Mark Zuckerberg y su batería de promesas tienen un solo objetivo: que los políticos no metan mano en Facebook

Facebook revisará su política de protección de datos. Facebook pondrá en marcha herramientas para aumentar la seguridad de la información privada de sus usuarios. Facebook no permitirá que empresas malintencionadas vuelvan a utilizar su plataforma para hacer el mal. Facebook permitirá el acceso a sus bases de datos personales de cada usuario para que estos las revisen y, si lo desean, las borren. Facebook empleará inteligencia artificial y contratará miles de moderadores para detectar y eliminar noticias falsas y propaganda política disfrazada. Mes y medio después del escándalo de Cambridge Analytica, a Mark Zuckerberg le ha dado tiempo a hacer muchas promesas.

No obstante, cuando The Guardian y The New York Times probaron tras meses de investigación que Donald Trump había intoxicado las elecciones estadounidenses de 2016 gracias a Facebook, su primera reacción fue callar. No hubo peticiones de perdón, no hubo demandas contra los los periodistas, no hubo alegaciones de ignorancia del problema. El fundador y consejero delegado de la mayor red social del mundo no usó ninguna de las plataformas a su disposición para su defensa o la de su compañía.

Fueron cuatro días en los que medios de comunicación de todo el mundo se sumergieron en el escándalo y en los que Zuckerberg consideró que no tenía nada que aportar.

Salió a la luz cómo una empresa mercenaria, ni mucho menos la única que se dedica a intentar manipular el debate político online, había conseguido injerir en las elecciones de la mayor potencia mundial. Se conoció que Zuckerberg supo casi desde el primer momento que algo tan simple como un test de personalidad usado para fines oscuros consiguió hacer aflorar el problema de fondo de su red social: la disfuncionalidad de Facebook como estructura política y la opacidad de todo lo que ocurre tras el pulgar levantado.

Cuando por fin habló, a través de un post en su red social, Zuckerberg empezó la carrera. Entró en una campaña electoral muy especial, ya que no solo buscaba convencer a los ciudadanos. También a aquellos con poder para pinchar su globo y  que, por primera vez, habían sentido en sus carnes los daños que puede causar su gigante con pies de barro. Un bombardeo de promesas con un objetivo: convencer a la clase política internacional de que sigue siendo capaz de autorregularse sin supervisión.

La carrera por evitar la regulación 

Renata Ávila es abogada especialista en materia de derechos digitales. Asesora a varias asociaciones en todo el mundo, entre ellas a la World Wide Foundation, fundada por el inventor de la web, Tim Berners-Lee, con el que lideró una campaña para promover el respeto a los derechos humanos en la era digital. Su opinión personal es que Zuckerberg se ha limitado a intensificar el lobby que llevan a cabo todos los gigantes digitales para seguir operando en un limbo legal.

“Las compañías están aterrorizadas ante posibles litigios. Están haciendo lo posible para cambiar los ánimos de los legisladores y de las autoridades para que no hagan lo que procede, que es examinar con detenimiento estos abusos masivos de los derechos fundamentales para detectar aquellos espacios donde no exista la legislación y corregirlos”, explica. “Por eso Mark está en esta maratón de distraer y disuadir a aquellos que están tomando el liderazgo para legislar las fallas del sistema, ante los primeros indicios de una constelación de problemas que están por venir”.

La abogada guatemalteca advierte de que “la serie de anuncios semanales” de Zuckerberg no representa sino “soluciones momentáneas a problemas muy serios, distrayendo la atención de la cuestión central: el modelo de negocio que tienen la mayoría de los gigantes tecnológicos, de explotación del usuario y de cada uno de sus datos”. 

Como si de un videojuego de plataformas se tratase, Zuck corre de izquierda a derecha de la pantalla, saltando los obstáculos que se le van planteando. Gana tiempo. Para Ávila, el final del nivel no le queda ya demasiado lejos. “Intenta que llegue el verano y que se nos olvide todo este escándalo. Que pase la tormenta”. 

Puedo prometer y prometo 

Pese a dejar gestos un tanto extraños, Zuckerberg superó el examen de su comparecencia ante Senado y Cámara de Representantes de EEUU. De hecho, aprovechó la exposición mediática mundial para intentar que fueran sus promesas las que ocuparan los titulares y no los problemas políticos que entraña que su compañía sea el único vehículo que utilizan muchos ciudadanos para ejercer su derechos fundamentales en la red (o el descorazonador desconocimiento acerca de qué es Facebook y cuál es su negocio que mostraron muchos legisladores estadounidenses con sus preguntas).

“La actitud de Zuckerberg era como la de un adolescente que se dice responsable de mantener una casa, pero luego los padres llegan tras el fin de semana y ven el destrozo que ha hecho”, opina Víctor Sampedro, catedrático de Opinión Pública en la Universidad Rey Juan Carlos. “El problema es que ese destrozo implicaba la pérdida de soberanía en unas elecciones presidenciales y la injerencia de actores externos”.

