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Tomás Gómez, del tranvía de Parla a las purgas de Stalin

Existen dos tipos de políticos en España: los corcho, que flotan sin importar la fuerza de la tormenta (Esperanza Aguirre), y los alcalinos, aquellos que siguen y siguen y siguen y amenazan con seguir otra legislatura (¿Rajoy?). Tomás Gómez Franco (Enschede, Holanda, 1968) pertenece a una peligrosísima variante alcalina: los moscacojoneros. No sé cuántas elecciones debe perder un político antes de que el espejo de su casa, o el de los servicios del partido, le grite: “¡Coño, Tomas, vale ya!”; o Jaime, si habláramos de Lissavetzky; o Rafael, si fuera Simancas; o Javier, si se tratara de Arenas. Debería ser obligatoria por ley una revisión urgente de todos los espejos de los políticos. Son víctimas del virus de la alucinación.

El día que Tomás Gómez mandó a su abogado a Miguel Yuste, 40, sede de El País, para amenazar con acciones legales si publicaban más informaciones sobre el caso del tranvía de Parla, cavó su tumba. Estas amenazas suelen ser un indicio de que algo huele a podrido en Dinamarca, que diría Shakespeare. Tras el fiasco del abogado, acudió el mismo Gómez para probar la táctica contraria: dar pena, decir “me tienen manía; es un compló”. Esto otro suele ser indicio inapelable de que ha empezado a oler a podrido en toda Escandinavia. Las dos caras, la buena y la mala, han emergido estos días de desafíos, hundimientos y bravatas.

Aún desconocemos si existe algún tipo de responsabilidad penal en el asunto del presunto tranvía (ojo, ironía), el de los sobrecostes, las obras no realizadas y los gastos difíciles de explicar; o en los tejemanejes de su amigo del alma y sucesor en la alcaldía de Parla, José María Fraile, imputado por el caso de la red Púnica. Lo que se sospecha es que la Fiscalía y la UDEF (unidad especial de la policía nacional para delitos económicos y fiscales) trabajan sobre pistas potencialmente dañinas para Gómez y, por consiguiente, para el PSOE de Madrid. También lo era, decían, la investigación de la Cámara de Cuentas Autonómica revelada por el El País hace apenas una semana. Esta es la principal coartada para la destitución. Además, las encuestas: un 15% menos de votos que Ángel Gabilondo y Trinidad Jiménez.

Tomás Gómez, fulminado pero no difunto del todo, afirma que se trata de una intriga urdida por el periódico antes aludido, sumada a la del PP. De la primera no tenemos noticias, de momento, y la segunda parece extraña: ¿para qué ayudar a derribar un rival que pierde para cambiarle por otro que podría ganar? Como en el PP tampoco andan sobrados de luces, todo es posible.

'Kill Bill' en Ferraz

En la cabeza del exlíder del PSOE en Madrid se juegan varias partidas, todas ellas simultáneas y suicidas. Si viviera Agatha Christie tendría el libro de su vida, si es que alguien puede manejar un argumento con tantas intrigas y asesinatos. Está por ver que no sea Quentin Tarantino quien ruede otra entrega de Kill Bill, un juego de niños comparado con lo que se cuece en la calle Ferraz. A este paso el Pasok, perdón, el PSOE, no llega a la Gran Coalición.

Lo que más le duele a Tomás Gómez, y sorprende a sus rivales, es la contundencia de la medida, su publicidad. Parece más una purga de los tiempos de Stalin, o de Franco, que una destitución democrática. El cambio de las cerraduras, el despido de algunos colaboradores, el mensaje cifrado de que Ferraz no paga traidores, han hecho mella en alguno de los tomasistas que andan raudos en cambiar de bando y borrar las huellas del pasado. La clave es saber quiénes son el otro bando, asunto nada baladí si se trata de un juego de tronos.

¿Pedro o Susana? Ese es en apariencia el campo de batalla. Ella, sumergida en sus elecciones andaluzas del 22 de marzo, no ha tomado partido en público, pero sí lanzado el mensaje de que estas peleas a navajazos le restan votos. En privado se ha debido de escuchar de todo. Daría cualquier cosa por la transcripción de la charla telefónica entre Pedro y Susana. Sea cual sea el resultado del PSOE-A en marzo, ella ya tiene excusa: la culpa es de quien piensa más en su silla que en los escaños de los demás. Eso es lo que dicen los maldicientes. Algunas fuentes auguran más defunciones súbitas tras las municipales de mayo. Se abre la veda.

