“Las redes sociales no muestran nuestra verdadera apariencia, sino aquello que queremos que la gente vea de nosotros. Los filtros de Instagram son solo una capa más dentro de esta realidad paralela”, explica Anna de 21 años, quien afirma que antes de subir una fotografía de su cara a las instastories, tiene que añadirle un filtro sí o sí.
Instagram lanzó su propio catálogo de filtros en la primavera del 2017 en un intento de competir con Snapchat que, por aquel entonces, era la única red social que nos permitía hablar a cámara con rasgos caninos o vomitando un arco iris. Sin embargo, aquella inocente toma de contacto con la irrealidad, poco a poco, se ha ido convirtiendo en el código de comunicación que domina el contenido efímero. Lo que comenzó siendo un coqueteo con una corona de flores o unas orejas de conejo va camino de convertirse en un canon estético más que nos aleja de aceptarnos reales e imperfectos.
“¿Que por qué recurro a los filtros? Básicamente, porque me veo más guapa. Me gusta utilizar aquellos que simulan algún arreglo estético o un tipo de maquillaje concreto. Como normalmente no me maquillo mucho, utilizo los filtros para no subir una foto a cara lavada porque me veo horrorosa y siempre pienso que más de una persona me juzgaría”, relata María de 27 años.
De manera similar, Teresa, de 28, reconoce que,a día de hoy está tan acostumbrada a utilizar filtros en sus fotografías que se sentiría muy insegura si subiese una instantánea sin ellos. Eso sí, en su caso particular, establece una línea roja respecto a los filtros que simulan operaciones estéticas y sólo se decanta por aquellos que mejoran ligeramente su aspecto: “Utilizo los filtros que me ayudan a suavizar la piel. Es decir, esos con los que mi cara sigue siendo la misma, pero donde salgo con menos ojeras, manchas o granos”, subraya.
El auge de los filtros y la penetración de estos en las stories de los usuarios a los que seguimos viró hacia la perfección y la belleza irreal cuando el verano de 2018 Kyle Jenner lanzó su propia máscara de realidad virtual. Este filtro te permitía hacerte un selfie o hablar a cámara con la piel más lisa, los ojos maquillados y unos labios más voluminosos. De repente, como si se tratase de un espejo mágico, Instagram nos devolvía una imagen perfecta de nosotras mismas. Una versión mejorada por inteligencia artificial que a pesar de ser totalmente irreal y difuminar nuestros rasgos, encajaba en la idea de perfección promovida por los cánones de belleza imperantes.
“Recuerdo que hace unos años no usábamos tanto los filtros. Creo que hoy por hoy se nos está yendo un poco de las manos porque al final los filtros difuminan nuestra verdadera apariencia. De hecho, ahora, lo que más me llama la atención (y también me da un poquito de envidia) son aquellas personas que se atreven a subir fotografías de su cara sin ningún tipo retoque a Instagram”, añade Teresa.
Al igual que les sucede a Teresa y a María, Anna también reconoce cierta dependencia a la hora de mostrar su imagen en redes sociales. A pesar de aceptar su propio físico, la inercia hacia la perfección en la que se mueve el relato en redes termina abocándola a los filtros: “Creo que la gran diferencia respecto al pasado reside en que ahora, siempre me hago las fotos con filtros. No es que me vea fea sin ellos, es que inconscientemente ya no me doy la opción de no hacerlo” y añade que, a su vez, le fascina la diferencia que inconscientemente hacemos entre stories y feed. “Mientras tengo normalizadísimo ver selfies todo el rato con el efecto de Kendall y Kylie Jenner en las instastories, ver lo mismo en la feed me parece incluso antinatural”.
Anécdotas como las anteriores ejemplifican que internet está cambiando no sólo la forma de comunicarnos, sino también de comportarnos e incluso de construir nuestra propia identidad en el marco digital. El auge y la expansión de los filtros ha llegado incluso a despertar el interés de la ciencia. En septiembre de 2019, la Universidad John Hopkins publicaba los resultados de un estudio que relacionaba directamente el uso de redes sociales y aplicaciones de retoque fotográfico con la predisposición a la cirugía estética.
Aunque la investigación se llevó a cabo hace casi ya tres años, algunas de las conclusiones pueden resultar interesantes de cara a valorar el contexto actual donde los filtros están mucho más presentes que en el 2019. Así, de un total de 260 participantes con una edad media de 24 años, solamente el 13% utilizaban las aplicaciones de retoque fotográfico como VSCO Cam o Photoshop para mejorar su aspecto físico. Sin embargo, fue precisamente ese 13% el grupo que más aceptación presentó respecto a la cirugía estética.
Una realidad confirmada también por la Sociedad Española de Cirugía Plástica y Estética que, tras realizar una encuesta entre sus cirujanos, observaron que el 10% de los pacientes interesados en cambiar su aspecto físico lo hacen influenciados por la imagen que obtienen de sí mismos en un selfie. Según recoge la propia web la entidad médica, “1 de cada 10 pacientes recurre a un cirujano plástico influido por la difusión masiva de imágenes de sí mismo y la consiguiente opinión de otras personas sobre ellas”.
