¿Quién es Brittany Kaiser? El documental El gran hackeo, distribuido por Netflix, busca responder a esta pregunta durante casi dos horas y, spoiler, se queda a medias. Tampoco es culpa de Karim Amer y Jehane Noujaim, los directores de la cinta, pero Kaiser es un personaje difícil de ubicar, por decirlo de alguna forma. Un poco de contexto: pasó de ser becaria de la campaña electoral de Barack Obama a trabajar para Cambridge Analytica en favor del Brexit y la candidatura de Donald Trump. Después, declaró en contra de ellos y tras pasar una temporada alejada del mundo en Tailandia ahora vive en Ginebra (Suiza).
El nombre de Kaiser no aparece hasta pasados treinta minutos de documental, en una piscina paradisíaca -vegetación y vistas al mar incluidas- de una mansión. Una camarera lleva una copa de balón hasta el agua mientras suena música chill: se ve por primera vez a la protagonista, que no interrumpe su baño para hacer declaraciones. Quizá no sea la forma más simpática de presentar ante el público a una exdirectora de Cambridge Analytica con un pasado un tanto truculento y que, hasta la publicación del filme, era una desconocida para el grueso de la población.
“Aquí estoy: la persona que quiere desbancar a dos administraciones y a las empresas más poderosas de todo el mundo. Todo a la vez”, celebra mientras ríe y se baña en la piscina. También hace unos cuantos comentarios manidos sobre la importancia de los datos -“El recurso más valioso de la Tierra”; “Son el nuevo petróleo” (chupito)- para acabar desvelando por qué decidió dar el penúltimo volantazo en su vida personal y profesional: “No quiero seguir defendiendo a estos hombres blancos poderosos que obviamente no se preocupan por la mayoría”. Según cuenta, se empezó a cuestionar su trabajo cuando un amigo le preguntó si le parecía bien lo que hacía.
Mientras sale de la piscina, el documental presenta a Paul Hilder, tecnólogo político que dejó “todo lo que estaba haciendo” para trabajar con Kaiser. “Su correo y disco duro son un tesoro de información truculenta, y solo estamos arañando la superficie”, apunta Hilder mientras se mensajea con ella. Siguiente escena. Vuelven los paisajes paradisíacos, pero la extrabajadora de Cambridge Analytica cambia ahora la piscina por el yate. Allí está el tecnólogo político para entrevistarle sobre el efecto que tuvo la actividad de Cambridge Analytica, la empresa de la que fue vicepresidente Steve Bannon y que le convirtió en gurú de la extrema derecha internacional.
Aunque el negocio consistía en “identificar a la gente que considera diversas opciones” para persuadirles, Kaiser considera que esto no afecta al libre albedrío: “Al final van a ellos a votar y toman su propia decisión”. La sorpresa de Hilder es tal que le recuerda que le está entrevistando “como Brittany Kaiser, no como Cambridge Analytica”. Y reformula la cuestión.
-“¿Crees que Cambridge Analytica ha estado involucrada en la violación de los Derechos Humanos?”
-“No, pero insisto en que me empiezo a cuestionar muchas cosas cuanto más escucho. Toda mi carrera la he dedicado a luchar por los Derechos Humanos antes de esto. No hace tanto tiempo, solo una década”.
“Me hice más pija”
Kaiser entró en política de adolescente. Era 2008 y el aspirante demócrata Barack Obama representaba toda una referencia para ella. Entró como becaria del equipo que gestionaba -sorpresa- su cuenta de Facebook. Después trabajó para Amnistía Internacional y Naciones Unidas. Eso sí, le perseguía cierta frustración porque “no podía ver resultados de lo que hacía, no sabía si estaba malgastando el tiempo”.
Aquel momento de confusión llegó en 2014, a la vez que su primer encuentro con el jefe de Cambridge Analytica. Decidió que lo mejor para salir del paso era trabajar para ellos: “Me parecía muy emocionante trabajar para una empresa en la que se veía el impacto que tenía”. Empezó a ganar dinero a raudales y a cambiar sus hábitos -“Me hice más pija”- hasta el punto de acabar siendo parte de la Asociación Nacional del Rifle. “Solo para entender cómo piensa esa gente”, se excusa.
Durante la comisión que investiga la influencia de las noticias falsas en el referéndum del Brexit, también le preguntaron por esta cuestión.
-“Parece que cambió mucho de ser una becaria idealista en la campaña de Barack Obama a trabajar en una organización que mantenía contactos muy desagradables y redactar discursos para partidos políticos de extrema derecha. ¿Eso no le parecía incómodo?”
