He vivido muchos años de mi vida con un paisaje azul de fondo: el Mar Mediterráneo. Para mí, un lugar donde respirar fuerte y profundo, donde pensar y reflexionar, un lugar de distensión y libertad. Pero ahora se ha convertido en un lugar de muerte, una muerte lenta, dolorosa, agónica y profundamente injusta.
La información sobre la llamada “crisis” de los refugiados nos llega a Europa con una lectura que reduce a varios fotogramas un relato ciertamente complejo. Los medios de comunicación de masas concentran sus esfuerzos en mostrar las consecuencias, pero escapan del análisis profundo de las causas y, desgraciadamente, muestran las realidades de la ribera norte y sur del Mediterráneo, alejadas, separadas y desconectadas. Pero nada más lejos de la realidad. Tenemos multitud de conexiones con el Norte de África y Asia Occidental (NAAO), por ejemplo, por nuestra alta dependencia de sus recursos naturales y, en particular, de sus recursos energéticos. La UE importa petróleo de países como Rusia, Noruega, Arabia Saudita, Libia, Irán, Nigeria, Argelia, Iraq, Kazajistán y gas de Rusia, Noruega, Argelia, Qatar, Nigeria, Trinidad y Tobago, y Egipto. Tanto el petróleo como el gas son dos fuentes de energía vitales para una Europa que necesita importar combustibles fósiles.
Pese a la histórica hegemonía rusa en el suministro de petróleo y gas, los repuntes del conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania han sido la justificación-excusa para que en Bruselas se hable más que nunca de seguridad energética. Es decir, la gran dependencia de las importaciones de Rusia le confiere mucho poder frente a los Estado miembro y, por tanto, para nuestra seguridad, es necesario diversificar proveedores.
La Unión de la Energía es la estrategia europea que recoge esta intención de confrontar el poder energético ruso buscando nuevos territorios que puedan alimentar las necesidades de la UE. Su pilar más importante es la seguridad energética y para ello establece una ofensiva diplomática, de infraestructuras y financiera, que quiere intensificar las relaciones energéticas con la región NAAO.
La maldición de la abundancia.
Pero intensificar las relaciones con el NAAO tiene muchas consecuencias directas. En los países exportadores significa perpetuar 1) unos presupuestos nacionales dependientes de la venda de hidrocarburos finitos y contaminantes 2) unas élites nacionales y transnacionales que capturan la mayor parte del negocio y 3) la desindustrialización o la no industrialización en otros sectores. Los estados exportadores se convierten en rentistas, casi totalmente dependientes de los ingresos generados por la exportación de hidrocarburos. La población recibe, en el mejor de los casos, una compensación a través de los bajos precios de los combustibles o la subvención de productos básicos. Pero también padecen la maldición de la abundancia, territorios ricos con población empobrecida que sufre la contaminación, el agotamiento de recursos hídricos, el desplazamiento, el sometimiento y la represión.
El caso más extremo lo tenemos en la invasión de Iraq, que tuvo el claro objetivo de controlar los hidrocarburos del pueblo iraquí. Siria y Afganistán, en cambio, tienen unas reservas probadas limitadas pero su valor estratégico es como territorios de tránsito. Afganistán es fronterizo con Turkmenistán, un gigante gasístico que podría aprovechar el territorio afgano para llevar gas a China. Lo mismo para Irán, que tras el levantamiento del embargo, está activando sus planes de exportación masiva de hidrocarburos. Por otro lado, Siria puede favorecer el tránsito de gas y petróleo iraquí hacia Turquía o hacia su costa para la exportación a Europa.