“Todo eran promesas de poner en marcha una serie de reformas. Promesas que no se suelen ligar a un tiempo de cumplimiento y tampoco a unos mecanismos para supervisar dicho cumplimiento. Volvía a pedir autocontrol, algo que no se puede dejar a un adolescente que ha demostrado inconsciencia y falta de iniciativa ante una serie de riesgos de su plataforma. Riesgos de los que tenía constancia y noticia firme”, recuerda el catedrático. Ninguna de esas promesas, señala, será efectiva si Facebook no se abre a la supervisión externa. 

Como CEO de Facebook, las promesas de Zuckerberg responden a una decisión empresarial. Tras un escándalo como el de Cambridge Analytica éstas se inclinan a aumentar la protección, al igual que pueden debilitarla cuando recobre una posición dominante. Es lo que ha sucedido con su anuncio de subcontratar a miles de moderadores de contenidos en todo el mundo, como los 500 que –según publica Cinco Días habrá en el centro de detección de Barcelona, solo dos años después de deshacerse de su equipo de moderadores subcontratados en EEUU.

Aquello ocurrió en agosto de 2016. El partido republicano había elevado una queja formal después de que se hiciera público que ese equipo de moderadores estaba interceptando “rutinariamente” noticias de carácter conservador. En noviembre de aquel año Donald Trump ganó las elecciones apoyado en una estrategia de intoxicación del debate online gracias, en parte, a noticias falsas de carácter conservador que Facebook no interceptó.

“Los monopolios cerrados como Facebook son una amenaza constante al bienestar de la población y las libertades individuales”, denuncia Sampedro, autor de Dietética Digital (Icaria), donde propone un proceso de racionalización del uso de las redes equiparable a la elaboración de un menú para una alimentación sana. El catedrático coincide en que “ha llegado el momento de plantear que la industria digital necesita una legislación que vele por los intereses públicos y por los derechos fundamentales que se están viendo amenazados, como la propia imagen, la privacidad o el derecho al conocimiento verdadero, veraz, de la cosa pública”.

Multinacionales digitales o la fórmula de la Coca-Cola

El maratón de promesas de Zuckerberg no se queda en los políticos. También ha hecho lo propio con los editores de medios de comunicación de EEUU, otro de los grupos de poder en el centro de la narrativa sobre injerencia electoral. A ellos, en un encuentro privado, les prometió “miles de millones de dólares” de inversión en inteligencia artificial para interceptar noticias falsas y propaganda política camuflada. Pese a que la reunión era off the record y, de hecho, se llama OTR, Zuckerberg permitió a los periodistas publicar ciertas partes de ella. Sus promesas de redención con inteligencia artificial, concretamente.

“A mí, la verdad, lo de la inteligencia artificial me ha llegado al alma”, responde a eldiario.es Mariluz Congosto, investigadora experta en las relaciones que se establecen en redes sociales para la búsqueda de información y miembro del grupo de telemática de la Universidad Carlos III. “La inteligencia artificial es una ciencia, pero tú no puedes fiarlo todo al automatismo. Que los algoritmos sean oscuros y no sepas lo que hacen produce desconfianza. ¿Qué es lo que seleccionan para mostrarte? Lo pueden hacer con buena voluntad, pero si se equivocan no podemos saber por qué se equivocan”, denuncia.

La investigadora pone en el centro la opacidad en la que se manejan los gigantes digitales. Sus algoritmos, que determinan cómo y por qué suceden determinadas cosas en sus plataformas, son alto secreto. Este lunes, la Electronic Frountier Foundation, organización de referencia en la defensa de los derechos digitales, ha pedido “transparencia” a Facebook, Google y el resto de compañías digitales. En concreto, les insta a aclarar públicamente cuáles son sus mecanismos para censurar comentarios de los usuarios, publicar cuántos post desactivan y por qué, así como implementar políticas de reclamación.  

“Si su afán es que no haya cosas extrañas, ¿por qué no puedes seleccionar ver en tu timeline únicamente lo que tú sigues, como ocurre por ejemplo en Twitter? Eso sí que sería un signo de buena voluntad. Que tu pudieras elegir la información en crudo o la información cocinada”, propone Congosto.

Congosto y Sampedro coinciden en las posibles soluciones. Piden llevar las leyes antimonopolio al ciberespacio y educación sobre vida y cultura digital. “Necesitamos infraestructuras e iniciativas públicas en el ámbito digital que compitan con la iniciativa privada, como ha ocurrido con los medios tradicionales”, señala el catedrático.

Renata Ávila, por su parte, señala que las promesas de Zuckerberg no deben hurtar a la sociedad el debate sobre las grandes multinacionales digitales. “Es una discusión que no estamos teniendo. Las compañías tecnológicas están generando efectos sociales y políticos mucho más allá de la cuestión sobre la legítima empresa, tener un negocio, lucrarte con él, etc.”, expone. Un debate que, como el de la contaminación ambiental, atañe a todo ciudadano: “Este es otro tipo de contaminación social que puede derivar en problemas serios de legitimidad de procesos electorales, problemas de acoso, autoestima en adolescentes… La conversación no solo atañe a Facebook y la gente enojada con Facebook”.