Gómez es un político de espectro ideológico variable. Ha sido liberal, concepto de moda entre la Beautiful People de Carlos Solchaga de los ochenta, y hoy, entre los socialdemócratas europeos. Defendió en 2008 la gestión privada de la Sanidad en un máximo del 14%. ¿Qué significa? ¿Por qué ese porcentaje y no otro al azar? Misterios insondables de la inteligencia política artificial. Hace unas semanas, metido en precampaña -ahora interrupta-, arremetió contra las privatizaciones sanitarias del PP, y prometió una ley para acabar con el lío actual.

Gómez es de los que defiende el contrato único y está contento con la supresión del impuesto sobre patrimonios que impuso el PP de Espe, pero cuando escucha el ulular de las urnas, se vuelve griego de toda la vida, alaba a Syriza y hasta le hace tilín la banca pública. En su etapa de alcalde de Parla privatizó todo, hasta la esperanza.

Un tipo frío y distante

Estas son solo algunas pinceladas para entender mejor la desolación en las filas del PP al saber que Tomás Gómez no será su rival. Estas piruetas, este digo Diego, son habituales en los oportunistas sin más ideología que el poder y el mamoneo. Si los oportunistas son de tu partido se les llama pragmáticos.

Los que conocen a Gómez sostienen que es un tipo de humor cambiante, un día se come el mundo y otro es incapaz de digerir un simple desayuno con porras. Es hipertenso, bebe té en abundancia, y se cuida mucho. Acude a un gimnasio cerca de la plaza de Callao. Cuentan que es zalamero, sabe cuándo debe ser amable. De puertas para adentro, a veces imprevisible y colérico. Se siente atractivo; es de los que miran a ver si le miran. Resulta frío y distante con los periodistas locales y con sus compañeros en la Asamblea de Madrid, con quienes casi no tuvo trato. Él se ve, o veía, con proyección nacional. Es, como muchos del PSOE, un tipo de centroderecha con un discurso que parece de izquierdas.

Le encanta rodearse de adictos. Se ha encargado de laminar cualquier tipo de oposición dentro del PSM. En la primera fotografía tras su caída en desgracia, cuando retó a Sánchez con la frase “esto no ha hecho más que empezar”, se hizo acompañar de un puñado de militantes cuya única misión era, al parecer, decir sí con la cabeza, transmitir a la audiencia adhesión inquebrantable.

No sé qué diablos hacía ahí Antonio Carmona, contaminándose en la foto de los que acababan de ser liquidados. Una fuente sostiene que “estaba por si acaso; en ese momento no sabía quién iba a ganar; estaba para que le vieran los enemigos de Pedro Sánchez”. No sé si Carmona es capaz de una estrategia tan retorcida, pero a las veinticuatro horas del deceso ya era de los nuevos, de Simancas, se postulaba para el cargo de secretario general del PSM (“una de las ilusiones de su vida”) y era comprensivo con la ausencia de primarias. Otro pragmático.

Me gustaba más Carmona cuando parecía un hooligan émulo de Joan Gaspart, el del Barça, y decía cosas como “y si hace falta, hundimos otro barco” para ganar las elecciones. Se refería al Prestige. Ahora es mejor que no diga nada.

Dos teorías no excluyentes

Como en toda conspiración de altura que se precie, hay dos teorías opuestas y no siempre excluyentes: una, que el informe de la UDEF es demoledor y que el PP tenía previsto hacerlo estallar con las listas electorales proclamadas para dejar al PSOE sin respuesta electoral; dos, que no hay nada que pueda manchar a Gómez, pero que a Ferraz le ha venido bien la excusa para quitarse del medio a un tipo incómodo e impopular. Los más conspiranoicos sostienen que el bofetón empezó a salir del brazo de Rubalcaba cuando Tomás Gómez ganó las primarias a Trinidad Jiménez, la favorita de Rodríguez Zapatero, por un puñado de votos.

