En según qué casos, y sobre todo en según qué países, entender los motivos que llevan a un whistleblower whistleblowera denunciar determinada situación, a pesar de poner en riesgo su puesto de trabajo o incluso su vida, podría parecer sencillo: no en vano la recompensa ante tanta valentía puede llegar a alcanzar una cifra astronómica.
Sin embargo, el dinero no siempre es el principal motivo para que un denunciante actúe. Especialmente en lugares en los que, como en España, no se contempla pago alguno. Tanto en unos casos como en otros, lo que empuja a los whistleblowers no se compra ni es material: la principal razón es su fuerte sentido de la justicia y de la imparcialidad, los cuales están por encima de la lealtad que pueden llegar a tener hacia sus jefes.
Al menos, así lo asegura un estudio llevado a cabo por investigadores del Departamento de Psicología del estadounidense Boston College. En él se explica que la decisión de denunciar o no una irregularidad depende de un dilema moral en el que la escala de valores de cada uno entra en juego de forma determinante. Así, todo dependería del valor que un denunciante le dé a dos cuestiones: la justicia y la lealtad. “Cuando el valor que le damos a la justicia aumenta es más probable que haya una denuncia, mientras que cuando la lealtad es mayor, la denuncia de irregularidades es menos probable”, explican los responsables de la investigación.
“Muchos denunciantes tienden a ser personas que sienten que tienen algún tipo de misión superior”, explica Adam Waytz, uno de los autores del estudio. “Algunos tienen un verdadero sentido de patriotismo y algunos tienen incluso un sentido de religiosidad. Son personas que sienten una mayor lealtad hacia la sociedad que la lealtad que sienten hacia la organización a la que pertenecen”.
Es así como se explican algunos de los casos más llamativos en el mundo del whistleblowing. Uno de ellos es el archiconocido Edward Snowden (que habría renunciado a una “vida cómoda” y un jugoso sueldo como empleado de la NSA), que no parecía buscar beneficio alguno al levantar el felpudo de las agencias de espionaje estadounidenses. “Estoy dispuesto a sacrificarlo todo porque no puedo tener la conciencia limpia y permitir que el Gobierno de los Estados Unidos acabe con la privacidad, la libertad en internet y las libertades básicas de personas de todo el mundo con ese sistema de vigilancia masivo que están construyendo en secreto”, llegaría a afirmar el propio Snowden en una entrevista a The Guardian en 2013.
No obstante, no solo de Snowden vive el altruismo en el mundo de los denunciantes, ya que son muchos los que han puesto en riesgo su modo de vida por luchar contra alguna ilegalidad sin ganar nada a cambio. Es lo que sucedería en 2016 con el denunciante Eric Ben-Artzi, quien destapara que el Deustche Bank había ocultado pérdidas por valor de más de 1.500 millones de dólares (cerca de 1.300 millones de euros al cambio actual) durante la crisis financiera: rechazó una recompensa de 8 millones de dólares (poco más de 6,5 millones de euros) de la Comisión de Bolsa y Valores estadounidense porque el caso había acabado tan solo con una multa a la compañía y sin sanción alguna para los ejecutivos responsables de la irregularidad.
Así, estos y otros casos habrían sido motivados por algo mucho más valioso que el propio dinero y que ya desvelaba un estudio llevado a cabo años atrás y publicado en el New England Journal of Medicine. En él se analizaban los motivos que llevaban a los denunciantes de la industria farmacéutica a actuar contra las irregularidades de las compañías del sector. ¿Cuáles eran esas razones? En ningún caso el beneficio económico: “la integridad, el altruismo, la seguridad pública, la justicia y la autopreservación” serían los motivos que empujan a los denunciantes, según este estudio.
De hecho, el estudio llevado a cabo desde el Boston College señala que el pago de recompensas podría llegar a ser contraproducente. ¿El motivo? Recibir grandes cantidades de dinero podría hacer aún más cruda la reacción de aquellos que rodean al denunciante. Tal y como señala Waytz, los compañeros del whistleblower podrían llegar a pensar que el denunciante “solo lo hace por el dinero”. Así, un premio económico podría terminar siendo un argumento más para que el denunciante frene sus intenciones o, en cualquier caso, manchar la reputación de los whistleblowers. “Algún principio superior debe guiar la decisión de informar sobre una fechoría”, sentencia en un artículo el propio Waytz.
Así, este psicólogo señala que no deberían abolirse las recompensas monetarias (que, al fin y al cabo, es el dinero con el que el denunciante y sus abogados podrían llegar a hacer frente a la batalla judicial contra una compañía), pero sí que debería fomentarse más una cultura más amistosa hacia los propios whistleblowers. ¿Cómo? Con sistemas de denuncia sencillos y, sobre todo, una justicia eficaz.
No obstante, tampoco hay que olvidar que no todo es heroicidad en el acto de una denuncia o la revelación de alguna irregularidad. Si bien es cierto que hay casos en los que el altruismo prima sobre el resto de cosas y otros en los que, simplemente, la recompensa es el principal atractivo, no son estas las únicas razones que mueven a un whistleblower. Al fin y al cabo, colaborar con la justicia o delatar a otros puede ser el motivo de una rebaja de tu propia condena.
Es lo que sucedería hace tan solo unos meses en relación con el caso Gürtel: el exsecretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, se ahorraría tres años de cárcel en la petición de penas de la fiscal por su confesión. Por su parte, uno de los responsables de la trama, Francisco Correa, vio cómo su petición de penas pasaba de 22 años de cárcel a tan solo 7 años y 3 meses. Todo por tirar de la manta y colaborar a la hora de esclarecer los hechos que rodeaban a la Gürtel.
Así, no siempre es el dinero el que manda en el modo de actuar de un denunciante. Ya sea por una cuestión de sentido de la justicia o por el mero deseo de rebajar su propia pena, no todas las recompensas del whistleblowing se cuentan en billetes.