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Pedro Sánchez, un cadete de West Point en el PSOE

“Hola, cómo estás. ¡Cuánto tiempo sin verte!”, espetó Pedro Sánchez a una persona que no había visto en su vida. Es el método José Bono: saluda a las farolas por si acaso un día logran el derecho de voto. Aún es pronto para saber si le funciona.

Quería dejar el retrato de Pedro Sánchez (Madrid, 1972), secretario general del PSOE, para más adelante, hasta un poco antes de las elecciones de otoño de 2015, pero tengo miedo de que no me dé tiempo, más por él que por mí. Se oye ruido de tambores de guerra, sables y serruchos bajo su silla. Huele a merengue en la puerta de un colegio. Los que le conocen poco, es decir, la mayoría de los españoles, destacan como virtud su belleza, “es que es tan guapo”. Lo tenía fácil después de Pérez Rubalcaba, que entre sus talentos más evidentes nunca destacó el buen porte.

No convendría menospreciar a Sánchez, un político que ha convertido la carambola, el rebote, la casualidad en una forma de ascenso y supervivencia. Recuerda a Mariano Rajoy; es de esos que están en el sitio oportuno en el momento oportuno, un arte al alcance de pocos a decir del politólogo gallego Antón Losada, experto en marianismos. En su caso aún no sabemos si se trata de talento o chiripa. El tiempo lo dirá. Pero hacen mal sus enemigos en quedarse en el estereotipo, que luego vienen las sorpresas.

Con Sánchez, el PSOE ha dado un bandazo ideológico arriesgado: del realmadridismo de Rubalcaba –compartido con Rajoy, Aznar y Florentino Pérez, aquel concejal de UCD– al cholismo del Atlético de Madrid. Esto le acerca a Felipe VI, un fiel seguidor de Simeone y de la filosofía de partido a partido tras el marrón, y nunca mejor dicho, de la herencia real recibida. El resto de los bandazos tienen más con el ansia de maquillar desastres anteriores que al empeño de añadir nuevos.

Pedro Sánchez Pérez-Castejón nació en el madrileño barrió de Tetuán, hijo de un socialista y una funcionaria de la Seguridad Social, los cimientos del Estado del bienestar. Estudió en el Ramiro Maeztu, un instituto público de referencia mientras lo quiera Wert. Allí aprendió a jugar a baloncesto, su pasión junto al footing. Mantener ese porte requiere un esfuerzo que a los demás mortales nos está vedado, afortunadamente.

Jugó en el Estudiantes hasta los 21 sin gran fortuna por lo que se ve. No sé si participó o participa de las bullas de la Demencia, los seguidores más ruidosos. Ser de la Demencia no tiene efectos secundarios, pero resulta una mala combinación con la política. Los que son del Estu son automáticamente del Atlético, una reacción química antimadridista.

En 1990 empezó Ciencias Económicas y Empresariales en la Universidad Complutense de Madrid. En 1993, dos años antes de concluirlos, nuestro chico se apuntó al PSOE de Felipe González. No fue un cálculo torticero, como algunos están pensando, sino acto de valentía casi suicida: se alistó en un barco que zozobraba entre la corrupción y el desánimo. Tres años después, el PSOE pasó a la oposición frente a José María Aznar.

Preparación

Nuestro tipo inquietante tiene una virtud rara en la clase política española: habla bien dos idiomas extranjeros: inglés y francés, y un defecto muy español: la impuntualidad, además de una insufrible manía de suspender citas, quizá más por exceso de citas y que por vaguería. ¿Otro marianismo? Un guapo atlético con don de lenguas debería ser un cañón en las encuestas, pero por alguna razón no termina de funcionar.

Como se aburría en el aznarato, algo comprensible, tomó la mejor salida en estos casos, y que aún utilizan miles de jóvenes embriagados por el éxito económico del Gobierno: el aeropuerto de Barajas, ahora llamado “Adolfo Suárez Emilo Botín Isidoro Álvarez Peret Madrid Barajas”, como rezaba hace meses un desternillante tuit. De Barajas-como-se-llame voló Pedro Sánchez a Bruselas para estudiar un posgrado en Política Económica de la UE y un máster en Liderazgo Público. Preparación tiene.

