¿Cuánto estaría dispuesto a pagar por charlar con sus seres queridos difuntos? Por desasosegante que resulte la oportunidad, está ya casi disponible. Como algo salido de las pesadillas de un guionista de Black Mirror, varias empresas desarrollan sistemas que permiten chatear con los muertos.
No es ciencia ficción, aunque pueda parecer una distopía; y está muy lejos de ofrecernos copias en metal y plástico de nuestros finados. Pero crear un sistema que nos proporcione la vívida sensación de estar conversando con una persona, aunque haya fallecido, no sólo es posible sino que resulta relativamente sencillo. Bienvenidos al nuevo mundo de la necrotertulia mediada por la tecnología, un negocio con fascinantes raíces filosóficas y no pocos quebraderos de cabeza futuros.
Todo lo vivo muere. Es una verdad indiscutible que nos hace iguales a todos. Los humanos, seres dotados de memoria y de imaginación, sufrimos cuando esto le ocurre a algún ser querido porque somos capaces de recordar cuando estaba vivo y de imaginar lo que podría ser si lo siguiese estando.
Durante milenios hemos tratado con reverencia a nuestros muertos, distinguiendo sus cuerpos del resto de los cadáveres del reino animal: es probable que ya en la Sima de los Huesos de Atapuerca, hace medio millón de años, algunos de nuestros antepasados separasen los cuerpos de los suyos; y desde entonces hemos cavado tumbas, erigido estelas y monumentos y diseñado elaboradas ceremonias funerarias.
En las películas de Hollywood aparecen a menudo tópicos que cualquier cultura reconoce: el marido, esposa o hijo que habla con la lápida de su ser querido fallecido o el de la carta que el agonizante deja como medio de comunicación más allá de la tumba. Desde siempre hemos honrado a los muertos y hemos imaginado hablar con ellos. Lo que pasa es que hasta ahora no había tecnología para hacerlo.
Hablando con los muertos
Entra Replika, creada por la treintañera rusa Eugenia Kuyda a partir de un experimento personal. En 2015 un simple accidente de tráfico en Moscú acabó con la vida de su amigo Roman Mazurenko, su mentor de fascinante personalidad y estrella de la movida tecnoemprendedora rusa. Kuyda –por entonces trabajaba en una startup en San Francisco dedicada al uso de chatbots como asistentes educativos– sufrió la pérdida y pronto descubrió que echaba de menos las largas conversaciones con Mazurenko vía mensajes de texto.
Siendo esto Silicon Valley a principios del siglo XXI, la emprendedora rusa decidió que este problema se podía resolver con tecnología. Utilizando todos los mensajes que guardaba de su amigo, Kuyda entrenó una red neuronal de tal modo que pudo crear un chatbot capaz de mantener una conversación que responde, razona y bromea como el difunto Roman Mazurenko. Según la leyenda de la compañía y de acuerdo con su carácter, una de las primeras frases del bot-mazurenko fue: “Tienes en tus manos uno de los rompecabezas más interesantes del mundo: resuélvelo”.
No es el único proyecto. El programador y periodista James Vlahos cuenta en el número de agosto de Wired su construcción de un 'Papá-bot' a partir de los recuerdos grabados y archivados por su padre en los últimos meses de una enfermedad terminal. Y si se conocen dos es probable que existan decenas de otros bots en construcción, en startups en fase furtiva, esperando para salir al mercado. Los casos conocidos, de hecho, tienen cierto aire de globos sonda o pruebas de concepto; si la reacción es positiva, la oferta aumentará.
El avance es mucho más significativo de lo que parece porque se trata de los primeros y muy imperfectos ejemplos de otro tópico de la ciencia ficción: la persona convertida en software que vive dentro de un ordenador. Un ser humano en forma de simulación informática capaz de reaccionar como lo haría el original a cualquier situación que se le presente; un programa cuyas respuestas sean indistinguibles de las que daría la persona en la que se basa.
Alimentados de conversaciones en mensajes de texto o de grabaciones de recuerdos, los actuales ejemplos no pueden ser más que pálidas versiones, ecos remotos del original. Por muy avanzada que sea la Inteligencia Artificial que los impulsa estos primeros chatbots son muy limitados debido a los pobres datos que los alimentan.
¿Serán personas o máquinas?
Pero esto cambiará en el futuro: los mismos sistemas que se pueden usar para conectar un cerebro a un ordenador podrán algún día, “leer” el estado completo de un encéfalo y grabarlo para que sirva de base a una IA. En teoría esto podría producir un facsímil informático de una persona: un programa con todos los recuerdos y conexiones que hacen de esa persona alguien diferente que fuera capaz de responder a cualquier pregunta o cualquier situación exactamente como el original.
Para entonces tendremos un problema; o mejor dicho, varios. ¿Será esa copia o simulación una persona viva, con derechos y obligaciones legales o será esclavizable? ¿Qué pasa si el original no desaparece y disponemos de múltiples versiones? ¿Podemos enfrentarnos a un futuro en el que ciertas personalidades son en la práctica inmortales? En el fondo, versiones de una pregunta fundamental: ¿es un programa informático que reacciona como una persona concreta, a su vez, una persona? Los juristas del futuro inmediato van a tener trabajo.
Por el momento lo que tenemos es una startup con un producto inquietante en el mercado: la posibilidad de construir versiones truncadas de nuestros seres queridos a partir de su presencia digital con las que poder mantener conversaciones de texto. Una especie de monumento digital a la personalidad de un difunto, quizá poco más que un paso adelante respecto a las lápidas digitales que ya conocemos. Pero que abre otras posibilidades que invitan al desasosiego. Abundan las probabilidades de que algo salga mal, porque en este caso mezclamos sentimientos con máquinas, dos categorías que no se llevan demasiado bien.
Puede que en el futuro acabemos charlando con normalidad con personalidades electrónicas, vivas o muertas, unas o múltiples, sin problemas ni consecuencias desagradables. Aunque para ello deberíamos pasar por encima de la instintiva reacción de desazón que nos provoca la idea y empezar a tomar en serio este tipo de proyectos, para pensar en cómo prepararnos. Porque hablar con los muertos ya no es ciencia ficción.