¿Qué tienen en común una británica que sangra por los ojos y un ruso que asiste a su propio funeral? ¿Qué une a la azafata que mantenía relaciones sexuales en sus vuelos con el restaurante vegano que fue cerrado por servir carne humana? Lo que une a estas historias es que millones de personas las han visto en televisiones o periódicos de todo el mundo. Otra cosa que las cuatro tienen en común es que nunca ocurrieron. Son falsas.
“¿Por qué los medios de comunicación producen este tipo de información?”, se pregunta Diego Salazar (Lima, 1981) en esta entrevista con eldiario.es. Y aunque el periodista peruano asegura que preferiría no entender por qué medios serios también publican estas historias, dice tener una respuesta clara: “Lo hacen porque esperan obtener visitas con esas 'noticias' y que estas se traduzcan en dinero publicitario”.
Son, precisamente, algunas de estas 'noticias' las que le sirven para analizar las luces y las sombras del periodismo. Lo hace en No hemos entendido nada (Debate, 2019), un ensayo sobre cómo las redes sociales e Internet han sacudido las redacciones de todo el mundo, revolucionando la forma en la que se consume y se produce la información. Para ello, disecciona los pilares sobre los que se asienta el modelo de negocio periodístico, estudia los procesos de desinformación y se pregunta cómo los medios pueden recuperar la atención de los usuarios. “Los periodistas hemos vivido durante mucho tiempo en una superioridad moral frente a nuestra audiencia”, critica Salazar en conversación con este diario.
¿De dónde surge la idea de este libro?
La idea de No hemos entendido nada surge de una columna que tuve el último año que trabajé como editor multiplataforma en el diario Perú21. Conversando con el director, me propusieron escribir algo porque creían que era bueno que tuviera mayor presencia en el periódico. Cuando tienes un cargo de responsabilidad, con 70 personas a tu cargo, reuniones constantes y lidiando con el departamento comercial, es muy complicado sacar tiempo para hacerlo. La columna se llamó 'No ficción' y la planteé como una puerta de entrada para lo que me interesaba y sobre lo que estaba leyendo, algo que echo mucho en falta en el columnismo en nuestro idioma.
Buscabas cubrir un vacío.
Sí, pero también quería amortizar mis lecturas, que iban desde las memorias de un escritor de discursos hasta el papel de Facebook como fuerza dominante en la industria mediática. Entonces había una serie de columnas que apuntaban en esa dirección: reflexionar sobre de qué forma las redes sociales e Internet estaban configurando la manera en la que consumimos y producimos información. Se lo comenté a los responsables de la editorial en España y en Perú, y me animaron a escribir un libro sobre el tema. Pero lo que nació como un proyecto de un año acabó alargándose porque me obsesioné con ello. Además, tuve que hacer un viaje a EEUU para cubrir las elecciones que acabaría ganando Donald Trump.
Y eso cambió el proyecto original.
Llevó a una transformación y a una parálisis. Una de las cosas que demostró la victoria de Trump fue, precisamente, aquello sobre lo que estaba investigando: que había cambiado cómo se consume y cómo se produce la información. Tras las elecciones, volví a Lima y decidí que ya estaba cansado de trabajar en Perú21 y de toparme todos los días con una pared...
¿En qué sentido?
Mira, en eldiario.es ustedes armaron la nave para lo que hacen ahora, y eso te da una agilidad y una capacidad de maniobra que no tiene un medio tradicional que nació en el mundo offline y ha tenido que adaptarse al periodismo online. En el diario en el que trabajaba no tenían esa agilidad que requieren los nuevos tiempos. Me sentía frustrado porque a la vez que analizaba la industria mediática, tenía que lidiar con comerciales y gestores que no entendían el mundo digital... Todo lo que estaba descubriendo y aprendiendo me decía que tenía que huir de ese diario cuanto antes.
Después de dejar Perú21 me costaba mucho seguir trabajando en el libro, así que creé un blog, nohemosentendidonada.com, que era como una forma de engañarme y obligarme a escribir. El blog era un borrador, una libreta de apuntes en la que volcarlo todo.
Dices en el libro que los periodistas cometimos dos errores: no supimos ver que el periodismo también era entretenimiento y no entendimos que las formas de consumir información estaban cambiando.