Trabajó de becario como experto en asuntos económicos con Westendorp cuando era representante de la UE en Bosnia-Herzegovina. Vivió en Sarajevo más de seis meses, ya terminada la guerra, pero no el odio. Los que le trataron entonces destacan que era un chico aplicado y trabajador que se leía los papers antes de las reuniones; también que traía locas a las secretarias. Un hombre que llegará lejos, dijo una de ellas. Otra lo tildó de encantador de serpientes, frase que en su día se aplicó a Adolfo Suárez y Felipe González, políticos capaces de vender empresas estatales varias veces. En Sarajevo aprendió la teoría de cómo se construye la paz, un saber que tendría que servirle para  apaciguar su partido. También jugó al baloncesto y escaló la montaña olímpica, símbolo de un mundo perdido. ¿Yugoslavia? ¿La S de socialista; la O de obrero?

Poco después consiguió ser delegado en el 35 Congreso Federal del PSOE, en el que salió elegido papa Zapatero, otro artista de la carambola que acabó haciendo un buen siete en el tablero. ¿Cómo se consiguen estos saltos? Ese estar fuera a estar de repente dentro es un misterio para todos los que estamos fuera.

En aquellos tiempos de escalada política, que para eso sirve tanto running, se hizo amigo de Pepín Blanco, secretario de Organización con Zapatero. También se amistó con Trinidad Jiménez, una estrella emergente. Saber elegir árbol para sombra es esencial en la vida. Pepín creó una academia para cuadros, más elitista que la Jaime Vera, que los malévolos llamaron West Point. De ese artilugio brotó Pedro Sánchez, a quien los envidiosos del partido llamaban “el fontanero de Blanco”, lo que es una degradación.

Estos zapateristas de primera hora, Blanco y Jiménez, estarán ahora haciéndole vudú a Sánchez, o algo peor, por criticar al líder depuesto en un asunto tan delicado como la reforma exprés del artículo 135 de la intocabilísima Constitución. Una jugada maestra de estrategia, la del 135 (es ironía), que permitió al PP desviar la atención en su enésima semana corrupta, cabrear al PSOE, menospreciar a Zetapeta y que no se le entendiera qué diablos pretendía reformar. Tampoco se le ha entendido la aclaración.

Caja Madrid

Nuestro personaje logró estar en la lista al Ayuntamiento de Madrid que encabezaba Jiménez en 2003. Pese a los deseos de Ferraz de tenerle arriba en la lista, la FSM le puso el 23. Supongo que por fastidiar, marca de la casa. Se quedó fuera por dos puestos. Un año después, en 2004, corrió el escalafón tras un par de dimisiones y entró en el consistorio donde supo hacerse imprescindible ante Jiménez. En aquel periodo fue miembro de la Asamblea General de Caja Madrid. Suena mal, ¿verdad? Suena fatal. Eran 320 personas y esa asamblea dio el visto bueno a algunas de las majaderías (presuntas) de Miguel Blesa, como la compra del City National Bank de Florida, entre otras. Sánchez borró este periodo de su currículo.

Es posible que no se enterara de aquellas decisiones en la Caja como años después no se enteró del contenido de la reunión en la que se acordó la modificación del artículo 135 del que ahora reniega. Otro rajoynismo.

En 2007 consiguió repetir como concejal, ya sin trabas desde la FSM. En la oposición se ocupó de las áreas de Economía, Urbanismo y Vivienda, un trabajo liviano porque nadie te hace caso cuando estás en la oposición. Pese a esta especialidad no se le conocen en aquellos años declaraciones contra los desahucios, y menos aún críticas a su partido. Ahora, desde la secretaria general, se afana en competir con la mismísima Ada Colau.

La segunda carambola llegó en las generales de 2008, en las que Zapatero renovó su mandato, Sánchez estaba en la lista de Madrid pero se quedó otra vez fuera, como había sucedido en el Ayuntamiento. La posterior dimisión de Solbes, harto de zapaterismos, le abrió la puerta de la carrera de San Jerónimo. En 2010, los periodistas parlamentarios le designaron diputado revelación del año. Tantas emociones en poco tiempo –diputado carambola, estrella ascendente, amigo de los que mandaban en Ferraz– le empujaron a un riesgo impensable en un fondista: jugársela a una carta, en un sprint, y decidió apoyar a Trinidad Jiménez en las primarias como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Perdieron los dos, ganó Tomás Gómez.

En enero de 2013 suena otra carambola; tras quedarse fuera por tercera vez, lo que en ciclismo se llama hacer la goma, obtiene escaño tras la renuncia de Cristina Narbona. No es suerte, es solo un tipo que está siempre ahí, a la espera. Es una especialidad, un arte.

