Ángela Benavente estudió lenguas modernas en la Universidad Autónoma de Madrid. Habla inglés, francés y chino. Apasionada por los idiomas, la sucesión de empleos precarios le llevó a dar un vuelco a su carrera y aprender otra forma de comunicación: el lenguaje de programación. Está a punto de terminar un curso intensivo de desarrollo para web, con la esperanza de unirse al 13% de programadoras en activo que hay en nuestro país, de acuerdo con datos oficiales.
Según el INE, el 80% de los españoles y españolas entre 20 y 30 años que encontrarán un trabajo en un futuro inmediato lo harán en posiciones que serán o bien totalmente nuevas o de reciente creación. Los 'bootcamps', cursos intensivos que preparan en 9 y 12 semanas para la inserción laboral en el mundo digital, son una opción a la que recurren muchas personas que no necesariamente poseen conocimientos en las distintas ramas de programación informática, como son diseño, desarrollo web o análisis de datos.
Noelia Carrión ya ha conseguido formar parte de ese pequeño porcentaje de mujeres que se dedican a la programación. Trabajó intermitentemente como periodista durante tres años, y poco a poco se fue interesando por el periodismo de datos. Harta de la inestabilidad y la precariedad laboral, decidió apostar por un 'bootcamp', y al poco tiempo encontró trabajo como analista de datos en una consultora tecnológica. “Me requirió mucho sacrificio y esfuerzo”, explica. “No fue fácil abandonar una profesión a la que ya me dedicaba por circunstancias de precariedad”, dice, aunque afirma estar muy contenta con su decisión. “No tenía 'background' tecnológico y es un reto, no dejo de aprender”, afirma.
La rapidez formativa que ofertan los 'bootcamps', unida a la alta demanda de programadores informáticos, son incentivos para quienes desean cambiar radicalmente su trayectoria, bien sea por la precariedad u otros motivos. Cristina Martín quería ser psicóloga clínica, pero acabó trabajando en recursos humanos. “No es donde yo quería terminar, estaba harta y siempre había tenido curiosidad por estudiar algo relacionado con la informática”, explica. Sin embargo, no sabía por dónde empezar, pues no podía permitirse dejar su empleo para iniciar estudios de grado o FP. Hasta que descubrió que en 12 semanas podía dar un vuelco a su futuro laboral.
El coste de los 'bootcamps', ofertados por el sector privado, oscila entre los 5.000 y 7.000 euros, aunque existen becas que permiten cubrir parte del precio. En el caso de Adalab, destinado especialmente a mujeres paradas de larga duración o en riesgo de exclusión social, todas las alumnas disfrutan de becas parciales y hay dos becas totales para las mujeres en situación muy precaria que no puedan dejar de generar ingresos durante el curso intensivo. El requisito, tanto en Adalab como en la mayoría de 'bootcamps', para los que normalmente no se exigen conocimientos previos más allá de superar pruebas básicas de admisión, es una dedicación exclusiva.
“Son seis horas de curso, y luego al menos cuatro horas más por tu cuenta, en casa”, explica Ángela. El camino es duro e intenso, aunque hay resultados: según Adalab, la inserción de sus graduadas está en un 95%, un 81% con contrato indefinido. Eso sí, los programas solo están destinados a mujeres de menos de 39 años. “Hay dos madres con niños pequeños en mi promoción, se puede conciliar aunque con mucho esfuerzo”, asegura Ángela. Una de ellas es Sara Rojas, una periodista 'freelance' de 32 años que decidió reinventarse en el mundo de la programación web y aspirar, según sus propias palabras, a “una mejor conciliación y mejor salario de base que el que he tenido en el periodismo”.
Disminuir la brecha en el sector digital
Tanto Ángela como Cristina, ambas alumnas de Adalab, coinciden en que lo mejor de escoger un curso solo para mujeres es el entorno de trabajo. “Hay compañerismo, complicidad y mucho respeto”, dicen. Además, la metodología participativa y el carácter intensivo del programa contribuyen a que las alumnas estrechen lazos.“Quiero seguir manteniendo el contacto con mis compañeras, apoyarnos una vez acabe esto”, sonríe Ángela, que ya piensa en unirse a alguna comunidad de mujeres desarrolladoras como R-Ladies, que organizan eventos para apoyar a las mujeres en el sector.
“Mucha gente se sorprende o incluso se molesta cuando dices que estás en un curso solo de mujeres, pero ahí están las estadísticas”, asevera Cristina, que cree que la discriminación positiva es necesaria. “Lo he visto cuando trabajaba en recursos humanos, es una realidad que no hay mujeres en el sector tecnológico”. Noelia coincide, es la única mujer en su equipo de trabajo. “Tengo la misma responsbilidad que mis compañeros hombres y cobramos lo mismo”, puntaliza. “Percibo un cambio, creo que las propias empresas son cada vez más conscientes de que faltan mujeres en el sector tecnológico”.
En España, la presencia femenina en el ámbito de las tecnologías de la información (TIC) apenas ha aumentado en casi 20 años, pasando del 33% en 1999 al 37,4% en 2017. Según el Libro Blanco de las Mujeres en el Ámbito TecnológicoLibro Blanco de las Mujeres en el Ámbito Tecnológico, publicado por la Secretaría de Estado para el Avance Digital, las mujeres suponen el 53,2% de los graduados universitarios, pero solo el 18,6% de los graduados en estudios tecnológicos, y solo el 15,6% de los trabajadores con perfil técnico del sector digital.
“Las mujeres no nos terminamos de acercar a la programación porque no tenemos referentes”, señala Noelia. “No me imaginaba trabajando programadora porque no conocía a mujeres que lo hicieran. Ahora sí las conozco, y también estoy yo, es un círculo que hay que alimentar”. Cristina, Sara o Ángela quieren seguir sus pasos y reinventarse como profesionales en un entorno donde serán minoría, parte de una gigantesca brecha que comienza a forjarse con los estereotipos de género en la infancia. “Creo que poco a poco se va normalizando nuestra presencia en este sector tan masculinizado, las mujeres nos vamos abriendo camino”, concluye Cristina.