Hay que entender, y esto se nos ha olvidado, que los medios eran una industria extremadamente rentable hasta hace muy poco. A finales de los años 90, la alta rentabilidad de los diarios permitía que estos pudieran dejarse llevar por la corriente, sin necesidad de innovar y sin entender muy bien cómo funcionaba su negocio. Los periódicos funcionaban entonces como pequeños monopolios o duopolios locales, y eran la principal salida publicitaria para un amplísimo abanico de negocios: desde El Corte Inglés hasta la familia que ponía una esquela. Esto hizo que los medios no estuvieran preparados no ya para la revolución digital, sino para cualquier eventualidad que fuera a revolucionar su negocio. Cuando llegó el cambio digital, los medios de comunicación estábamos en bragas.
¿Por qué no supimos verlo? ¿Vivíamos en una burbuja?
La disrupción que supuso la llegada de Internet fue exactamente igual en medios de comunicación en todo el mundo, con alguna salvedad temporal. Internet aparece en las redacciones y se les encarga a tres o cuatro que sabían algo de ordenadores que empezaran a trastear con ello, diseñaran páginas web y publicasen en la red el contenido que se estaba produciendo para el papel. Las webs de la inmensa mayoría de medios fue, durante mucho tiempo, una suerte de hemeroteca de los que se producía para el papel. Lo curioso es que si hablas con cualquier periodista de cualquier país que haya vivido aquellos tiempos, como Gumersindo Lafuente o Borja Echevarría en España, te dirán que las redacciones sentían un profundo desprecio por lo que estaban haciendo. Ese desprecio, desgraciadamente, sigue estando ahí a día de hoy en muchos medios de comunicación tradicionales.
Seguimos en la burbuja.
Sí. Hace poco conversé con el editor del diario El Tiempo por una nota ridícula que habían publicado y que decía que Nostradamus había anticipado en el siglo XVI el incendio en la catedral de Notre-Dame. Cuando le pregunté por qué habían publicado esa nota, que era totalmente falsa, me contestó: “Ah, eso es el puntocom”. Hay que ser justos y remarcar que mucha gente no es así, pero esa es una mentalidad que sigue vigente porque los que tienen el poder en los grandes medios de comunicación en nuestro idioma no han sabido adaptarse y no han entendido el cambio que hemos vivido.
Dices en No hemos entendido nada que ese cambio en el negocio también tiene que ver con un cambio en la forma en la que se consume información.No hemos entendido nada
Va unido a eso y a cómo ha cambiado la forma en la que los periodistas producen esa información. El problema es que el cambio ha ocurrido como pasan muchas cosas en una redacción: simplemente porque ocurren, porque estamos metidos en la gestión del día a día y nadie se para a reflexionar en por qué hacemos las cosas como las hacemos. Actuamos de una determinada manera porque siempre lo hemos hecho así o porque alguien empezó a hacerlo y nadie pensó en cambiarlo. ¿Por qué carajo hay horóscopos en los periódicos? ¿Por qué los medios digitales cogen contenido que no pueden verificar en las redes sociales para hacer una noticia y devolverlo a las redes? No tiene ningún sentido.
Leyendo algunas historias que recopilas en el libro y en el blog, como la de la chica que sangra por los ojos o la del ilustrador que supuestamente diseñó portadas para la revista New Yorker, queda claro que los medios no siempre verifican lo que publican. Todas esas historias llamativas, que se cuelan en medios de todo el mundo, suelen ser falsas.la de la chica que sangra por los ojosla del ilustrador que supuestamente diseñó portadas para la revista New Yorker
Hay dos elementos clave que los periodistas tenemos que volver a poner sobre la mesa: el contexto y la verificación. Una nota periodística que no aporta un contexto y que no haya podido ser verificada, no es una noticia; será igual que lo que hacen el 99% de los usuarios que están en redes sociales. Pero todo esto, y vuelvo otra vez a ello, tiene que ver con que no entendemos el modelo de producción de una noticia y con que no entendemos nuestro propio modelo de negocio.
¿Por qué se publican contenidos que no han podido ser verificados?
