- En Nicaragua están a punto de empezar las obras de un canal transoceánico que partiría el país en dos, rompiendo el corazón de Centroamérica de un solo tajo.
Nunca he estado en el lago Cocibolca. Pero si cierro los ojos, casi puedo oler el vapor de agua contenida en los cúmulos lenticulares que rodean al gran volcán Mombacho en su orilla oeste, y también el inconfundible destilado sulfuroso del Concepción, en la isla Ometepe que lleva días lanzando gases. Y si no pienso nada, escuchando a Caléxico en The Book and the Canal mientras lo miro, algo de dentro experimenta ese anhelo que rompe tiempos y fronteras. Dudo. Quizás alguna vez también estuve.
Aquí y allí cambian los espacios y los paisajes que nos hacen distintos. Es el milagro afortunado de la diversidad, la epigenética que nos conforma, aquélla que nos hace reconocer lo propio al mismo tiempo que nos recuerda el imprinting que tenemos, no sólo con los de la especie, sino con los del Reino. Eso en cuanto animales, porque como árboles, el arraigo a la tierra es requisito para el crecimiento de los que viven.
La gran Belleza geofísica de Nicaragua está sin embargo seriamente amenazada, de nuevo, sí, y con ella la de sus selvas, sus grandes reservas de agua, el itinerario serpenteante del río San Juan y la riqueza de sus mares, de su agua dulce y volcánica, antigua, y de su suelo. Dicen sus gentes que allí son felices. No es difícil imaginarlo. ¿Es posible luchar sólo por la Belleza? Creo que sí, porque en ella está el acervo cultural de los hombres, su arte, fusionado sin fallas al de la Naturaleza que lo contempla: sin ella no seguiremos siendo humanos.
Intentan hacer desaparecer ese paisaje, ya, con la inminente puesta en marcha de las obras de un Canal que rompería de un tajo Nicaragua en dos. El sueño delirante de individuos aislados, dos o tres por siglo, que pensaron que, ya que iletrados invasores y piratas habían atajado por allí, habría posibilidad de conectar de forma artificial una distancia de casi trescientos km, de mar a mar, aunque eso significara atravesar istmos, lagos, selvas y llevarse por delante lo que hiciera falta. Lo importante era no perder el oro. (Exactamente igual que ahora: no perder el negro oro que mata por donde va pasando, uncido a la acumulación de capital…).
Durante el tránsito de los siglos XIX al XX, dos grandes proyectos de canales interoceánicos, el de Panamá y el de Nicaragua, pujaban por construirse. En los anales científicos de la época, las mejores revistas publicaban abiertamente las discusiones técnicas entre ingenieros, los mejores del mundo, encargados de hacer historia y geocirugía. La competición científica refleja sin lugar a dudas que sí existen estudios contrastados de impacto. De hecho la revista Nature, ahora propietaria del Scientific American, conserva los trabajos de los autores implicados -también escribían extensos reportajes en el National Geographic- por si alguien quiere documentarse.
Resumiendo, hubo disputas entre el hidrógrafo A. Davis (de la Comisión de Recursos de Agua para el Canal de Nicaragua) y E. Flink (de la Sociedad Geográfica de Filadelfia) acerca del gran Cocibolca. Para el primero, la cantidad neta de agua del lago era constante a pesar de su somero fondo y de los ciclos de lluvia en el Caribe; Flink le responde que el lago se encoge, que ha ido retrayéndose durante los años. Y añade: “En este estadio de la ciencia geológica es necesario señalar que la regularidad en el volumen de agua que fluye a la cuenca de un lago no se define ni depende de la cantidad de lluvia, como primer factor.”
