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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

La economía actual es el problema, no la solución

El año no ha hecho más que empezar y ya ha sido inundado con terribles noticias: dos nuevos informes recogen más evidencias sobre el riesgo que supone para la Tierra la actividad económica humana, y nos impactan con algunos datos como que las 85 personas más ricas del planeta son igual de ricos que el 50% más pobre, y además la diferencia entre unos y otros se sigue ampliando.

Al mismo tiempo, se está invirtiendo una gran cantidad de esfuerzo para asegurarnos que el crecimiento económico y la economía capitalista son esenciales para solucionar lo que algunos llaman una “crisis de civilización”. Los grupos de interés empresariales juegan con nuestros miedos y nos siguen subrayando que sólo el esquema de una economía basada en el crecimiento constante, independientemente de su injusticia y de la destructividad asociada a ella, puede garantizar empleos y seguridad.

En los países ricos nos movemos en nuestro día a día como si nada fuera a cambiar, como si nuestros estilos de vida no estuvieran profundamente vinculados a la pobreza existente en todas partes y al exceso destructivo que sacude el planeta en general. Parece que vivamos en medio de una gran negación colectiva que nos permite seguir confiando en los antiguos discursos en los que el crecimiento y la competencia siempre son buenos y la tecnología y los expertos son capaces de arreglarlo todo.

Pues bien, no son solo los límites ecológicos y la creciente desigualdad social que padecemos, sino también el aumento de una violencia extrema, lo que nos indica que ya es hora de una nueva narrativa económica y social, porque una economía basada esencialmente en la competencia perpetuará siempre el miedo, la violencia y el odio

Una oportunidad única en la historia para lograr un cambio sistémico

Antes de que una nueva narrativa -como la del decrecimiento, por ejemplo- pueda ganar terreno, tenemos que aceptar que ya sólo nos quedan opciones radicales y que hemos de escoger entre nuestra economía o nuestro futuro. Si seguimos por el camino actual, nos encaminamos hacia un futuro que el 99% de los ciudadanos del mundo no puede desear: un cambio climático con consecuencias desastrosas, escasez tanto de agua como de suelo fértil, un incremento de guerras sobre recursos naturales, hambrunas generalizadas y la pérdida de logros como el reconocimiento de los derechos humanos básicos. Por otra parte, esta profunda crisis y sus efectos, que alcanzan a casi todos los ámbitos de la vida, es una oportunidad única en la historia para lograr un cambio sistémico.

En este sentido, el decrecimiento es atractivo ya para un número cada vez mayor de personas, como ha demostrado la Cuarta Conferencia Internacional sobre Decrecimiento para la Sostenibilidad Ecológica y la Equidad Social que se celebró en Leipzig el año pasado.

El decrecimiento engloba muchos aspectos que son comunes a un número creciente de iniciativas de base social y ecológica en todo el mundo y que implican integrar las cuestiones sociales y ecológicas:

  • Sustituir el crecimiento económico por una idea holística de bienestar.
  • Dar la espalda a la producción intensiva en recursos naturales y a la agricultura industrial.
  • Reivindicar una participación más democrática y la co-creación.
  • Preferir soluciones descentralizadas y pequeñas, con ciclos cortos de retroalimentación, de re-localización y de descentralización de los ciclos económicos.
  • Dar prioridad a la suficiencia y la capacidad de recuperación.
  • La creación de medios de vida resilientes en lugar de puestos de trabajo inestables en las frágiles cadenas de suministro globalizadas.

Las dudas y las reticencias frente a este modelo proceden normalmente de la generalizada idea de que la transformación del sistema no es realista, si se tienen en cuenta los poderosos intereses de las élites.

La gente común se siente objeto de (en lugar de dueños de) sus  propias circunstancias. Para que la visión de una sociedad decrecentista sea una opción realista y ampliamente aceptada, necesitamos estar de acuerdo en los siguientes puntos:

  • El crecimiento y la estabilidad climática son incompatibles.
  • El crecimiento continuo no aumenta la prosperidad.
  • El crecimiento pronto llegará a su fin de todos modos.
  • A partir de un cierto punto, el coste ecológico y social pagado para poder mantener el ritmo de crecimiento se vuelve inaceptable.
  • Los patrones de crecimiento y consumo occidental afectan cada vez más al Sur global.
  • El efecto de “goteo” (trickle-down effect) ha resultado ser falso.
  • No existe tal cosa como el “crecimiento verde”.
  • El decrecimiento no sólo significa menos, sino también diferente, es decir, satisfacer las necesidades de todos de forma más sostenible y equitativa con menos recursos.
  • El decrecimiento no está en contra de las tecnologías innovadoras, pero requiere que sean administradas democráticamente y “convivialmente”, basándose en el principio de precaución.

Ya es hora de dar forma a un amplio movimiento social

A pesar de lo que dicen los grupos de interés corporativos, todos podemos entender que una buena vida no requiere más tráfico, casas más grandes o más cosas que generen mayores cantidades de residuos.

Una buena vida requiere una seguridad a largo plazo satisfaciendo las necesidades básicas de todos: en alimentación, vivienda, afecto, ocio, protección, comprensión, salud, participación, creación y libertad. Todos estos requisitos dependen directamente de la existencia de un planeta sano. Si tomamos en serio nuestros valores occidentales “citados tan a menudo”, no hay duda de que tenemos que cambiar nuestras costumbres y garantizar que nuestros valores sean una realidad por delante de cualquier beneficio corporativo o privado.

Ya es hora de dar forma a un amplio movimiento social que presione a los gobiernos y empresas para que ayuden a ajustar tanto los hábitos de consumo como los de producción para permitir la buena vida de todos. Queremos cooperación en lugar de competencia, lo común en vez del interés corporativo, la solidaridad en lugar de la codicia, fuertes relaciones sociales en lugar de un consumo sin sentido, la administración consciente de recursos en lugar del extractivismo, y la compasión en lugar de la indiferencia. Al mismo tiempo, exigimos menos tráfico, menos megaproyectos y más políticas basadas en la comunidad.

Ya es hora de tomar nuestro futuro en nuestras manos y darnos cuenta de que la economía actual es parte del problema y, por tanto, no puede ser parte de la solución.

Traducción de Oscar Prieto García

 

El año no ha hecho más que empezar y ya ha sido inundado con terribles noticias: dos nuevos informes recogen más evidencias sobre el riesgo que supone para la Tierra la actividad económica humana, y nos impactan con algunos datos como que las 85 personas más ricas del planeta son igual de ricos que el 50% más pobre, y además la diferencia entre unos y otros se sigue ampliando.

Al mismo tiempo, se está invirtiendo una gran cantidad de esfuerzo para asegurarnos que el crecimiento económico y la economía capitalista son esenciales para solucionar lo que algunos llaman una “crisis de civilización”. Los grupos de interés empresariales juegan con nuestros miedos y nos siguen subrayando que sólo el esquema de una economía basada en el crecimiento constante, independientemente de su injusticia y de la destructividad asociada a ella, puede garantizar empleos y seguridad.