Desde fuera, OpenAI parece haberse colocado en el centro de una revolución tecnológica. Su producto estrella, ChatGPT, demostró hace casi dos años cómo la inteligencia artificial generativa podría cambiar la vida digital. Su potencial ha atraído cascadas de inversión tanto para ella como para cientos de nuevas startups, ha provocado volantazos estratégicos en las empresas más valiosas del mundo y se promociona como el embrión de la primera máquina consciente de la historia.
Desde dentro, la situación puede ser muy diferente.
Este mes de agosto OpenAI ha visto como otros dos de sus fundadores la han abandonado. Uno se ha ido a Anthropic, su máxima competencia. El otro, Greg Brockman, su hasta ahora presidente, ha anunciado que deja la organización durante un tiempo “prolongado” para dedicarle más tiempo a su familia. Con estas salidas ya solo quedan dos personas de las once que dieron el pistoletazo de salida. Y eso contando entre ellas a Sam Altman, su famoso director ejecutivo, que en noviembre de 2023 fue despedido tras perder la confianza del consejo directivo, pero fue restituido días después tras un motín de los trabajadores y quejas de los inversores.
La alta movilidad laboral es una característica de las startups tecnológicas. No es tan común en empresas valoradas en 86.000 millones de dólares y con acuerdos de colaboración con los pesos pesados de la industria, como Microsoft o Apple. Tampoco que el destino de buena parte de los cofundadores sea otra empresa de IA, la propia Anthropic, creada por ellos mismos ante la creencia de que OpenAI se ha desviado de su misión inicial. O que uno de ellos, Elon Musk, el mismo que puso la mayoría del dinero que la permitió despegar, la lleve a los tribunales por el mismo motivo.
OpenAI se fundó en 2015 como una especie de dream team de ingenieros e investigadores especializados en inteligencia artificial. Un laboratorio de tecnología. “Como organización sin ánimo de lucro, nuestro objetivo es crear valor para todos y no para los accionistas. Se animará encarecidamente a los investigadores a publicar sus trabajos, ya sea en forma de artículos, entradas de blog o código, y nuestras patentes (si las hay) se compartirán con el mundo”, aseguró en su carta de presentación.
Sin embargo el rumbo de la organización, sobre todo desde que Altman lleva la voz cantante, ha sido otro. OpenAI creó una empresa privada, llamada también OpenAI, dedicada a captar capital para el laboratorio. El resultado ha sido que el proyecto se comporta como cualquier otra compañía, patentando y vendiendo su tecnología a usuarios y socios. “OpenAI se ha convertido en una subsidiaria de facto de código cerrado de la compañía tecnológica más grande, Microsoft”, protestaba Musk en su demanda.
La IA necesita dinero, mucho dinero
Musk terminó retirando esa demanda después de que OpenAI publicara mensajes en los que él mismo reconocía que para cumplir su misión, la organización que años después crearía ChatGPT iba a necesitar dinero. Muchísimo dinero. “Tenemos que ir con un número mucho más grande que 100 millones de dólares para evitar sonar desesperados... Creo que deberíamos decir que estamos empezando con un compromiso de financiación de 1.000 millones. Yo cubriré lo que cualquier otra persona no aporte”, escribió el magnate en uno de ellos.
“Todos comprendimos que íbamos a necesitar mucho más capital para tener éxito en nuestra misión: miles de millones de dólares al año, que era mucho más de lo que cualquiera de nosotros, especialmente Elon, pensaba que seríamos capaces de recaudar como organización sin ánimo de lucro. Elon y nosotros reconocimos que sería necesaria una entidad con ánimo de lucro para conseguir esos recursos”, justifica OpenAI.
Conseguir recursos es justo a lo que se ha dedicado la empresa desde entonces. Altman se ha convertido en un gran especialista en esa labor. “Lo mejor que hace, con mucha diferencia, es levantar dinero. Es su talento real. Teniendo en cuenta que ahora mismo el modelo de negocio de OpenAI está basado en perder hasta la camisa, pues lo que requiere son asaltos constantes a los mercados de capital”, explicaba en un reportaje de elDiario.es Javier Recuenco, CEO de Singularsolving.