Más allá de la geopolítica energética, algo que se puede aprender abundando en lecturas, mi trabajo me ha permitido conversar con personas de NAAO y viajar por sus territorios. “Estamos discriminados, empobrecidos y no tenemos oportunidades, mientras las empresas transnacionales llevan más de 20 años ganando millones en nuestra región” me comentaba un compañero argelino muy activo en las revueltas contra el fracking en el sur de Argelia. La empresa francesa Total era la principal interesada en utilizar el fracking en Argelia pese a estar prohibido en Francia. “¡No tenemos agua para nuestros pueblos y tenemos que andar más de 3 horas para conseguirla!” se lamentaba un compañero amazigh, cerca de Douz, en el desierto tunecino. A pocos kilómetros numerosas empresas norteamericanas y europeas extraen hidrocarburos con un alto consumo de recursos hídricos. En la misma región, las piscinas de los complejos hoteleros están listas para el turismo. “¡Han expulsado a la gente de Mostorov!” relataba una compañera egipcia tras el desalojo forzado de los asentamientos informales cercanos a la refinería de Mostorov, a 40 km de Egipto. La ampliación de la refinería se pudo realizar gracias a un préstamo de un banco público europeo, el Banco Europeo de Inversiones.
Estos testimonios son solo algunos de los ejemplos que puedo narrar en primera persona, pero son una infinitésima parte del relato de acaparamiento, expolio y saqueo que tiene una larga trayectoria y que nos vincula fuertemente con lo que sucede en el Norte de África y en el Oriente Medio. Por cierto, no es casualidad que los testimonios sean anónimos. Muchos de ellos sufren la represión de las élites nacionales y transnacionales que se alimentan de la venta de hidrocarburos.
Las fronteras móviles de la seguridad.
El actual presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, pronunció la infame sentencia “Vengáis de donde vengáis, no vengáis a Europa”. Paradójicamente, Tusk fue uno de los padres de la Unión de la Energía, esa estrategia que da la bienvenida a los recursos energéticos provenientes de los mismos territorios de donde provienen las personas refugiadas. Las fronteras de la seguridad, entonces, se configuran según el interés. Para las personas refugiadas, las fronteras se repliegan en los Estados miembro y se convierten en muros infranqueables. Para la seguridad energética, en cambio, se extienden más allá, acaparando territorios en un claro ejercicio de neocolonialismo energético.
En el contexto europeo, la palabra colonialismo o neocolonialismo nos puede parecer algo del pasado o una categoría demasiado fuerte. Las conversaciones con gentes de NAAO me confirman, en cambio, que está muy presente en sus imaginarios. Y viendo sobre terreno como actúan algunas empresas e instituciones europeas, no me extraña que lo tengan tan presente.
Mi intención con este artículo era precisamente mostrar, a través del ejemplo de la seguridad energética, cómo esta dinámica colonial continúa. Si hablamos de las causas de la “crisis” de las personas refugiadas, debemos abrir el foco e incluir una mirada amplia, en el espacio geográfico y en el tiempo histórico. Solo de esta manera podremos construir un relato que nos acerque más a la realidad de los pueblos de la ribera sur del Mediterráneo y nos ayude a radicalizar la solidaridad con su actual situación y sufrimiento.
He vivido muchos años de mi vida con un paisaje azul de fondo: el Mar Mediterráneo. Para mí, un lugar donde respirar fuerte y profundo, donde pensar y reflexionar, un lugar de distensión y libertad. Pero ahora se ha convertido en un lugar de muerte, una muerte lenta, dolorosa, agónica y profundamente injusta.
La información sobre la llamada “crisis” de los refugiados nos llega a Europa con una lectura que reduce a varios fotogramas un relato ciertamente complejo. Los medios de comunicación de masas concentran sus esfuerzos en mostrar las consecuencias, pero escapan del análisis profundo de las causas y, desgraciadamente, muestran las realidades de la ribera norte y sur del Mediterráneo, alejadas, separadas y desconectadas. Pero nada más lejos de la realidad. Tenemos multitud de conexiones con el Norte de África y Asia Occidental (NAAO), por ejemplo, por nuestra alta dependencia de sus recursos naturales y, en particular, de sus recursos energéticos. La UE importa petróleo de países como Rusia, Noruega, Arabia Saudita, Libia, Irán, Nigeria, Argelia, Iraq, Kazajistán y gas de Rusia, Noruega, Argelia, Qatar, Nigeria, Trinidad y Tobago, y Egipto. Tanto el petróleo como el gas son dos fuentes de energía vitales para una Europa que necesita importar combustibles fósiles.