“Estos son mis principios. Si no le gustan tenemos otros”. Podríamos añadir y remedar la frase de Groucho Marx para describir la filosofía hoy reinante en la cúpula del PSOE. “Este es nuestro secretario general, pero si no vota lo que el Ibex 35 cree que hay que votar, tenemos otros”. O yendo más allá: “Estos han sido nuestros partidos. Si no le gustan tendremos que tener otros”. Y de todo esto viene el proyecto político de Ciudadanos o la facilidad de confluencia entre este partido y PSOE (pacto de diciembre para proponer gobierno, alianza estable en Andalucía), como nos recuerda M. Eugenia Rodríguez Palop en diversos artículos en este diario.
Señalemos que ya en 1975 un informe de la Comisión Trilateral (think tank en el que se reconocían Japón, la Comunidad Económica Europea y Estados Unidos) llamaba a limitar las democracias, centralizar en líderes la acción de los partidos y vaciar a éstos de contenidos que pudieran dar rienda suelta a las expectativas populares. La constatación de esta dinámica de partidos convertidos en aparatos serviles viene de antes. Serviles en el sentido literal de hegemonías internas hechas a base de sillones prestados a grupos afines y de servilismo externo hacia las élites.
Otto Kirchheimer primero, y Claus Offe posteriormente, ya nos plantearon que la sostenibilidad (organizativa) de estas maquinarias, en principio nacidas para la mediación social entre gobernados y gobernantes, fueron forzadas al poco de terminar la segunda guerra mundial a introducir “rebajas ideológicas”. La conversión de la política institucional en una competencia de mensajes de marketing y líderes cautivadores favorecería mejor las políticas del capital internacional. Los grandes bipartidismos europeos o estadounidense han sido caldo de cultivo, sobre todo a partir de los 70 y 80 tras la consolidación del golpe de Pinochet o la derrota de la propuesta de socialdemocracia de Miterrand frente al poder de los mercados, de hacer valer como intereses colectivos lo que eran prebendas elitistas y metabolismos no sostenibles.
Ferraz, la sede oficial del PSOE, otrora partido socialista y obrero, es hoy testigo de ello. El saldo de la guerra interna está ahí: una conspiración de barones territoriales impulsada por Susana Díaz, la presidenta andaluza, que fuerza la dimisión de Pedro Sánchez; un nuevo comandante que “anhela poder abstenerse” según manifiesta Javier Fernández, presidente de Asturias y cabeza visible de la actual gestora; una agenda neoliberal que se ve allanada, en todo caso, en unas hipotéticas terceras elecciones, merced al reforzamiento de la misma a través de tres de los cuatro grandes partidos.
Las rebajas ideológicas del PSOE vienen siendo elocuentes desde mediados de los 90, cuando la perspectiva de instalar un sistema de bienestar al estilo de centroeuropa se abandona y no se incorporan medidas ante los ya conocidos límites al crecimiento del consumo. Lo constata el gusto neoliberal compartido por el exministro Solbes, alabado en ocasiones por el Partido Popular. O la consolidación de una economía globalizada donde diversas compañías privatizadas pasan a jugar en la liga de campeones de la insostenibilidad internacional como Repsol o Telefónica. O el inicio el pasado septiembre de la explotación del parque natural de Doñana por parte de Gas Natural, en cuyo consejo se sienta el expresidente Felipe González, firme defensor en la actualidad de facilitar el gobierno al Partido Popular.
Decía Marx que la historia se repite primero como farsa, luego como tragedia. Yo diría que en estos tiempos de sociedades y memorias líquidas, y de triunfo de una política cínica propia de la extrema derecha que ofrece discursos de emancipación mientras derrama vidas a su paso, terceras y cuartas farsas son posibles. Por un tiempo, claro. Porque la presión por la supervivencia de los de abajo (la economía moral de las clases oprimidas que señalaba E. Thompson, la infrapolítica en la sombra que les otorgaba J. Scott o la sororidad expandible que señala actualmente el feminismo), junto con los límites planetarios a la expansión del binomio depredador Mercado-Estado centralista irán mostrando progresivamente la necesidad de de otros horizontes.
Por el momento, y por razones de autoritarismo exuberante y de escasa atención al descontento de la población con la agenda neoliberal, el PSOE está noqueado. Nada nuevo. Otro exsecretario algo díscolo con los barones del partido como Josep Borrell, también cayó de la manera que ha caído ahora Pedro Sánchez: para allanar el camino al gobierno popular (de Aznar por entonces) que obtuvo una feliz mayoría frente al candidato sustituto (Almunia en aquel tiempo).