Sara Villoria, psicóloga y creadora de Psicología Riot, explica que los filtros en sí mismos no resultan un problema y señala directamente a las máscaras creadas para modificar nuestro aspecto físico y devolvernos una imagen más canónica: “Los filtros de belleza”, o como creo que podríamos llamarlos, “filtros del canon de belleza” son en realidad efectos, generalmente dirigidos a mujeres, creados para modificar nuestro rostro y aspecto físico, ciñéndose a todas esas características que conforman lo que socialmente se ha construido como bello (pero también como válido y adecuado). Esto hace que resulte casi inevitable que aquello en lo que nos transforma pueda sentirse “como una mejor versión” de nosotras mismas y derivar, por tanto, en que creamos que nuestra apariencia real es peor. Manejarse posteriormente con esas sensaciones y percepciones de una misma puede no ser nada fácil en nuestro mundo, donde la opresión de las mujeres a través de la belleza está a la orden del día“, explica.
En esta línea, hace tan sólo unas semanas, la periodista Elena Rue denunciaba en redes sociales las consecuencias psicológicas del uso y el abuso de los filtros estéticos. Basándose en su propia experiencia, Elena hablaba de lo peligroso que puede llegar a ser que “en tan sólo tres minutos una aplicación móvil tenga la capacidad de borrar todas las irregularidades” que genera un problema cutáneo como la dermatitis que actualmente ella misma padece: “La magia no existe y no hay filtro belleza para la vida real. No es sano compararme con una versión de mí que no existe. No es sano que para sentirme, ya no bien, sino aceptable, tenga que editar por completo cómo se ve mi piel en realidad. Sobre todo porque me estoy diciendo a mí misma que la versión real de mí no es suficientemente buena ni para mí ni para mostrarla a los demás. Ni mi piel ni la de nadie necesita un filtro belleza para verse bien, lo que necesitamos es acabar con unos cánones de belleza tan jodidamente irreales que nos hacen verla mal”, opinó.
Una postura con la que de alguna manera coincide la psicóloga Sara Villoria: “La vida y lo real nada tienen de perfecto. Adaptarse a las reglas del juego que imperan en las redes sociales, es decir, obligarnos a mostrar de manera constante una imagen procesada de nosotras mismas, además de ser tremendamente agotador puede generarnos la falsa ilusión de que la vida y los demás son eso, cuando en realidad somos diversas, asimétricas, variables e imperfectas”, subraya y añade que “aun así, es difícil escapar de estos aprendizajes de género y del deseo de querer encajar ante a la mirada de los otros. Nos lo han enseñado desde muy pequeñas y esta idea se ha visto reforzada a través de las imágenes, las historias y los productos que consumimos involuntariamente en la moda, publicidad, etc”.
Sin embargo, aunque la mayoría de testimonios en relación con los filtros son relatados por mujeres, algunos hombres también sufren la dependencia que pueden llegar a despertar estos recursos digitales. Este es el caso de Jesús, de 28 años: “Aunque al principio los usaba muy poco o elegía solamente los que eran en plan gracioso, ahora los uso a todas horas. Creo que cada vez estamos más acostumbrados a vernos con filtros y ahora lo raro es ver a alguien sin ellos. Yo mismo estoy tan habituado a mi cara con filtro que, a veces, no me veo bien en las fotos normales que me hago con la cámara. Algo que antes no me pasaba”, comenta y añade que “la perfección que vemos todo el tiempo en Instagram sólo es alcanzable a través de esos filtros”.
Por último, Marco, también de 28 años, confiesa que utiliza los filtros para expresarse de forma diferente en sus redes sociales. En la feed de su Instagram podemos ver una fotografía donde Ibai Llanos aparece abrazándole gracias a la inteligencia artificial u otra donde recurre a un filtro de emojis tristes que le permite trasladar en un solo selfie la pena que siente al volver de sus vacaciones de verano.
Así, en su caso particular y a diferencia de Jesús, no existe una dependencia como tal a los filtros estéticos, un recurso al que casi ni acude: “Utilizo los filtros de Instagram porque me parecen graciosos. Subo stories y fotos con y sin filtro indistintamente. En todo caso diría que el 90% del contenido que subo es sin filtros. Sin embargo, sí percibo que hay cada vez más gente incómoda con su propia imagen que recurre a ellos para ocultar pequeñas inseguridades”, apunta y añade que, desde su punto de vista “el uso de los filtros no está vinculado al género. Yo lo veo como algo personal, relacionado con la imagen que cada uno de nosotros quiere proyectar al mundo. Se me ocurren pocas cosas mejores que subir una foto con un Ibai Llanos gigante abrazándote”, matiza.
“Más que decidir si deberíamos o no usar los filtros deberíamos reflexionar acerca del posible impacto que el uso de estos efectos puede tener sobre nosotros. Respondernos ”sin filtro“ a estas preguntas puede llevarnos a tomar una postura más beneficiosa con nuestra autoestima, ayudarnos a elegir qué uso queremos hacer de las redes sociales y qué trato nos vamos a dar dentro de ellas”, concluye la psicóloga Sara Villoria.