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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Una perspectiva desde la ecología social a la polémica sobre el calor en las aulas

“Vengan a ver, vengan a ver/ vengan a ver lo que no quieren ver/ (…) los jardines y parques/ que podríamos tener/ las escuelas y casas/ que podríamos hacer…”, cantaba Luis Pastor en 1976. El pasado día 19 de junio se publicaba en el blog 'Última llamada' de eldiario.es un artículo de Marga Mediavilla y Jorge Riechmann sobre la polémica desatada por las declaraciones del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid en las que recomendaba, en plena ola de calor, hacer abanicos de papel para combatir las altas temperaturas en las aulas y desaconsejaba el aire acondicionado en escuelas e institutos. Un día después de estas declaraciones, 47 alumnos en un instituto de Valdemoro fueron valorados y desalojados del centro de estudios, de los cuales seis de ellos fueron traslados a un hospital con mareos, deshidratación y malestar por las altas temperaturas a las que se encontraban en las aulas.

El artículo al que nos referimos al inicio aporta un impecable análisis sistémico en el modelo actual de generación de energía y muestra de forma clara la orientación general para resolver el problema de manera justa para las mayorías sociales. Desde nuestro punto de vista, la magnitud del problema ecológico y social sistémico que tenemos encima hizo que en ese artículo quedara fuera de foco la situación concreta que inició la polémica.

La magnitud del problema ecológico que estamos empezando como sociedad a vislumbrar es inmensa. Sólo comenzamos a ver la punta del iceberg. Compartimos la visión que se refleja en el artículo de que nuestro modelo de civilización occidental capitalista no ha sabido adaptarse a la realidad de su medio: hemos dispuesto de la biosfera como si fuera algo que pudiéramos modelar a nuestro antojo, y no es así. La biosfera tiene sus ritmos y procesos, y nuestra especie tiene que saber acoplarse a estos límites. Uno de los grandes desequilibrios que hemos creado ha sido el cambio climático, debido sobre todo a la quema de combustibles fósiles y al mal uso del territorio (véase el blog de Ferrán P. Vilar para más detalle, por ejemplo en la entrada Cambio climático y colapso civilizatorio ¿Hasta qué punto podría ser inminente?).

Son en efecto los combustibles fósiles los que nos proporcionan la mayor parte de la energía primaria que consumimos hoy en día (más de las cuatro quintas partes), energía acumulada en la tierra durante millones de años con anterioridad a la historia humana. Eso lo sabemos pero, en lugar de corregirlo, ¡lo seguimos haciendo hoy día como si no pasara nada! Sabemos los problemas ambientales que se generan, que estamos cerca (pocos decenios) de agotar la mayoría de estos recursos fósiles y que nuestra sociedad funciona completamente dependiente de ellos, pero seguimos en la misma senda, sin fijarnos en ese horizonte de escasez de recursos clave y de crisis ambiental.

Por eso el cambio sistémico implica no sólo un cambio en las fuentes de energía (tenemos que usar fuentes de energía limpias y renovables), si no también, en términos globales, una reducción en el consumo de energía.

En la polémica sobre el calor asfixiante en las aulas tenemos una pequeña muestra de esa realidad de colapso: a finales de mayo y principios de junio el calor es tal que ya no se aguanta en los viejos edificios de construcción barata como se podía hacer hasta hace sólo algunos años. Es llamativo (e indicativo) que los lugares donde se educa y forma a las generaciones futuras tengan tan pocos recursos en esta sociedad del despilfarro energético: ¿acaso no pensamos en el mañana de nuestras próximas generaciones?

Las soluciones posibles a este problema del calor en las aulas son muchas pero, como señala el artículo, no deberían pasar por más consumo de una energía fósil que nos genera graves problemas ambientales y que tiene los días contados (una explicación excelente se encuentra en el texto Prontuario, de Antonio Turiel, en su blog). Desde la óptica del cambio sistémico que necesitamos podemos adaptar los edificios de las escuelas mediante su aislamiento y elementos de construcción para que sean edificios de muy bajo consumo energético y dotarlos de sistemas de calefacción y aire acondicionado alimentados con energía solar. Esto no es ciencia-ficción, son soluciones que existen ya y que podemos aplicar destinando recursos a este ámbito.

Desde luego el destinar recursos a ese ámbito exige de un cambio mucho mayor y central: que exista una mayoría social que empuje de manera constante y decidida hacia ese nuevo modelo donde la vida buena del conjunto de la sociedad sea el objetivo central de nuestra organización social, y no la generación de beneficio privado que sólo nos conduce a la mayoría a la explotación del trabajo humano y a la destrucción de las bases materiales sobre las que se asienta la vida tal y como la hemos conocido: esos intereses ciegos del capital que nos han conducido hasta esta situación límite.