-“Creo que sí me cuestionaba la ética de todo esto, pero me habían ofrecido presentarme a clientes con los que me negué a reunirme, como Alternativa por Alemania o el partido de Marie Le Pen”.
-“¿Pero no con el UKIP?” [Partido de la Independencia de Reino Unido]
-“No con el UKIP”
En una escena posterior, Kaiser cuenta los problemas económicos de su familia. Así, asegura que pese a haber trabajado para Obama, Amnistía Internacional y la ONU, nadie le quería contratar. “Cuando tu familia pierde todo su dinero y la casa familiar; cuando tu padre pasa por cirugía neuronal y no puede volver a trabajar; tienes que trabajar para la gente que te paga”, dice afligida.
“No me puedo quedar callada solo porque voy a molestar a gente importante”, espeta a su madre al llegar a Londres para declarar ante la comisión. La conversación acaba derivando en que su progenitora no tiene dinero para pagar una factura y ella le ofrece hacerse cargo. Finalmente, esta le dice que no lo necesita “de momento”. Puede que relatado por escrito resulte un episodio extraño, pero en vídeo el asunto no cambia mucho.
5.000 entradas de datos por votante
Tras este repaso por el currículo de Kaiser, se vuelve a detallar cómo “los ingresos de Facebook provienen de la monetización de los datos personales de sus usuarios”, motivo suficiente para que se llevaran “la mayor parte del presupuesto de las campañas políticas”. O lo que es lo mismo, hasta cerca de un millón de dólares diarios para campañas personalizadas de Trump. Las 5.000 entradas de datos de cada votante estadounidense eran de gran ayuda. “No nos dirigíamos a todos los votantes por igual (...) Les bombardeábamos a través de todas las plataformas imaginables hasta que veían el mundo como nosotros queríamos; hasta que votaban a nuestro candidato”.
Ella misma lo define como un efecto boomerang: recogen tus datos y vuelven convertidos en forma de discurso político, cuando no de bulo. Una afirmación que casa difícilmente con la “propia decisión” de la que había hablado antes. No es la única vez que ocurre a lo largo de la cinta: acaba pidiendo que las psicografías de votantes tengan la misma consideración que las armas.
Ya es abril de 2018, el escándalo ha estallado y el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, acude al interrogatorio del Congreso de EEUU por la investigación a Cambridge Analytica. Mientras, Kaiser publica un artículo en el Financial Times con un título de lo más ilustrativo: Facebook debería pagar a sus 2.000 millones de usuarios por el uso de sus datos personales. “No veo la parte donde dice: ayudé a construir este monstruo que arrasó el mundo, nos llevará décadas recuperarnos de ello y me siento fatal”, ironiza al leerlo el profesor y tecnólogo David Carroll, encargado de la narración.
En El gran hackeo también se puede ver cómo Kaiser niega todo lo que va diciendo Zuckerberg ante el Congreso. Y mientras, el que fuera director de operaciones de Cambridge Analytica, Julian Wheatland, muestra su confusión por la actuación de la que fuera su empleada y amiga: “Cuando el mundo se pone patas arriba, la gente se comporta de distintas formas. Puede que ni ellos sepan por qué hacen lo que hacen”.
En esos días, The Guardian revela que Kaiser se reunió con Julian Assange para hablar sobre las elecciones estadounidenses. “Trabajé para Cambridge Analytica cuando tenían datos de Facebook, viajé a Rusia una vez mientras trabajaba para ellos, visité a Assange mientras trabajaba para ellos, hice una donación en bitcoins a Wikileaks y formé parte de la campaña de Trump”, relaciona Kaiser que, en cambio, lamenta que “todo esto hace que parezca que estoy metida en una locura enorme”. “Lo veo y no lo puedo rebatir”, continúa, para replantear: “Puede que tenga que repensarme la forma en la que he hecho las cosas en los últimos años”.
La publicación del artículo en el periódico británico no le gusta del todo, se agobia y decide marcharse de Washington al momento. “Coco Mademoiselle me hace sentir mejor, por lo menos huelo bien”, sonríe aliviada mientras disfruta del perfume y abandona la ciudad. Una semana después vuelve porque quiere seguir cooperando en la investigación del fiscal Mueller. “Mientras estábamos contando los votos, no pensaba que algunos de ellos fueran de gente que había visto noticias falsas en su Facebook pagadas por Rusia”, apunta antes de comentar que “puede que solo quisiese creer que Cambridge Analytica era la mejor”.
“Puede” quizá sea la expresión verbal más usada por Kaiser a lo largo de la cinta. Y “me enfado conmigo misma por estar en una reunión así y no dimitir inmediatamente después” lo más cercano a la autocrítica.