Hace dos semanas miles de hectáreas de tierras productivas fueron devastadas por las llamas. Los incendios de Asturias, Galiza y Portugal se caracterizaron por la intensidad y voracidad del fuego. En muy pocas horas causaron una destrucción masiva de capital natural, sembraron el pánico en muchos núcleos de población y causaron la muerte de 4 personas en Galiza y de 45 en Portugal.
Tienen razón los políticos cuando indican que las razones de los incendios son humanas. Pero se equivocan cuando apuntan a imprudentes visitantes de los montes o a descuidados desbrozadores de malezas, y mienten descaradamente cuando pretenden tapar su inoperancia y desidia mencionando a terroristas incendiarios. Somos los humanos que consumimos demasiados combustibles fósiles, somos los humanos que expulsamos demasiado CO2 a la atmósfera los que aceleramos el cambio climático, sembramos vientos para recoger tempestades en forma grandes huracanes que traen incendios ahora o lluvias torrenciales después.
Las mentes pensantes que diseñaron, amparan y justifican el sistema económico capitalista español aún militan en la creencia de “la tecnología todo lo puede” y si no puede, deberemos afinar el funcionamiento de algunas de las partes que conforman aquel sistema, añadir nuevas técnicas más o menos eficientes e impulsar algunos ajustes institucionales. Todo ello para mantener intactas las posiciones de poder que algunos, pocos, ejercen desde la atalaya de la comodidad, de la abundancia y del desprecio a todo lo que pueda significar una amenaza, por leve que sea, a su “merecido” éxito.
Esto ocurrirá, desgraciadamente, con el diagnóstico de las razones y las propuestas que se formalicen a raíz de los destructivos incendios que ocurrieron a mitad de este mes de octubre en el Noroeste peninsular, sobre todo en Portugal y Galiza. Me refiero, claro, a las explicaciones y políticas que se desarrollen a partir de las administraciones públicas y de sus tecnólogos (sociales, ambientales….). La distancia entre lo que propondrán ellos, desde arriba, y la sociedad civil, los movimientos sociales y las personas de “la calle”, desde abajo, será, una vez más, inmensa. Y ello no será porque los primeros sean los que saben y los que entienden de límites y hasta donde poder llegar, mientras que “los de abajo” se dejen llevar por sentimentalismos e ideas utópicas no amparadas por criterios científicos. Y como uno se identifica más con estos últimos pero pretende que los de arriba, primero cambien las caras y después de forma de actuar, mi ejercicio de Última Llamada va a consistir en reflexionar sobre las propuestas agroecológicas para la gestión sustentable del territorio, con la intención de que se reduzca la distancia entre ambos.
Las dos primeras propuestas tienen que ver con la memoria. Una, con la memoria histórica de lo que fue la gestión del mundo rural hasta la llegada del franquismo y la instauración de un nuevo modelo superintensivo de aprovechamiento forestal e industrial. Los incendios forestales, y ahora civiles, el desmantelamiento agrario y la desaparición de núcleos de población son los principales síntomas del fracaso de ese modelo. La segunda, es la memoria agroecológica, compuesta de diversos vectores temporales y escalas espaciales, de complejidades sistémicas gestionadas comunitariamente y de múltiples valores entretejidos para alcanzar una difícil supervivencia. Creo que es decisivo retener esas dos componentes, una para entender la raíz de los problemas socioecológicos que padecemos en el medio rural, y otra para intentar definir estrategias de transición hacia un mundo mucho mejor, social, económica y ecológicamente.
Una derivada de la memoria agroecológica es que el monte, al menos en Galiza, no lo podemos ni entender ni gestionar, de forma general, alejado de las unidades productivas agrarias, de la producción agrícola y ganadera. Ya sé que hay “explotaciones forestales” que funcionan bien. Pero de ello no se deduce que podamos, ni debamos, transformar todo el territorio a monte a su semejanza ni que debamos obviar que la forestación masiva y de monocultivo realizada con especies alóctonas de crecimiento rápido obedece fundamentalmente a la lógica de intereses empresariales específicos. Si se fortalece la producción agraria, y se conecta con el monte, estaremos alcanzando dos efectos necesarios para un mundo rural en acelerada descomposición, y amenazado de repentina muerte por los incendios: más población y mayor aprovechamiento de los recursos locales disponibles.
