El monopolio es la condición de todo negocio de éxito“. ”Los monopolistas mienten para protegerse. Saben que jactarse de su gran monopolio invita a ser auditados, escudriñados, atacados“. ”Mediante la creación de nuevas tecnologías reescribimos el programa del mundo“. A pesar de que sus ideas son claves para entender la raíz del problema, el nombre de Peter Thiel no suele aparecer en el debate global sobre el poder de las multinacionales digitales. Él lo ha querido así.
Si ansiara atención podría haber intentado impulsar el coche eléctrico, llevar personas al espacio o hacer que el cerebro humano controle un ordenador con sus pensamientos. Es lo que hizo Elon Musk después de estrechar la mano de Thiel hace justo 20 años, en marzo de 2000, para rubricar la fusión al 50/50 de sus dos empresas y fundar Paypal. Pero a diferencia de Musk, que con el dinero de Paypal lanzó Tesla, SpaceX y Neuralink, Thiel se convirtió en un personaje oscuro, de esos que manejan el tipo de poder que permite llevar a la quiebra a un medio de comunicación por atreverse a publicar que eres gay. Lo que él desarrolló fue Palantir, una empresa de big data que al principio hizo espionaje para EEUU y ahora se sospecha que prepara herramientas para manipular a la opinión pública, y metió el dinero en fondos de capital riesgo para financiar las startups que él selecciona. Una de ellas fue Facebook, donde Thiel se quedó como jefe de la junta directiva.
Dado su gusto por el perfil bajo, es posible que hoy día Thiel considere un error publicar su libro 'De Cero a Uno. Cómo inventar el futuro'. Ni siquiera lo escribió él, sino un estudiante de Standford que asistió a un curso suyo en 2012 y tomó notas con tanto detalle que cuando Thiel comprobó el éxito que tenían en Internet, lo más fácil fue encuadernarlas y cobrar por ellas. En aquel curso Thiel explicó por qué riega de millones a una startup y no a otra. La principal y casi única razón es su potencial para convertirse en un monopolio. Resulta chocante visitar sus ideas ocho años después, cuando toda la sociedad se ve obligada a resolver el futuro de desinformación, ciudades gentrificadas, trabajadores precarizados y adicción a las notificaciones que esas startups inventaron.
Al grupo de multinacionales tecnológicas a las que se acusa de mantener monopolios se las conoce como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft). Puede parecer contradictorio hablar de monopolio con unas siglas que incluyen a cinco empresas distintas, pero ese acrónimo podría hacerse incluso más largo en los próximos años. La clave es que aunque todas sean multinacionales digitales, no compiten entre ellas. No consiguieron sus monopolios compitiendo en un sector y absorbiendo a su competencia, sino desarrollando mercados completamente nuevos. Se basaron en una de las cuatro leyes que dictó Thiel para que sus startups eviten la competición a toda costa: el efecto red.
En el mundo real, llegar el primero a un mercado da una ventaja considerable, pero no es decisivo. Cualquier competidor puede aparecer con un producto mejor o más barato y desbancarte. Internet funciona diferente. Si todos mis amigos están en Facebook, ¿qué sentido tiene migrar a otra red social? Si Amazon tiene cualquier producto que se fabrique en el mundo, ¿por qué comprar en cualquier otro tipo de tienda? “El efecto red hace del producto un producto más útil a medida que más gente lo utiliza”, detallaba Thiel. La concentración de usuarios convierte a estas empresas en un cuello de botella del sistema capaz de imponer sus reglas a todos.
El sector que dominan puede resultar muy evidente, como el de Google, que con su buscador, Maps y YouTube controla la mayor ventana al conocimiento de la que dispone la humanidad y provocó que el diccionario Oxford recogiera la palabra “googlear” como sinónimo de buscar información. O mucho más abstractos, como el de Apple, que maneja las cuatro leyes de Thiel para instaurar un monopolio (tecnología propia, economía a escala, marca y el citado efecto red) para ofrecer productos “que constituyen una categoría en sí misma”. Uno no se compra un móvil, se compra un iPhone.
Uber, que aspira a sumar su sigla a las GAFAM, es un buen ejemplo para entender el proceso. Cualquier startup es deficitaria al principio, pero Uber quema dinero como ninguna otra empresa en toda la historia. Pierde unos 1.000 millones de dólares cada tres meses desde hace años, con récords como el del segundo trimestre de 2019, cuando fueron 5.200 millones. Eso no evita que los inversores le sigan inyectando dinero sin mirar atrás. Su valor no tiene nada que ver con la posibilidad de que gane el conflicto con el taxi, sino con la capacidad de su tecnología para monopolizar el transporte urbano. Hoy trabaja con coches, patinetes y repartos. Ya está probando coches autónomos y vehículos voladores. Practica una economía a escala, tiene tecnología propia y marca. Cuando consiga el efecto red en cualquiera de esos campos habrá llegado a la meta.