El ruido de sables y serruchos se debe a que Sánchez empieza a ir por libre, a pensar en su beneficio e interés particular por encima de los intereses particulares de los barones. Tres días después de ser elegido en julio secretario general anunció que se presentaría a las primarias en 2015, una iniciativa que quebrantaba el pacto con sus patrocinadores. Ahora depende de los resultados, como un entrenador de fútbol en apuros. Si sale vivo de la anunciada debacle de las municipales y autonómicas de mayo se habrá ganado una prórroga hasta noviembre. Si no, habrá guerra civil.

Uno de los problemas de Sánchez es su equipo, todos demasiado jóvenes y poco batidos en duelos. Las excepciones serían el experto en comunicación Luis Arroyo, a quien se considera el ideólogo, y la catalana Meritxell Batet, una mujer de talento a decir de todos. Las críticas se centran, sobre todo, en Verónica Fumanal, a quien adjudican la idea de pasear a Sánchez por la telebasura televisiva en busca de votos. Los fustigadores comparan esto con el desvarío de algunos periódicos tradicionales que traicionaron a sus lectores a cambio de los que no leen. Si el equipo se puso nervioso son el solo desvainar de sables, ¿qué hará cuando les lancen la caballería ligera?

No es Sánchez un secretario general que confíe fuera de su círculo, el que se juramentó en un restaurante gallego de la Cava Baja de Madrid. Prefiere equivocarse con su gente y la verdad es que lo está consiguiendo: meter la pata, digo. Faltan en su entorno personas con experiencia. Los que le conocen sostienen que la inseguridad le convierte en esquivo, en alguien incapaz de delegar. Está preso de los barones que le auparon para frenar a Eduardo Madina, sobre todo de Susana Díaz, la jefa en la sombra.

Sánchez tiene dos problemas, el interno y Podemos. No parece saber cómo afrontar la emergencia de un partido que se ha sentado en su silla, que amenaza con robarle un buen número de votos. Primero los despreció: “populistas”, “radicales”, luego empezó a copiarles con las asambleas abiertas y la ejemplaridad contra la corrupción, unos gestos que han soliviantado al PSOE de Andalucía por los casos de Griñán y Chaves. Lo que más ha molestado en San Telmo es que pague el abogado a su patrocinador Blanco y se lo niegue a los expresidentes. Es un causus belli.

Esos giros muestran falta de estrategia, precipitación, dos defectos peligrosos cuando PP y Podemos saben lo que quieren. Sánchez es un gato persiguiendo luces de colores en una pared en lugar de ratones. Él y su equipo viven obsesionados por las redes sociales porque creen que ahí deben dar la réplica a Podemos. La catástrofe del PSOE reside en el lenguaje, la vaciedad de las palabras gastadas. Así lo dijo Manuel Vicent en un artículo inconmensurable en El País titulado La rabia.

A los barones y alcaldables les da igual noviembre y las generales, para ellos lo urgente es mayo y no ven que Sánchez reparta foco ni juego. Sin juego para todos no hay pacto y sin pacto no hay partido ni victoria posible. Sánchez trata de copiar a Podemos quizá con la esperanza de que llegado el día puedan sustituir el puño y la rosa en la papeleta y poner su foto como hizo Pablo Iglesias en las europeas. Si no llegaron ideas para vender, que al menos le voten por guapo.

(Y no hemos hablado la de Gran Coalición; ya se hablará).

“Hola, cómo estás. ¡Cuánto tiempo sin verte!”, espetó Pedro Sánchez a una persona que no había visto en su vida. Es el método José Bono: saluda a las farolas por si acaso un día logran el derecho de voto. Aún es pronto para saber si le funciona.

Quería dejar el retrato de Pedro Sánchez (Madrid, 1972), secretario general del PSOE, para más adelante, hasta un poco antes de las elecciones de otoño de 2015, pero tengo miedo de que no me dé tiempo, más por él que por mí. Se oye ruido de tambores de guerra, sables y serruchos bajo su silla. Huele a merengue en la puerta de un colegio. Los que le conocen poco, es decir, la mayoría de los españoles, destacan como virtud su belleza, “es que es tan guapo”. Lo tenía fácil después de Pérez Rubalcaba, que entre sus talentos más evidentes nunca destacó el buen porte.