El marco de la rebaja ideológica y la creación de una esfera de competición a base de política cínica, apoyada en liderazgos mediáticos fuertes, no deja margen para proyectos sostenibles de emancipación. Sí puede apuntalar proyectos de fascismo ecológico, como indica Jorge Riechmann, de juegos del hambre hechos realidad. Es decir, quien decida moverse en ese terreno de juego, difícilmente podrá hablar de transformar el sistema energético o de proponer medidas reales contra el cambio climático a base de construir economías endógenas, pegadas al territorio. No podrán, sencillamente, porque en los consejos empresariales de estas grandes transnacionales se sienta la crema impulsora del bipartidismo. No podrán, porque desafiar economías globales supone enfrentarse al tema de la deuda impagable que demanda más y más crecimiento y circulación de monedas y materiales. No podrán porque cualquier organización resiliente, social y ambientalmente hablando, que quisiera trabajar por una justicia ambiental, tendría que basarse en sistemas emergentes, y eso requiere una inteligencia ecológica y colectiva hoy ausente (J. Luis Casadevente dixit) capaces de fomentar procesos de participación y co-gestión en los territorios. Es decir, seguir más los principios, adaptados al presente, de las economías más comunitarias o de alta sociabilidad, que diría el antropólogo boliviano Núñez del Prado. Y eso requiere descentralizar y dar poder a los de abajo. Para decidir sobre energías, alimentación, salud, planes urbanísticos y, por supuesto, tratados internacionales altamente depredadores como el TTIP. Todo ello es incompatible con un ascenso de partidos conservadores o con partidos del socialismo como farsa.
¿Y no podría haber un nuevo Ferraz sostenible? Pues probablemente no. Primeramente, en el sentido organizativo los propios dirigentes del “renovado” PSOE ya han declarado que cuentan con nuevas sangrías de votos en futuras elecciones. Se seguirán sucediendo mínimos históricos como los observados en las últimas elecciones generales o en las autonómicas de Galicia y País Vasco. Y, en segundo lugar, el control del aparato por parte del sector más benevolente con Ciudadanos y con el propio Partido Popular, hace más factible que continúen aprobándose agendas a favor de más cambio climático, más explotación de recursos naturales, más expansión de grandes cadenas de supermercados, más apuesta por los negocios privados en el transporte o en la energía, más turismo globalizado para ocio de unos pocos y desgracia de muchos.
Pero entonces, ¿mejor sin partidos? ¿para qué estar en las instituciones representativas liberales si éstas son conducidas hacia la barbarie desde instituciones crecientemente feudalizadas? Se trata de una pregunta para el medio plazo. Me inclino a pensar más en la transición inmediata hacia esos sistemas emergentes que leen la vida y las economías “desde abajo”. En general, los (nuevos) partidos asociados a la “izquierda” o a la “democratización radical” de la política son ilustrativos de formas de funcionamiento más sostenibles; tanto para la ampliación de necesarias transiciones desde un creciente protagonismo social; como para poner en marcha iniciativas que cierren circuitos desde abajo: circuitos políticos, energéticos, económicos y culturales. Este sería el caso de muchas candidaturas o propuestas municipalistas (en Italia de la mano de 5 Estrellas, el confederalismo democrático en el Kurdistán o las iniciativas de las alcaldías por el cambio del Estado español).
Con todo, a pesar de las declaraciones, los nuevos grandes partidos (Unidos Podemos) no son precisamente una caja de resonancia de debates y protagonismo social. Ni tampoco, salvo casos muy particulares, las nuevas alcaldías por el cambio han conseguido asentar un tejido productivo y legislativo que trabaje por una rebeldía en materia de consumo o de promoción de una economía social y solidaria. En muchos casos se reproducen esquemas insostenibles hacia dentro y hacia afuera. Excepciones y perspectivas de que la cosa puede cambiar, como las meigas, existen. Ahí tenemos la reciente declaración de Bilbao a favor de programas ecosocialistas promovidos por candidaturas, organizaciones ecologistas y sindicatos alternativos.
Lo que es claro es que la s de sotenibilidad reclama organizaciones políticas más pendientes de los participación deliberativa (gusto por la diversidad) y capaces de apostar por programas de mayor soberanía energética y alimentaria (gusto por la biodiversidad y la diversificación de economías en el territorio). Lo otro, lo viejo y conservador, no son partidos “atrapatodo” como se suele llamar a las grandes maquinarias del marketing del voto. Son hoy partidos “rompemundos” que destruyen los vínculos sociales y las concepciones de democracia de base más elementales. En la reconstrucción de esos vínculos, con políticas y economías pegadas al territorio, más allá del actual régimen de gobernanza, encontraremos algunas respuestas institucionales para una transición inaplazable, algo más sostenible y democratizadora.