El cambio democrático que necesitamos es “sencillamente” que una mayoría social y política sea capaz de unirse para crear ese horizonte en el que ir desarrollando unas condiciones materiales justas socialmente y adaptadas a vivir en este planeta finito. Este proyecto común de buen convivir colectivo es básico para que las necesidades de la mayoría social y de las generaciones futuras sean el objetivo central de ese nuevo modelo que sustituya al sistema actual. Si no hay ruptura, si continuamos guiándonos por los intereses del capital, ciegos a las necesidades que tenemos como sociedad y ciegos a la realidad biofísica del mundo en el que vivimos, previsiblemente el modelo al que evolucionará el sistema actual será cada vez más desigual, violento y excluyente, dadas las décadas de crisis ecosocial que se avecinan. En este conflicto, a la mayoría social nos va la vida (buena) en ello.

Pero además, el hecho de que la polémica se haya disparado a partir de la cuestión de la temperatura en centros públicos de educación nos permite apuntar una cuestión más, y el sesgo de clase que tiene, y tendrá, el desafío ecológico. A día de hoy, nuestra sociedad 'sobreconsume', pero ese sobre-consumo no es equitativo, sino que se distribuye de forma muy desigual.

Y ante riesgos ecológicos –ante los cuales la actual ola de calor parecerá una anécdota– las dinámicas de desigualdad y exclusión crecerán, como explica de forma brillante el texto de Daniel Tanuro que citaban Riechmann y Mediavilla en el artículo que da origen a este debate, o Yayo Herrero en una de sus últimas charlas. Las alternativas que proponemos a nivel constructivo y energético deberían utilizarse prioritariamente en espacios públicos (sobre todo en espacios donde está la población más sensible: escuelas de primaria, colegios, hospitales, residencias de mayores), y en aquellos lugares que los sectores sociales populares disfrutan y que son su espacio natural de socialización; sólo así construiremos una alternativa para las mayorías basada en las condiciones y límites de la realidad material. Tenemos que poner en marcha una transición rápida, hagámosla con una perspectiva de género, de clase y de raza. Dicho de otra forma: que la crisis ecológica no la paguen las más pobres.

Conscientes de la realidad actual, de manera convergente, numerosos colectivos sociales y políticos de diferentes ámbitos se han puesto a trabajar en superar el modelo actual (aunque sea parcialmente en algunos casos) e ir construyendo de manera práctica formas sociales justas y adaptadas al medio. Aunque la diversidad de proyectos y enfoques es extremadamente rica y diversa, lo cual es una buena garantía de éxito, en número, aún no constituyen un peso suficiente como para provocar un vuelco social y sistémico. Al igual que el 15M supuso un desborde social impugnatorio del sistema actual, un Gran Acontecimiento que cuestionaba la supuesta democracia del sistema (“lo llaman democracia y no lo es”), necesitamos un desborde de alternativas y movimientos de transición que rompan y superen la lógica del actual sistema ecocida. Será en el florecimiento de estas alternativas en las que podremos ver esas escuelas e institutos eficientes energéticamente en los que estudiarán las nuevas generaciones.

“Vengan a ver, vengan a ver/ vengan a ver lo que no quieren ver/ (…) los jardines y parques/ que podríamos tener/ las escuelas y casas/ que podríamos hacer…”, cantaba Luis Pastor en 1976. El pasado día 19 de junio se publicaba en el blog 'Última llamada' de eldiario.es un artículo de Marga Mediavilla y Jorge Riechmann sobre la polémica desatada por las declaraciones del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid en las que recomendaba, en plena ola de calor, hacer abanicos de papel para combatir las altas temperaturas en las aulas y desaconsejaba el aire acondicionado en escuelas e institutos. Un día después de estas declaraciones, 47 alumnos en un instituto de Valdemoro fueron valorados y desalojados del centro de estudios, de los cuales seis de ellos fueron traslados a un hospital con mareos, deshidratación y malestar por las altas temperaturas a las que se encontraban en las aulas.

El artículo al que nos referimos al inicio aporta un impecable análisis sistémico en el modelo actual de generación de energía y muestra de forma clara la orientación general para resolver el problema de manera justa para las mayorías sociales. Desde nuestro punto de vista, la magnitud del problema ecológico y social sistémico que tenemos encima hizo que en ese artículo quedara fuera de foco la situación concreta que inició la polémica.