueven con la misma soltura que entre los engranajes.

El COSC, por su parte, mantiene su autoridad. Con sedes en Biel, Le Locle y Saint-Imier, sus laboratorios prueban durante 15 días los movimientos de los relojes en cinco posiciones distintas y a temperaturas que oscilan entre los 8 °C y los 38 °C. Todo para verificar si cumplen con los requisitos y pueden recibir el sello de cronómetro.

Solo aceptan piezas con la certificación Swiss Made, lo que refuerza la idea de que el sello suizo es garantía de calidad, aunque no asegure perfección absoluta.

Suiza sigue buscando el tic-tac que lo cambia todo

Esa perfección, de hecho, sigue fuera del alcance incluso de los mejores movimientos automáticos. Por muy bien diseñados que estén, siempre arrastran pequeñas desviaciones inevitables. Incluso los de gama alta pueden perder unos pocos segundos al mes. En cambio, los de cuarzo, gracias a sus osciladores piezoeléctricos, suelen ser más estables, aunque tampoco son inmunes a los cambios de temperatura o al desgaste.

Por encima de todos están los relojes atómicos, los únicos que rozan la perfección. Pero como llevar uno en la muñeca sigue sin ser una opción, la obsesión por afinar al máximo los mecanismos tradicionales continúa.

Suiza no busca solo exactitud, busca demostrar que el arte de medir el tiempo también puede ser una declaración de intenciones. Aunque sepa que llegar al segundo perfecto es, por ahora, una meta siempre aplazada.

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