¿Tiene el mundo razones para temer la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca? La opinión generalizada es que sí. Este blog colectivo de eldiario.es vigilará de cerca al nuevo presidente norteamericano y si es preciso hará la autopsia de lo que quede de Estados Unidos.
¿Es Trump un nuevo Nixon?
“¡Ojalá!”, pensarán muchos, “ojalá Trump acabe como Nixon: dimitiendo”. No es difícil imaginar la escena. Acosado por los escándalos y en grave riesgo de ser destituido vía impeachment, Trump se aparta del poder. Casi puede uno imaginarlo subiendo la escalerilla del Marine One por última vez, volviéndose para realizar el ridículo gesto de victoria que Nixon hizo famoso el 9 de agosto de 1974. Las hélices empiezan a girar y desaparece en el horizonte, acabando con lo que el nuevo presidente tal vez podría llamar de nuevo “nuestra larga pesadilla nacional”. Sigan soñando.
Es difícil no ver las similitudes: un presidente metido en problemas, rodeado de gente poco recomendable, atacando a la prensa, usando todos los recursos a su alcance para detener la investigación... pero, ¿cuánto se parece Trump al presidente más y peor recordado? Bastante poco.
Niño rico, niño pobre
Trump y Nixon son dos personajes diferentes porque tienen orígenes radicalmente diferentes. El primero fue un niño rico al que nunca le faltó nada, pero el segundo conoció muy bien la pobreza y la desgracia. Mientras las travesuras de Trump obligaban a su millonario padre a mandarle a un colegio militar, Nixon se levantaba cada día de madrugada para ayudar a su familia, que perdió a dos de sus hermanos por la tuberculosis. A la edad en la que Trump cerraba los clubes nocturnos más exclusivos de Manhattan, Nixon se marchó voluntario a luchar en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
Esto se nota en la resistencia. En cuatro meses de presidencia Trump ya ha dado señales de cansancio: “Me encantaba mi vida anterior, creí que sería más fácil”. Durante toda su vida, ha tenido un buen sitio al que volver. La presidencia es un entretenimiento, otro ejercicio de egolatría en el que no tiene que permanecer ni un segundo más de lo que le apetezca. Siempre será millonario y siempre se verá tentado por una vida mejor. En esto, no se parece en absoluto a un superviviente nato como Nixon.
El outsider y el perro viejo
Trump presume de haber entrado en política hace diez minutos y de haber vencido al establishment para llegar a la presidencia, pero Nixon fue un producto del establishment. El actual presidente jamás ha tenido un cargo electo mientras que su antecesor llevaba casi 30 años en Washington cuando dimitió. Antes de ocupar la Casa Blanca fue congresista, senador y vicepresidente. Y lo que es más importante: perdió su primer asalto a la presidencia frente a Kennedy y dos años después fracasó en su intento de ser gobernador de California. Conoció la derrota y la superó, muy al contrario de Trump, que en política solo conoce el éxito.
La biografía de Nixon no solo demuestra una capacidad de resistencia y ambición que de momento no hemos visto en Trump, sino que deja claro que llegó a la presidencia mucho más preparado que él. Había legislado, había gobernado, se había enfrentado a las urnas varias veces... un conocimiento de Washington que le ayudaría mucho a cubrir sus huellas durante el escándalo Watergate. Echarle fue muy difícil.
El impulsivo y el calculador
Quien sigue a Trump con atención no tarda en ver que nunca dice “me he equivocado”. Sin embargo no tiene problema en asumir, o incluso presumir, de haber hecho cosas terribles e intentar convencernos de que no son malas. En cuatro meses de presidencia ha reconocido abiertamente que dio información secreta a los rusos porque “tenía derecho a hacerlo” o que despidió al director del FBI por “esta cosa de Rusia”, refiriéndose a la investigación sobre los vínculos entre su campaña y el Kremlin.
Aceptar la acusación antes de darle la vuelta es una buena estrategia de relaciones públicas pero puede traer problemas legales. Nixon, que a diferencia de Trump era abogado y bastante capaz, no hubiera usado nunca esa vía. Nixon era más de negarlo todo, no conceder ni lo más mínimo a los rivales y poner palos en las ruedas de la investigación. No se le calentaba la boca, no tuiteaba de madrugada... era otro estilo.
“¡Ojalá!”, pensarán muchos, “ojalá Trump acabe como Nixon: dimitiendo”. No es difícil imaginar la escena. Acosado por los escándalos y en grave riesgo de ser destituido vía impeachment, Trump se aparta del poder. Casi puede uno imaginarlo subiendo la escalerilla del Marine One por última vez, volviéndose para realizar el ridículo gesto de victoria que Nixon hizo famoso el 9 de agosto de 1974. Las hélices empiezan a girar y desaparece en el horizonte, acabando con lo que el nuevo presidente tal vez podría llamar de nuevo “nuestra larga pesadilla nacional”. Sigan soñando.
Es difícil no ver las similitudes: un presidente metido en problemas, rodeado de gente poco recomendable, atacando a la prensa, usando todos los recursos a su alcance para detener la investigación... pero, ¿cuánto se parece Trump al presidente más y peor recordado? Bastante poco.