Es decir, en 1900, ya se conocía que el lago es de fondo somero, de volumen variable, no sólo por su cantidad de lluvia sino por su orografía, la actividad humana, las corrientes marinas que lo flanquean y los ríos a los que vierte. El último trabajo explica claramente los motivos por los que un canal de casi trescientos kms, que atravesase Nicaragua desde su Istmo en el oeste hasta el Atlántico por el mar Caribe, es inviable. El trazado propuesto ahora, casi idéntico al que se discutía a principios del siglo pasado, fue de hecho también debatido por el ingeniero francés que finalmente se encargó del canal de Panamá, Philippe Bunau-Varilla. No sólo comparó los datos numéricos de los dos proyectos sino que apuntó a lo que haría inviable el proyecto del Canal de Nicaragua. El artículo debe leerse, quizás con eso no harían falta ni siquiera evaluaciones de impacto medioambiental por lo evidente del resultado. Buneau concluye: “A la Naturaleza no le gustan anchuras ni honduras regulares en el lecho de un gran río, es contrario a sus leyes; en las curvas, el río rellena el lado cóncavo de su lecho y vacía el convexo y al revés en la siguiente, consiguiendo el equilibrio al expandir y rellenar sus canales constantemente, con la tierra propia de su lecho, sin coger nada prestado, ningún material extraño”. Ya lo comprobó en carne propia en su canal.
Más de un siglo después, las máximas autoridades científicas de Nicaragua, conocedoras de la importancia del lago en recursos hídricos aún potables, no sólo para su población, sino para toda Centroamérica, están pidiendo ayuda e implicación a todas las organizaciones medioambientales y sociedades científicas internacionales que, sorprendentemente, están tardando demasiado en reaccionar. Así, científicos del centro Humboldt, como el grupo del profesor Víctor Campos, han comenzado a hacer estudios del impacto ambiental que tendría el trazado principal de la ruta. En una primera valoración, todo lo presentado por el chino WanYin, al parecer empresario único de HKND y otro entramado de sociedades unipersonales, no sólo carece de cualquier rigor científico, sino que la necesidad de dragar el Gran Lago, que no es lo suficientemente profundo, implicaría necesariamente su destrucción, tanto por la tierra que moverían, como sobre todo porque se salinizaría. ¿Os imagináis a la gran isla Ometepe, sus dos volcanes y sus 35.000 pobladores rodeados de lodo?
El trazado, sólo en su segunda mitad, la más difícil, implicaría el realojo de al menos 110.000 personas, sin contar con las ciudades mayores de las provincias a lo largo del río San Juan. Después pretenden abandonarlo y atravesar selvas y espacios reservados únicos, hasta el Puerto de Punta Águila. Los bosques devastados cambiarían irreversiblemente el clima, no sirven los camelos de futuras reforestaciones.
En medio de la gran presión política a la que el partido en el poder está sometiendo a sus mejores científicos, conmueve profundamente la valentía y el sentido de dignidad de profesores con la experiencia y la trayectoria al servicio de su país, como el profesor Salvador Montenegro, director del CIRA (Centro para la Investigación de Recursos Acuáticos) hasta su sustitución hace unos días, o la Dra. Ruth Selma, que ha estado al frente de ENACAL con proyectos de potabilización de agua y recursos hídricos, y que impulsó la ley pública de aguas nicaragüense. El presidente de la Academia de Ciencias de Nicaragua, Jorge Huete, explica claramente cuáles serían las consecuencias inmediatas y también pide ayuda, así como la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Sostenible, FUNDENIC-SOS, con el Dr. Jaime Incer al frente.
Pero parece que no es suficiente. Saturados de todo lo terrible, lamentablemente resabiados, somos tan listos que ya sabemos que pasará lo de siempre. Eso es lo que suelo escuchar cuando comento estos asuntos… y, siendo mala, diré que para algunos seguirá todo estando siempre un poco lejos. Para otros, la historia es simplemente la biología que Darwin se inventó, pero en la que conviene seguir creyendo.
No hay ejemplos entre los seres vivos y la Naturaleza del planeta, ninguno, jamás, que sean ligeramente comparables a la avaricia y estupidez humanas. Y, sin embargo, existe aún esa intuición profunda que a veces selecciona automáticamente algún mensaje... y es por eso por lo que aún podemos escuchar. Hagámoslo. Nos estamos quedando tan sordos, que no escuchamos ya ni el rugido del interior de los volcanes, esos puestos ahí, allí precisamente, en el medio del choque de las placas. Sólo hace falta querer mirar la foto para darse cuenta de que quizás al empresario chino el Gran Canal pudiera salirle gratis.
Mientras tanto, cualquiera se resistiría a ser apuñalado en el corazón.