Primero hay que tener en cuenta que el volumen de noticias producidas a día de hoy por una marca periodística es infinitamente superior al que se producía hace diez o quince años. A esto hay que sumarle una crisis gigantesca que obliga a un solo periodista a hacer el trabajo que antes hacían cinco redactores. Y esto lleva a que para poder satisfacer el caudal informativo se relajen los controles periodísticos. Antes contratábamos un servicio de agencias para cubrir toda aquella información que no teníamos manos para producir, pero hasta las agencias están fallando en los procesos de verificación. También tiene mucho que ver en que los periodistas nos hemos acostumbrado a que si un medio publica algo...
Lo damos por bueno.
Sí. Mira, cuando estaba en Perú21 una de las cosas que más me chocaba y en la que más empeño poníamos era en que los periodistas cogieran el teléfono. Antes de publicar cualquier cosa, aunque lo haya dicho el Papa, coge el puto teléfono y llama y averigua. Me da igual que lo haya publicado El País, tienes que verificar todo lo que puedas. Hemos olvidado que parte de nuestro oficio es dudar de todo y es ese olfato que te lleva a tratar de rastrear y descubrir de dónde sacó la información el periodista que firma una noticia.
Un ejemplo de esto es el famoso muerto que resucitó el día de sus exequias y al que la agencia EFE dedicó uno de sus cables. ¿De dónde sacó esa información, que luego publicaron otros medios en español, la periodista de la agencia EFE? Buscando una respuesta a esa pregunta te das cuenta de que el responsable de la principal agencia de noticias en nuestro idioma lo único que hizo fue citar mal una noticia que publicaron medios rusos. Lo que muchos periodistas parecen no querer entender es que no se puede desdeñar la verificación. No vale decir que lo que vamos a publicar es para el online, ni que es una nota de color, de cultura o de estilo de vida. ¿Por qué van a confiar los lectores en lo que decimos sobre Pedro Sánchez, Donald Trump o Vladimir Putin si no somos capaces de verificar algo tan simple como una falsa predicción de Nostradamus?
¿Qué esperan conseguir al publicar esas notas sin contexto ni verificación?
Visitas. Piensan que esas visitas que se generan gracias a estas historias llamativas, y al resto de noticias, se van a traducir en dinero publicitario, pero ya sabemos que esa relación no es cierta. Ningún medio del mundo puede vivir del dinero de la publicidad programática porque es ínfimo y porque, como bien explica Ben Thompson, además del “monopolio de la atención” de la gente, los periódicos han perdido el poder de decisión sobre el stock de los espacios publicitarios. Antes era un gerente el que decidía el número de páginas con las que se iba a imprimir el periódico y qué espacio iba a ocupar la publicidad: si se necesitaba más espacio para un anuncio, o se ampliaban las páginas o los periodistas escribían menos.
La vieja máxima de que los periodistas escriben en el hueco que dejan los anuncios.
Claro, pero pensábamos que era una broma. No era una broma, era absolutamente cierto, y que pensáramos eso es una muestra de lo poco que entendíamos nuestro negocio. Hoy en día esos espacios publicitarios son infinitos, e intentar producir más para conseguir más publicidad solo sirve para que caiga el precio de la publicidad porque en Internet hay los ojos que hay, no hay más.
Durante 200 años, la relación entre los medios y los anunciantes fue una relación muy exitosa y nos dio todo lo que es ahora el periodismo desde el punto de vista de la industria periodística. El modelo de pago por anuncio tuvo mucho éxito cuando la gente estaba dispuesta a pagar un periódico que le fuera útil. Gracias a esa información de utilidad, a ese paquete informativo, teníamos la atención de la gente. Y gracias a que teníamos esa atención, podíamos alquilársela a los anunciantes.
¿Cómo perdieron los medios de comunicación ese “monopolio de la atención”?
Porque Internet y las redes sociales han hecho que la oferta de entretenimiento aumente, e insisto en que el consumo de información también es una forma de entretenimiento. Muchos periodistas piensan que los ciudadanos se levantan por la mañana, se preparan un café y un cruasán, y se sientan a leer noticias porque entienden que es su deber cívico, pero eso no ha pasado nunca. La gente lee un periódico porque les entretiene, no para cumplir con un deber que los periodistas creemos que deben tener los ciudadanos responsables.
