Las formas en que el poder coarta, invisibiliza o atemoriza a quienes se oponen a sus ecocidios son viejas y numerosas. Puedes comprar un medio de comunicación o hasta un partido político entero para que legitime los intereses de unos pocos. Tienes a mano privilegios, como el dinero, que sirven para cooptar voluntades. En ocasiones, las medidas de fuerza se dirigen directamente contra el corazón de la protesta. Se perpetran asesinatos: al menos tres ambientalistas mueren cada semana. O se proponen entablar “conversaciones” donde, aparte de exponer sus justificaciones, se llegue a tantear miedos y a amedrentar al adversario.
Éste es un artículo que habla por boca de muchos y muchas. Formo parte de redes antimegaproyectos, la mayoría mujeres y culturas indígenas del Sur que buscan, no sólo respetar la naturaleza, sino preservar su diversidad para futuras generaciones. Quiero denunciar el acoso que sufrimos las personas que hemos hablado pacíficamente a favor de la tierra, el agua y el aire y en contra de las minas a cielo abierto. Vivo y defiendo la vida en Extremadura frente a las presiones de las grandes corporaciones. Integrantes de plataformas, como Salvemos la Montaña de Cáceres, estamos recibiendo los últimos meses correos personales de quienes criticamos y repudiamos dichas transnacionales en público. Son invitaciones a entrevistas individuales: ¿con qué fin? Y ¿por qué no se invita a los colectivos de forma pública?
En una sociedad inundada de propaganda y donde la regla no escrita reza “todo puede comprarse y venderse” puede parecer una forma de presión muy suave, pero sólo si se desconoce el contexto más amplio. Tal como lo hemos vivido –y seguro que se comparten esquemas con otros movimientos de resistencia–, se trata de lo siguiente:
1.- Viene el local player (parece un nombre de DJ discotequero de lo cutre que es, pero es así como se autodenominan).
2.- El individuo, a veces ni habla directamente con el propietario del terreno en cuestión sino con sus capataces o la gente a su cargo; y de entrada se mete y ya mide, ya analiza, incluso ya tala
3.- Cuando los entes públicos o privados se dan cuenta de que directamente han invadido terrenos, han sondeado, a veces ya destruido, completamente de forma ilegal, y nos enteramos las vecinas del lugar, comprensible empezamos con la resistencia. Siempre pacífica.
4.- Cuando preguntamos a los gestores de lo público de nuestras comunidades, nos enteramos que territorios enteros están siendo ofrecidos, como zonas de sacrificio, ante el aparente potencial de recursos del subsuelo que poseemos. Un “falso potencial”: son agujeros que se abandonarán en una década y no alcanzarán ni de lejos la rentabilidad que ellos mismos prometen. El litio extremeño es un ejemplo paradigmático.
5.- Sabemos con certeza que la UE está dando dinero para investigar a los y las activistas. Nos parece ya el colmo: ¿con nuestros impuestos van a investigar el grado de resistencia a abrirnos un agujero al lado de nuestra casa?
Entonces una se subleva.
Muchas creemos que la propia vida es un acto de sublevación constante, pero no en contra sino a favor de la vida. La vida se llama a ella misma y hay un resorte que sigue permitiendo amaneceres.
Pues bien: cuando ya han utilizado a fondo el caos mediático y no les ha servido comprar alcaldes, ni presidentillos de aquel concejo o comunidad o más arriba o más abajo, da igual, y cuando los medios de comunicación no funcionan, pero los locales hacemos bulla... entonces empiezan comunicaciones más sutiles. Son las cartas enviadas a nuestros correos profesionales donde, en un inglés perfecto y personalizado y sin decirnos nada concreto, nos invitan a un encuentro privado sin saber qué quieren, pero dejando claramente abiertas todas sus posibilidades.
¿Posibilidades de qué? Ellos no lo dicen. Y por si alguno se lo pregunta, denunciarlo a autoridades judiciales supondría apenas una pérdida de tiempo, porque si no fuera porque dan algún dato que conocemos cualquiera podría considerarlo simple spam. Pero está claro: posibilidades de que nos ofrezcan un lugar en su patio trasero (backyard en su jerga), ser parte interesada de la zona de sacrificio a las generaciones venideras, a cambio de contribuir ese New Deal que ellos llaman green pero que es más negro que su alma. Con esa negrura se atreven a meterse en nuestras vidas y a intentar comprarnos. Mientras venden al resto de la sociedad la inevitabilidad y la conveniencia de sus minas, sus presas, sus fábricas de papel de aluminio, sus macrogranjas, sus centrales nucleares, los mercados para la soja vegana, las vacas de la PAC, la madera de los árboles, o sus plantas embotelladoras de agua embotellada.
Las empresas interesadas en lucrarse de un ecocidio no tienen límites. Porque no venden su alma sino la tuya. Por eso su acoso comienza con los propietarios de los terrenos donde se supone que han hecho sus análisis, que nadie ha contrastado. Y puede acabar con prácticas para sembrar miedo, y en ocasiones la muerte, como ocurre en Latinoamérica y en otros sitios del planeta, incluso en la Unión Europea, donde murió un periodista huyendo de la policía alemana, que cubría a cientos de jóvenes que protegían un bosque milenario de una ampliación de una mina de carbón a cielo abierto. Cuando por aquí nos dicen que Europa ya ha transicionado.
Quisiera señalar que, en el principio de nuestra resistencia, hemos tratado varias veces de tener un careo con los representantes de las empresas. Pero no de forma individual, sino pública: la Plataforma a un lado y ellos a otro, y que se debatiera de forma abierta. Por supuesto la minera nunca ha aceptado. También se ha tratado varias veces de que respondan a preguntas concretas, como por ejemplo de dónde estaban sacando el agua para las catas o por qué actuaban sin los permisos pertinentes. Nunca han tenido la valentía de sentarse públicamente con nosotras.
Sn embargo ahora, cuando tal y como puede verse en el reciente documental Pacto Verde Minas Negras hay una oposición frontal y casi unánime de la sociedad extremeña, empiezan a llegarnos sus nuevas estrategias. Desde aquí exigimos a los Estados y a nuestros vínculos más profesionales y vecinales que nos protejan. Porque si la mina llama a mi puerta y me amenaza, queremos pensar que por lo menos haya alguien aún que diga que a ella también o a él también. Sin hashtags de esos, pero tan cierto como que no tiembla el pulso al denunciarlo.
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