Cuatro lecciones de la gripe de 1918 que se pueden aplicar al brote de coronavirus
Se calcula que la (mal) llamada 'gripe española' mató a entre 50 y 100 millones de personas durante su implacable paso por el mundo entre 1918 y 1919, una cifra que duplica las víctimas mortales de la primera guerra mundial. Dos tercios de las víctimas murieron en un solo trimestre y la mayoría tenían entre 18 y 49 años.
¿Qué lecciones podemos extraer de la pandemia más mortífera del mundo ahora que el mundo trata de contener la enfermedad causada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2?
1. Cómo no nombrar una pandemia
En la primavera de 1918, los soldados que luchaban en Europa en ambos frentes empezaron a enfermar de un nuevo tipo de gripe. La enfermedad parecía peor que la gripe estacional, y se culpó a las condiciones miserables de las trincheras. (En EEUU ya se habían producido muertes en la base militar de Camp Fuston, en Kansas). Con el objetivo de no mostrar ninguna debilidad al adversario, Gran Bretaña, Francia y Alemania mantuvieron el brote en secreto. Solo cuando la enfermedad golpeó a España, un país neutral, surgieron las primeras informaciones sobre la enfermedad con precisión. Por este motivo, la pandemia fue bautizada como “la gripe española”.
De hecho, es bastante frecuente caer en el error de identificar a las enfermedades como procedentes de un país o de un grupo étnico –el brote de gripe porcina de 2009 se denominó en un primer momento “gripe mexicana”– y esta denominación suele generar estigmas y racismo. En España, “el nombre fue ofensivo durante mucho tiempo”, explica la profesora Julia Gog, una matemática que investiga las dinámicas de la gripe en la Universidad de Cambridge.
“Cuando damos conferencias sobre esa pandemia, somos muy cuidadosos y siempre hablamos de la gripe de 1918. Es imposible que esa gripe se originara en España. De hecho, se suele decir en broma que cuando se cree que una epidemia ha surgido de un lugar concreto lo más probable es que no sea así, salvo en el caso del coronavirus y Wuhan, que podría ser cierto”. Cuando la OMS bautizó la enfermedad causada por el nuevo coronavirus como COVID-19, lo hizo intencionadamente, para no hacer referencia a ninguna persona, lugar o animal y con el objetivo de evitar el estigma.
2. Decir la verdad a la población
El azote de la gripe de 1918 coincidió con la Primera Guerra Mundial, por lo que las autoridades se mostraron inusualmente interesadas en evitar más alteraciones en la sociedad o golpes a la moral nacional. Durante la mayor parte de la crisis, las autoridades aseguraron a la población que la enfermedad no revestía gran importancia.
En junio de 1918, después de que esta enfermedad sacudiera a la población de Reino Unido, el Daily Mail explicó a sus lectores que la gripe no era peor que un simple resfriado, que la población no “tenía nada que temer” y que debía mantener una “actitud alegre ante la vida”. Por su parte, en un inicio el periódico The Times no solo habló de forma casual sino también jocosa sobre la crisis, hasta que empezó a criticar la pasividad de las autoridades.
“Todas las epidemias siguen este patrón inicial en el que se niega o se resta importancia a la amenaza, hasta que llega un momento en el que es imposible seguir ignorando la gravedad de la situación”, señala Mark Honigsbaum, historiador médico de City, Universidad de Londres. Cree que es preocupante la forma en la que algunos líderes políticos han minimizado la gravedad del coronavirus ya que esta actitud puede sentar las bases de la respuesta del público y el hecho de que se sigan o ignoren los consejos de las autoridades sanitarias. “Tenemos que tomarnos esto un poco más en serio. Estoy sorprendido por la actitud complaciente de los políticos”.
3. Los efectos del movimiento descontrolado
Las inusuales circunstancias de la Primera Guerra Mundial invirtieron el patrón normal de movimiento humano en una pandemia. Las personas más enfermas no permanecieron en el hospital donde habían sido diagnosticadas, sino que muchas fueron enviadas a casa desde el frente, lo que pudo haber contribuido a la rápida propagación de la enfermedad. Y muchos países se esforzaron por buscar un equilibrio entre el interés nacional en tiempos de guerra y la salud pública.
En Nueva Zelanda, que tardó en tomar medidas drásticas contra los buques que entraban y salían de sus puertos, a finales de 1918 casi el 1% de la población murió en un plazo de dos meses, lo que provocó brotes aún peores en territorios del Pacífico como Samoa Occidental, donde murieron el 30% de los hombres, el 22% de las mujeres y el 10% de los niños.
En cambio, el brote de coronavirus ha dado lugar a medidas draconianas en el día a día de la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha aplaudido la respuesta de las autoridades de China, un país que ha optado por cerrar ciudades enteras y suspender la actividad en empresas y centros de enseñanza. Se cree que estas medidas han evitado que se den cientos de miles de nuevos casos de COVID-19.
4. La posibilidad de un segundo brote
El primer brote de gripe en la primavera de 1918 no fue tan malo. Pero en agosto de 1918, cuando se extendió un segundo brote desde Francia por toda Europa, Estados Unidos y gran parte del mundo, el virus había mutado a una forma mucho más mortal y golpeó con más fuerza a la población de aquellas regiones que no habían estado expuestas y en las que, por tanto, la población tenía menos defensas contra el virus.
Los virus de la gripe se diferencian de los coronavirus por el hecho de que cambian constantemente sus genomas. Se transforman rápidamente de una cepa a otra, por lo que todos los años se necesita una vacuna distinta contra la gripe. Los coronavirus tienden a ser genéticamente bastante estables, por lo que los científicos no esperan un cambio repentino en la tasa de mortalidad de la enfermedad COVID-19. Pero la pregunta de si el coronavirus desaparecerá, reaparecerá en oleadas o se mantendrá como una enfermedad endémica aún no tiene respuesta.
Los virus cuya transmisión se ve fuertemente afectada por la temperatura y la humedad suelen aparecer en oleadas e inicialmente se esperaba que el nuevo coronavirus pudiera desaparecer en primavera y reaparecer el próximo invierno. Sin embargo, el patrón de propagación geográfica ha cuestionado esta primera suposición.
“En estos momentos, tanto Irán como Italia tienen temperaturas más altas que Reino Unido así que el argumento de que estaremos más protegidos frente al virus a medida que se acerque el verano no tiene sentido”, indica Julia Gog. “Se desconoce cómo la temperatura y la humedad afectan a la transmisión pero es posible que no sea un virus intermitente, al menos no debido al clima”.
La desaparición del virus y la posible reaparición dependerá también de si las personas que han sido infectadas quedan inmunizadas a largo plazo, lo que evitaría que el virus volviera en su comunidad. Una japonesa contrajo el virus en dos ocasiones, lo que plantea la posibilidad de que la inmunidad disminuya en las semanas o meses posteriores a la recuperación. Algunos expertos indican que, si este es el caso, la posibilidad de un segundo brote es más alta. Es algo que siguen de cerca a medida que el número de casos aumenta.
Traducido por Emma Reverter
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