Cuando Gómez exige primarias y se pone de ejemplo democrático se refiere a esas de 2010, porque en 2014 fue proclamado, como Carmona, por ausencia de rival interno, que para eso están los avales, para impedirlo mediante el férreo control del partido en Madrid. Uno de sus éxitos fue recibir un PSM con 30.000 militantes y dejarlo en la mitad. Así se entiende que fueran tan pocos fieles a la protesta ante Ferraz el día de la guillotina y que entre ellos hubiera asalariados de Parla.

Al PSOE-sector Ferraz (no confundir con PSOE-sector Andalucía) le preocupaba que el PP, que tiene mano larga en todo, hasta en las cuentas bancarias de Juan Carlos Monedero, hiciera estallar a Gómez tras la proclamación de las listas. Les aterraba la idea de quedarse prisioneros con la lista creada por Gómez y en perder otros cuatro años sin renovación.

Unas listas, las de las elecciones de 2011, son el origen de la inquina de Pedro Sánchez, a quien Gómez colocó en una posición que le dejó sin escaño. Fue la posterior dimisión de Cristina Narbona la que le permitió correr el banquillo y entrar de rebote. La pregunta es obvia: ¿entonces por qué Gómez apoyó a Sánchez? La respuesta: con Madina habría durado menos.

Gómez llegó a la cúpula del PSOE madrileño como salvador tras el tamayazo, que además de un pufo político-empresarial que ha quedado políticamente impune, fue un Simancazo, que se dejó mamonear la lista por Zapatero, que le colocó los dos traidores sin saber que lo eran. Dicen que es gafe. En este caso habría que felicitar a Pedro Sánchez por entregar a un gafe la reconstrucción del partido en Madrid a tres meses de unas elecciones en las que el mismo Sánchez y el PSOE se juegan su futuro. El asunto se agrava porque Lissavetzky también lo puede ser.

Tomás Gómez llegó aupado por los votos en Parla, con el 75,35%, algo que no deja de recordar a sus colaboradores. Fue el alcalde más votado de España, hecho relacionado con un tranvía que alivió los graves problemas de transporte de Parla. De éxito político a desastre económico, y ejemplo de cómo funciona la obra pública en este país. Un presupuesto inicial de 93 millones de euros terminó en 142 millones que, junto a los intereses, suma 256 millones. No le sirvieron de mucho sus estudios de Ciencias Económicas en la Complutense, y menos aún su especialidad: Política Monetaria y Sector Público. Tiene guasa.

A Ferraz le preocupaba también su mala gestión como jefe de la oposición. No ha sabido aprovechar los escándalos de corrupción que han asolado Madrid, ni el fiasco de Eurovegas, ni el rechazo popular a la privatización de la sanidad y la apuesta por la educación privada concertada frente a la escuela pública; tampoco la desigualdad creciente, ni los casos de pobreza infantil. Y eso que enfrente no tenía a Churchill, solo a un tal Ignacio González.

Existen dos tipos de políticos en España: los corcho, que flotan sin importar la fuerza de la tormenta (Esperanza Aguirre), y los alcalinos, aquellos que siguen y siguen y siguen y amenazan con seguir otra legislatura (¿Rajoy?). Tomás Gómez Franco (Enschede, Holanda, 1968) pertenece a una peligrosísima variante alcalina: los moscacojoneros. No sé cuántas elecciones debe perder un político antes de que el espejo de su casa, o el de los servicios del partido, le grite: “¡Coño, Tomas, vale ya!”; o Jaime, si habláramos de Lissavetzky; o Rafael, si fuera Simancas; o Javier, si se tratara de Arenas. Debería ser obligatoria por ley una revisión urgente de todos los espejos de los políticos. Son víctimas del virus de la alucinación.

El día que Tomás Gómez mandó a su abogado a Miguel Yuste, 40, sede de El País, para amenazar con acciones legales si publicaban más informaciones sobre el caso del tranvía de Parla, cavó su tumba. Estas amenazas suelen ser un indicio de que algo huele a podrido en Dinamarca, que diría Shakespeare. Tras el fiasco del abogado, acudió el mismo Gómez para probar la táctica contraria: dar pena, decir “me tienen manía; es un compló”. Esto otro suele ser indicio inapelable de que ha empezado a oler a podrido en toda Escandinavia. Las dos caras, la buena y la mala, han emergido estos días de desafíos, hundimientos y bravatas.