Ahora bien, no imaginemos una solución universal y similar para todos los espacios que conforman un territorio. Incluso para los escasos 30.000 km2 de la superficie gallega debemos apostar por óptimos diferenciales o soluciones localizadas. Y ello por las diferencias ambientales y sociales entre comarcas, municipios y aldeas pero también por las disimilitudes de organización territorial o cultural: diversidad de soluciones, multifuncionalidad de ecosistemas e integración horizontal de subsistemas agrícolas, ganaderos y forestales.
Estas soluciones se alcanzarán solamente a través del diálogo y del progresivo consenso, reduciendo la distancia entre “los de arriba” y “los de abajo”. La apuesta de la agroecología es el empoderamiento de las personas y de sus comunidades como gestores del territorio. Diálogo y consenso en el que participen los propietarios de los recursos, los productores y consumidores, las agencias gubernamentales y no gubernamentales y los movimientos sociales en general. Me refiero a la necesidad de superar la hasta ahora peligrosa separación entre “los que saben” y los que deben seguir lo dictado por ellos. Esta receta ya no funciona para enfrentar problemas complejos donde existen incertezas, y alrededor de los cuales se pone mucho en juego (los incendios, por ejemplo). Participación, consenso y también transdisciplinariedad. Debemos integrar los principales avances tecnológicos, y los mejores conocimientos científicos, si contribuyen con certeza a la construcción de un mundo mejor y más justo, sin duda alguna, pero en pie de igualdad con otros saberes locales, concretos, prácticos y globalizadores.
Es inadmisible que los gobiernos no hayan incorporado en sus planes de gestión de los incendios forestales y de prevención de sus efectos todos los conocimientos que tenemos sobre las consecuencias del cambio climático y el comportamiento de fenómenos extremos, como fue hace el huracán Ofelia. Es verdad que finalmente podía haber cambiado de rumbo, o habría podido perder mucha de su fuerza, pero ante la evidencia de su trayectoria y características (es muy fácil comprobar en internet como ya desde el día 10 de octubre el huracán presentaba una trayectoria que afectaría a Portugal, Galiza y Asturias) las medidas preventivas y urgentes de corto plazo no existieron en ninguno de esos espacios. Los resultados: pérdida de capital natural, destrucción de recursos productivos, muertes humanas…..
Todo ello propiciaría que la intervención en el territorio se construya a partir de la diversidad mediante diferentes formas de organización de propietarios, productores y consumidores. Exigiría también que las regulaciones gubernamentales sean flexibles y adaptadas a cada una de las necesidades territoriales colectivamente definidas, dejando atrás la uniformidad prevaleciente hasta ahora. Este fortalecimiento de lo rural y lo local, entendidos el en sentido más amplio y diverso posible, requiere que se diseñen también nuevas fórmulas para las relaciones económicas y la socialización del monte, ahora integrado en las unidades agrarias, con el mundo urbano.
Todo este conjunto de estrategias podrían contribuir a transformar el actual sistema agroalimentario, del que debe formar parte el monte, en un nuevo sistema que priorice procesos y resultados justos social, ambiental y económicamente, un sistema más seguro, menos vulnerable. La agroecología atribuye a estos sistemas el calificativo de resilientes y afirma que la resiliencia requiere de transformaciones tecnoambientales, pero sobre todo transformaciones sociales y políticas. Sirvan como ejemplos dos referencias finales. Una se refiere a otro huracán, el María, un fenómeno natural de una dimensión terriblemente exacerbada por el cambio climático que dejó rastros infinitamente diferentes en dos territorios, el cubano y en puertorriqueño, con condiciones ambientales bastante similares, pero estructuras sociales resilientemente distintos. La otra, menciona la cita del eminente científico alemán Albert Einstein quien dijo, más o menos, lo siguiente: “Los problemas importantes que tenemos no pueden ser resueltos con los mismos pensamientos que los crearon”.