En Facebook se usan más de 700 millones de emojis cada día y en el mundo, alrededor del 7% de los mensajes que enviamos contienen al menos uno. El porcentaje forma parte de las conclusiones a las que llegaron un equipo de investigadores de las universidades de Michigan (EEUU) y Pekín (China), que analizaron más de 6.000 millones de mensajes en redes sociales durante 2017. También descubrieron que de los 1.281 emojis existentes por aquel entonces, solo se usaban de forma frecuente 119.
Cada año aparecen nuevos emojis. En 2019 se incorporarán 230, entre los que se incluyen un gofre, el mate o los perros guía. En 2018 se añadieron 157 y en 2017 fueron 51. Como la tendencia va al alza, entre los especialistas que se dedican a estudiar el uso de los emoticonos en el lenguaje se ha producido un pequeño cisma últimamente: por un lado se encuentran los que consideran a los emojis como una lengua visual emergente, capaz de sustituir a la escritura en el futuro, y por otro están los que creen que no hay peligro. Agnese Sampietro, investigadora en la Universidad Jaume I de Castellón, es de las segundas.
“Realmente la lengua tiene mucha capacidad de codificación. O sea, con unos pocos sonidos podemos crear una cantidad increíble de palabras y sin embargo, cuando nos comunicamos por imágenes, necesitamos una para cada concepto que queremos expresar”, explica a eldiario.es Sampietro. La especialista, cuya tesis gira en torno a los emojis y su uso en la comunicación actual, es tajante: “Hay cosas que no se pueden expresar con imágenes, como por ejemplo el paso del tiempo”. Sampietro considera que los emojis, hoy por hoy, “todavía están muy ligados al texto al que acompañan”.
En los últimos años, los lingüistas, los antropólogos y los psicólogos han tenido que ponerse de acuerdo para estudiar el fenómeno. Entre las conclusiones más destacadas está la de que usamos los emojis de manera similar a como usamos los gestos a la hora de hablar con alguien. También, Sampietro recuerda que fue en 2014 cuando supimos que los emoticonos transmitían emociones, “al menos en el caso de algunos básicos como la sonrisa :) o incluso la carita triste :( ”.
Vemos caras donde no las hay
No solo emociones, también rostros humanos. El investigador Carlos Gantiva de la Universidad de los Andes (Colombia) presentó a finales de junio un estudio en el que demuestra que nuestro cerebro reacciona a los emojis de caras de manera similar a como lo hace cuando identifica una cara. “Esto ocurre porque el emoji tiene unos rasgos, la nariz y la boca, que le hacen al cerebro verlo de forma más impactante incluso que un rostro humano”, explica Gantiva a este medio.
El proceso que lleva a cabo nuestro cerebro es el siguiente: primero identifica una cara, luego procesa el emoji y finalmente vuelve a concentrarse en el rostro. “Es como si estuviéramos engañando al cerebro”, continúa el investigador. Durante un instante, el cerebro cree estar viendo una cara cuando en realidad se encuentra ante un dibujo. Según Gantiva, esto ocurre porque estamos “sobreespecializados en la identificación de rostros” debido a la evolución.
“La primera forma de comunicación, que de hecho aún permanece, está en ver el rostro de la otra persona: así identificas si tiene miedo, ira, tristeza...”, explica el investigador. Nuestro cerebro tiende a ver caras donde no las hay: es un fenómeno denominado 'pareidolia' y que todos hemos experimentado alguna vez. ¿Recuerdan haberle puesto caras a las nubes? Era pareidolia, exactamente lo mismo que sufrió María Gómez Cámara, la vecina de Bélmez (Jaén) que dijo haber visto un rostro humano mientras cocinaba en su casa una mañana de agosto de 1971 y que más tarde dio lugar a lo que popularmente se conoce como Las caras de Bélmez.
“Los emojis lo que hacen es explotar esa sobreespecialización que tiene nuestro cerebro”, concluye el investigador colombiano, que califica a los emojis como algo “transcultural”. Sin embargo, los emojis no tienen un significado unívoco siempre, sino que varían entre los individuos y el país en el que se estén consumiendo. Si no, que se lo pregunten a los japoneses y a los estadounidenses.
Diferentes culturas, mismos emojis, varios significados
No está claro si fue en 1995 o 1997, pero lo que es irrefutable es que fue Japón la cuna de los primeros emojis. “Tienen una vinculación directa con el manga y los animes”, continúa Sampietro. La investigadora recuerda el revuelo que se armó en 2009 con el primer conjunto de emojis estandarizados por Unicode, el consorcio que determina las reglas a la hora de incluirlos en Android e iOS: “Los americanos no querían poner un emoji que representase a un excremento. Pero los japoneses se empeñaron porque para ellos evocaba un personaje de Dr. Slump [un manga] conocidísimo”.
Si piensan en el manga japonés les vendrán a la cabeza los típicos dibujos con los ojos supergrandes. Sampietro cuenta que “la tradición de los emoticonos textuales” aparece reflejada también en los kaomojis, “donde la expresión emocional se transmitía preferentemente haciendo referencia a los ojos”. Pero últimamente se están “occidentalizando”, según la experta, debido a algunos malentendidos. Pone otro ejemplo: “Hace unos años había un emoji que representaba una carita que parecía que estuviese apretando los dientes y tenía los ojitos cerrados. Los asiáticos no tenían ningún problema en entender que eso estaba relacionado con una emoción positiva, ya que en muchos personajes del manga y del anime eso es alegría o goce. Sin embargo, los occidentales veíamos la boca, que no tenía la comisura de los labios hacia arriba, y no la reconocíamos como una expresión de risa”. Finalmente fue modificado.
Otros países también han tenido problemas a la hora de reconocer el emoji del melocotón como un melocotón, ya que en algunos como Australia, EEUU, Irlanda o Jamaica, entre otros, lo asocian al trasero. O la llama a estar “caliente” en vez de al fuego. La berenjena es otro de los emojis que causan controversia, ya que donde unos ven una simple hortaliza otros ven una referencia sexual. “Cuando nosotros interpretamos las imágenes también hacemos referencia a nuestro bagaje cultural. Y entonces, algo que para nosotros nos resulta superllamativo, igual para otra cultura no lo sería tanto”, explica Sampietro.
En los lenguajes cuyo alfabeto está compuesto a base de pictogramas como el chino o el japonés, la investigadora lo tiene muy claro: “En el mundo oriental hay mucha tradición de poesía visual, justo porque sus propios caracteres, su propia manera de escritura contempla más lo visual”. En cambio, en el alfabeto latino o el cirílico, la dicotomía entre lo visual y lo textual se hace mucho más patente. “Todo este debate sobre si puede haber una regresión y volvemos a los jeroglíficos en Oriente no lo tienen. Para ellos, escribir por imágenes no es ningún tipo de regresión, somos nosotros los occidentales los que aún tenemos la influencia del positivismo”, concluye Sampietro.