En los últimos años, han surgido múltiples organizaciones de la sociedad civil que reivindican desde abajo un mayor respeto a los derechos fundamentales en el terreno digital. Su trabajo ha espoleado a las instituciones para regular esos espacios, así como servido de ejemplo para lanzar iniciativas que defiendan esa misma bandera en otros foros a veces vedados a las asociaciones que trabajan desde la base.
Una de esas iniciativas es Digital Future Society, una colaboración entre el Ministerio de Asuntos Económicos y Transición Digital con la Fundación Mobile World Capital Barcelona. Creada en 2018 como una iniciativa de promoción de los derechos digitales y “humanismo tecnológico”, ambas instituciones acaban de renovar el acuerdo para mantenerla activa otros dos años y medio por 7 millones de euros.
Su directora, Cristina Colom, ha sido una de las únicas españolas presentes en la reciente reunión del Foro Económico Mundial (Foro de Davos) centrada en gobernanza y tecnología. Allí ha defendido la necesidad de que “la inclusión digital debe ser una prioridad en todas las agendas”, explica en esta entrevista con elDiario.es. “Hay que mitigar los impactos negativos de esta transformación digital, como la brecha digital. No solo la de acceso, sino también la que se da por razones de género, edad o capacidades. Tenemos que hacer que la tecnología nos beneficie a todos y sobre todo, no deje a nadie atrás”, dice.
¿Qué se trata en reuniones como la del Foro Económico Mundial en la que ha participado?
Se organizan distintos comités asesores. En el que yo he participado, sobre el mundo conectado, engloba todo aquello que llamamos el Internet de las Cosas. Empezó siendo un comité más tecnólogo, pero ha pasado a ser más humanista en el sentido de ya no trabaja desde la perspectiva “qué bien, tenemos nuevos gadgets” o “el Internet de las Cosas va a traer disrupciones tecnológicas”, sino cómo diseñamos y cómo implementamos esas tecnologías pensando en el ciudadano.
El último día del evento, trató sobre todo qué va a pasar las nuevas tecnologías que se engloban dentro de lo que ahora llamamos metaverso o realidades inmersivas. ¿Cómo podemos hacer que el diseño sea inclusivo y sostenible? Este era un poco el leitmotiv. En el encuentro participamos unas 250 personas de todo el mundo para debatir, como digo, esos casos de uso.
¿Podría poner ejemplos de cómo las decisiones que se toman en esos espacios afectan a la población?
La cuestión es cómo hacer que la tecnología ayude a resolver situaciones de crisis que estamos viviendo, como pueden ser cosas tan elementales como los incendios que está habiendo en zonas de mucha sequía, como toda la zona del Mediterráneo, Turquía o California. A través del uso de los datos, se puede hacer una prevención de incendios y como trabajar en pruebas piloto a través de las cuales la tecnología sea utilizada para un bien común.
¿No cree que desde las instituciones a veces se pone el foco en encontrar soluciones tecnológicas a problemas que se arreglarían con más recursos? En el caso de los incendios, de prevención y de personal.
Hay que trabajar en paralelo y cada institución tiene que tener su rol. Por ejemplo, cuando nos confinamos por la pandemia, evidentemente era importante que nuestros hijos fueran alimentados y tuvieran vivienda. Pero también era importante que pudieran seguir estudiando. Nuestro mensaje aquí es que esta transformación digital es imparable y lo que está provocando es una división de la sociedad entre aquellos que viven en un mundo conectado y aquellos que viven en un mundo desconectado.
La inclusión digital debe ser una prioridad en todas las agendas políticas, ya sea de gobiernos locales, regionales, estatales o supranacionales. Mi perspectiva es que vivimos en lo que yo llamo una emergencia digital que nos afecta en todas las esferas de nuestra vida cotidiana, desde cómo nos movemos por la ciudad, el teletrabajo, cómo nos comunicamos, la falta de materiales, el consumo de energía de las empresas de tecnología, la digitalización está en todo.
Si podemos llegar a hacer que esa predicción de datos se use también para servicios comunes, hay que empezar a trabajar y creo que tenemos capacidad como manos para llegar a todo. Haya que mitigar los impactos negativos de esta transformación digital, como la brecha digital. No solo la de acceso, si también la que se da por razones de género, edad o capacidades. Tenemos que hacer que la tecnología nos beneficie a todos y sobre todo, no deje a nadie atrás.
¿Cree que los gobiernos ya han tomado conciencia de los problemas que lleva aparejada la digitalización?