Lograr ese monopolio es El Dorado digital. Por eso las GAFAM son las cinco firmas más valiosas del mundo, según Forbes. La estadística ni siquiera está relacionada con el dinero que ganan. Ford, la marca número 48 de ese mismo ranking, ingresó el doble que Facebook en 2018. Pero la empresa de Zuckerberg vale seis veces más. Cualquiera puede vivir sin Ford. Pero infinidad de empresas, partidos políticos, ONG y asociaciones de todo tipo no podrían sobrevivir sin Facebook.
“Somos testigos de que en una amplia gama de sectores, ya sea en las búsquedas online, las redes sociales, el comercio electrónico o los sistemas operativos móviles, solo un puñado de empresas concentra la capacidad de controlar el mercado” expone a eldiario.es Monique Goyens, directora general del BEUC, la institución que agrupa a 43 asociaciones de consumidores de 32 países europeos. “Ese dominio no es un problema en sí mismo. Pero la competitividad, y por extensión los consumidores, sí se ven perjudicados cuando una de esas empresas abusa de su poder”, recalca.
Por alguna razón, las orejas del lobo no nos parecieron demasiado peligrosas al principio. De repente, un golpe de realidad llamado Trump mostró porqué es peligroso que un grupo muy pequeño de empresas dicte las reglas de lo que pasa en la red. “Las big tech se han convertido en instituciones de socialización digital”, explica Javier de Rivera, sociólogo e investigador especializado en nuevas tecnologías. “Las plataformas de Internet tienen normas y procedimientos, valores, una forma de entender el mundo, que influye decisivamente en la forma de relacionarnos. No hay más que ver cómo influye Facebook en las elecciones, Google en la visibilidad de los medios de comunicación o Instagram en la cultura de la imagen de la juventud”, prosigue.
“Su poder reta a los estados. Mientras que por ejemplo los bancos, el poder financiero, necesita la cobertura del Estado y hay una simbiosis entre ellos porque están obligados a entenderse, las compañías tecnológicas tienen una posición de poder sobre los poderes públicos. Eso hace que el Estado reaccione, y por eso reacciona específicamente hacia ellas”, expone De Rivera.
Los gobiernos llevan tiempo intentando atarlas en corto y controlar esta situación, pero dos de las leyes de Thiel hacen de ello misión imposible para cualquier país que no sea EEUU: su radical economía a escala hace que mantengan equipos minúsculos fuera de Silicon Valley, mientras que la tecnología propia que emplean puede dar servicio a mil personas o a 2.300 millones (cifras de usuarios activos mensuales de Facebook) con un coste marginal diminuto. Como también anticipó el fundador de Paypal, su defensa ante la acusación de monopolio también está muy bien engrasada. Google jamás admitirá que es un buscador, ni Facebook una red social. Ambas afirman que son empresas publicitarias porque es así como monetizan sus monopolios y porque es un sector donde operan infinidad de competidores, aunque ninguno pueda compararse a ellas. Es lo mismo que hace Amazon cuando dice que es un “marketplace” (como eBay o la tienda online de El Corte Inglés) y no el ultramarinos del mundo.
“Decir que Amazon es un monopolio es una burrada sin límites. Y Facebook, ¿cómo se puede decir que Facebook es un monopolio?”, se pregunta en conversación con eldiario.es José Luis Zimmermann, director general de Adigital, la patronal que defiende los intereses de estas empresas en España. Su organización se ha mostrado extremadamente crítica con la posibilidad de que se les aplique el impuesto diseñado para tasar su actividad. “¿Por qué? Porque rompe el mercado único digital europeo al actuar indiscriminadamente contra unas pocas empresas y porque va a tener un gran impacto en todos los agentes que operan en esos ecosistemas”. Según un análisis de PwC elaborado para Adigital, el impuesto mermará en 500 millones de euros los beneficios de las empresas que necesitan esos “ecosistemas” para sobrevivir.
Lo que piden las GAFAM, EEUU y Adigital (y han conseguido) es que el mundo espere a que la OCDE ponga de acuerdo a 136 países para fijar un impuesto de sociedades común, algo que en lo que esta organización lleva ocho años trabajando y se supone que ocurrirá a finales de 2020. Pretende impedir que ninguna multinacional tenga incentivos para tributar fuera de los países en los que opera. En el caso de las tecnológicas, su lugar preferido para tributar es Irlanda, que ha fijado tipos superreducidos para todas sus actividades. Para Zimmermann, este comportamiento no es equiparable a “romper” el mercado único europeo: “Lo que hace Irlanda, que también es legítimo, es decir que ellos bajan el impuesto de sociedades porque si no, nadie querría vivir allí. ¿Quién va a querer vivir en Dublín? Dublín no es Barcelona”.
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