Pero esa capacidad de recaudar fondos ha terminado convirtiéndose en un problema para la propia OpenAI, que se ha acostumbrado a quemar el dinero de otros para operar. La organización no tiene aún un modelo de negocio estable ni es capaz de generar beneficios por su cuenta. Según un análisis de The Information, un medio especializado en la investigación de Silicon Valley, OpenAI podría firmar pérdidas de unos 5.000 millones de dólares en este año fiscal, que se sumarían a un acumulado de otros 8.500 millones que arrastra de años anteriores.
Un muy complicado modelo de negocio
La incógnita sobre cómo se las arreglará OpenAI para empezar a generar ingresos es común a la mayoría de startups de IA. Multinacionales como Google o Microsoft están añadiendo esta tecnología a sus productos ya presentes en el mercado como un valor añadido. Pero no parece que las suscripciones a los sistemas de IA como ChatGPT vayan a ser un modelo viable económicamente para las empresas emergentes que no tenían un hueco en el sector.
El problema es el alto coste computacional de la IA, que provoca que cada nueva suscripción implique un coste añadido. “Esa circunstancia está determinando una estructura económica muy clara: compañías como OpenAI van facturando más y más a medida que pasa el tiempo y el uso de sus algoritmos se va popularizando, pero sus costes también escalan de manera descontrolada, lo que las pone en unas perspectivas de supervivencia como mínimo complicadas”, explica Enrique Dans, profesor de Innovación y Tecnología en IE Business School.
Pero las dudas no se quedan ahí. En estos dos años han surgido un gran número de empresas de IA cuyos sistemas parecen no ser demasiado diferentes entre sí. OpenAI sigue siendo la líder en investigación, pero parece que esta ventaja se debe a los grandes recursos económicos de los que ha dispuesto y al apoyo de Microsoft. ChatGPT no es un sistema que a otros les vaya a costar igualar, como en su día lo fueron el buscador de Google o la red social de Facebook. Al contrario, en estos dos años han surgido otros como Gemini (Google), Claude (Anthropic) o Perplexity, comparables a su predecesor. Un test del Wall Street Journal halló pocas diferencias entre ellos.
Todo esto no ha pasado inadvertido para los inversores. El fondo Elliot Management ya se lo ha dicho abiertamente a sus clientes: la IA está “sobrevalorada” y muchos de sus usos “nunca serán rentables, nunca funcionarán realmente bien, consumirán demasiada energía o resultarán poco fiables”, advierte en un informe al que ha tenido acceso el Financial Times.
Este tipo de fondos son los que han estado financiando esta clase de desarrollos. Pero su dinero ya no corre como antes, las voces que hablan de “burbuja” aumentan y las empresas de IA generan más incertidumbres. OpenAI, la que más dinero necesita para operar, puede ser la más expuesta a una crisis del sector.
OpenAI podría terminar siendo visto como el WeWork de la IA
Voces como la del experto en IA, científico de datos y escritor Gary Marcus ven cada vez más cerca esa explosión. “Sin duda, la IA generativa en sí no desaparecerá. Pero puede que los inversores dejen de desembolsar dinero al ritmo que lo han hecho, que disminuya el entusiasmo y que mucha gente pierda la camisa. Es posible que empresas valoradas actualmente en miles de millones de dólares se hundan o se desmantelen”, avisa.
“A finales de 2024, las cosas pueden tener un aspecto radicalmente distinto del que tenían hace sólo unos meses”, continúa Marcus, que desde el principio ha sido una de las voces más críticas con el desarrollo de las nuevas empresas de IA y su modelo de negocio.
“Lo dije antes, y lo diré de nuevo: OpenAI podría terminar siendo visto como el WeWork de la IA. Enormes pérdidas operativas, grandes gastos de personal, un aparente problema de moral, sin GPT-5 todavía, competidores poniéndose al día, Meta regalando tecnología similar, Microsoft cerrando acuerdos con competidores”, ha manifestado tras conocer la salida de Brockman: “¿Ganarán lo suficiente para justificar su valoración de 80.000 millones de dólares? ¿Realizarán una nueva ronda con una valoración aún mayor cuando se les acabe el dinero? Las perspectivas no parecen tan sólidas como antes”.