Es verdad que hace unos años nadie estaba priorizando abordar estos dilemas como la brecha digital, la discriminación algorítmica, la desigualdad de oportunidades por cuestiones de tecnología, todos estos desafíos que ahora se han amplificado. No digo que nadie los abordara, que quede claro, pero no eran prioritarios. Todos somos muy conscientes que con la pandemia hemos tenido que no solo digitalizar. Es mucho más rápido desde el sector público, evidentemente la pequeña y mediana empresa, pero también como ciudadano para seguir con nuestra actividad mínimamente cotidiana
Esa preocupación está llegando a unas instituciones que hasta hace relativamente poco no abordaban el tema de la inclusión digital. Lo que no puede ser es que, por ejemplo, la tecnología te discrimine por ser mujer, o por ser de otro color de piel, o por tener una cierta creencia religiosa. Como eso está pasando, creo que hay que actuar porque es que si no, quizá sí que resolveremos el tema de los bomberos en un momento determinado, pero a largo plazo los desafíos serán inabordables.
La emergencia digital es una realidad que además, si la sabemos solventar, podemos resolver otras emergencias como la propia emergencia climática. Detrás de la responsabilidad tecnológica también hay una responsabilidad en la sostenibilidad del planeta. Como el tema de los materiales, que es esencial, pero también por el consumo energético del sector tecnológico que es muy elevado. Es algo que la propia tecnología puede revertir siendo más eficiente y trabajando hacia la economía circular, hacia el uso de las energías renovables, etc. En la tecnología está el riesgo y la oportunidad para reducir el impacto del cambio climático.
Ha mencionado que en el encuentro del Foro Económico Mundial también se trabajó sobre el metaverso. Es un término que recibe muchas críticas por usarse para vender proyectos que están aún muy lejos de materializarse.
Totalmente. A veces las palabras no hacen justicia, ya que se está utilizando el nombre de metaverso para meter muchas tecnologías en un mismo saco. Al final son estas nuevas tendencias tecnológicas que tienen que ver con la realidad inmersiva, realidad aumentada y evidentemente, el metaverso, del que todavía no sabemos lo que va a llegar. En el encuentro hubo una exhibición de dispositivos, desde mi perspectiva, espectaculares, de todo aquello que puede ser esa realidad inmersiva. Lo trabajaron mucho con el mundo empresarial más americano y académico-universitario, con unos estudiantes de Harvard que mostraron distintos dispositivos en los que estaban trabajando. En ningún caso era una exhibición del cachivache, sino sobre todo de hasta dónde pueden llegar con ellos y de la necesidad de discutir hoy de la ética y la responsabilidad que hay en el en el diseño de ese metaverso.
Lo experimenté en primera persona. Nos mostraron realidades inmersivas para volar, para caer por un precipicio, para interactuar con personajes digitales. Pero también me mostraron cómo me atacaba un señor y hacía un acoso virtual, con palabras malsonantes y agresiones. Me sentí agredida y viví esa experiencia que personalmente yo no he vivido en redes, pero que todos hemos visto cómo funciona. Lo hacían para que fueras consciente del daño y los perjuicios que puede haber también en ese metaverso. Es necesario reflexionar sobre los límites y sus códigos éticos, que no sólo se hable de estándares técnicos.
¿Qué opina de las críticas que inciden en que es una tecnología que ampliará la extracción de datos personales con propósito comercial?
Tenemos que ser conscientes del uso que las empresas hacen de nuestros datos y creo que la pandemia ha ayudado algo en ese objetivo. Es muy recomendable la lectura de libros como el de Carissa Véliz. Yo intento siempre verlo desde el lado positivo positiva y creo que ahora es mucho más frecuente que la gente se niegue a dar sus datos personales, cuando antes era un problema que nadie se planteaba. Dábamos todos nuestros datos y los dábamos todos. Hasta el carnet de identidad.
Toda esta información es lo que se ha utilizando de forma poco ética, esa es una realidad y por ello ha sido necesaria una nueva regulación. Creo que Europa, dentro de todo el escenario, ha avanzado mucho en la protección de datos, que por cierto, estados como California o la India están tomando como referente para sus propias normativas de privacidad. El objetivo es no volver a ir tarde como nos ha pasado con los desarrollos actuales.
Pero también hay que recordar que hay ejemplos del uso de datos en sentido contrario, como los datos médicos, que han servido para mejorar enormemente la medicina. También hay otros ejemplos como Blablacar, que ha trabajado en la dirección que utilizar los datos de forma absolutamente transparente y no con un modelo estrictamente de monitorización de nuestra información.