Hasta principios de los 2000, las noticias iban dentro de un paquete informativo que ofrecía unos servicios fundamentales para la vida en sociedad; el diario te daba eso y te daba información de corte noticioso. Los periódicos ofrecían un abanico de opciones y contenidos, te ofrecían algunas cosas esenciales para tu vida diaria. Una cosa tan simple como ir al cine suponía comprar un periódico para ver qué había en la cartelera. Si analizas la información que los medios publican a día de hoy en Internet y distribuyen en redes sociales, verás que la mayoría de ese contenido no tiene ningún valor noticioso. Ninguno, absolutamente ninguno.
Entonces, ¿para qué las producimos?
Son intentos para captar la atención de los usuarios de las redes sociales. De hecho, un importante porcentaje de esas “noticias” consiste en empaquetar el contenido que han hecho los usuarios de esas redes y que pueden tener un valor estrambótico o llamativo. Los utilizamos como anzuelos para captar a más usuario de nuevo en redes sociales.
¿Crees que la falta de verificación y de contexto en los medios tiene algo que ver con que hayamos convertido en un icono de la profesión a Ryszard Kapuscinski, que no siempre se ajustó a los hechos?
[Silencio] Sí... Si lees lo que he escrito sobre él, queda claro que soy bastante crítico con esto, lo que me ha generado muchas discrepancias enconadas con gente que sigue pensando que Kapuscinski es un modelo a seguir. Me hace mucha gracia esto porque era evidente, tras leer la biografía de Artur Domoslawski [Kapuscinski non fiction] y seguir la pista de varias cosas que publicó, que su periodismo dejaba bastante que desear... Pero eso ocurre también con Gabriel García Márquez, uno de los autores más importantes en nuestra lengua en los últimos 200 años: buena parte de su periodismo era fruto de invenciones, y de hecho él mismo se reía de ello.
Siempre ha habido gente que ha querido traspasar esta frontera. Estoy convencido de que hay muchas piezas míticas del periodismo, tanto en español como en inglés, que difícilmente sobrevivirían a una verificación de datos como la que hace New Yorker o como puede hacer uno si se pone en serio desde su casa con un ordenador y un teléfono en la mano... Lo que sí podemos decir es que antes había, y esto no es una disculpa, una cierta conciencia de que se estaba haciendo algo mal. Hoy en día nadie se plantea qué es lo que se está haciendo mal porque, además, no hay ninguna reflexión previa sobre lo que se venía haciendo mal a este respecto. Si yo veo algo en un periódico o en un informativo, asumo que lo que me están contando es cierto. Si la BBC publica la historia de una muchacha inglesa que sangra por los ojos, mi primera reacción es pensar que es cierta, pero lees un poco más y empiezas a dudar. Desde entonces, sigo con mucha atención lo que hace la BBC... No salgo de mi asombro, en realidad. ¿Cómo es posible que puedan convivir ahí reportajes fantásticos sobre la guerra en Siria con ese tipo de información que lo único que consigue es hacerme dudar de lo otro?
¿Le ha faltado autocrítica al periodismo?
Sí, ha faltado mucha autocrítica. Los periodistas hemos vivido durante mucho tiempo en una absurda superioridad moral frente a nuestra audiencia y no hemos hecho aquello que predicábamos. No aplicamos la misma vara de medir y no perseguimos en nosotros mismos, en nuestro propio trabajo, los fallos o imprudencias que publicamos y que cometía la clase política, económica o social. Hemos estado en shock y no hemos sabido reaccionar. Y mientras estamos haciendo todo esto, los periodistas estamos dando grandes discursos sobre buenas prácticas periodísticas y establecemos alianza de fact checking global. Todo eso suena muy bien, pero fíjate en qué carajo estás haciendo en tu propia redacción...
Me gustaría que hubiera mucha más crítica en los medios; es algo que ya no existe y que ha existido muy poco. La transparencia por parte de los medios hacia su audiencia no ha sido nunca la norma y eso es un error. Nos falta eso, que en un momento de cambio y de transición como el que estamos viviendo sería clave para entender que el paradigma ha cambiado y que no se pude seguir haciendo periodismo como se hacía a principios de los 2000.