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Robots inteligentes, humanos bobos

Hace unas semanas escuché una charla sobre automatización y robótica colaborativa que impartía un ingeniero con amplia experiencia industrial a los alumnos de una Escuela de Ingenierías. En su ponencia, afirmaba que la Automatización 4.0 es una tendencia que se va a imponer en pocos años y va a resultar revolucionaria para la industria y la sociedad.

Los últimos prototipos de robots que se están sacando al mercado son mucho más inteligentes y capaces de interactuar con los humanos de forma segura que los robots industriales al uso, lo que les permite salir del restringido ámbito industrial donde hasta ahora estaban recluidos. Estas capacidades se deben, en gran parte, a las estrategias cooperativas y sensitivas que utilizan; quizá la inteligencia artificial se ha dado cuenta de que la cooperación es la mejor estrategia para evolucionar, dando la razón a Lynn Margulis y contradiciendo a Darwin y su evolución mediante la competencia.

El ponente también tenía muy claro que en estas décadas la Automatización 4.0 va a destruir muchos puestos de trabajo: los de repartidores, camioneros, taxistas, reponedores de supermercados, auxiliares de enfermería, camareros, etc. Por eso animaba a los estudiantes a especializarse en estas ramas asociadas a la robótica e inteligencia artificial, donde todavía el empleo va a seguir creciendo y se van a seguir necesitando técnicos.

Es probable que esté en lo cierto. La crisis global estimula todavía más la competencia y empuja a las empresas a bajar sus costes. La estrategia más fácil para conseguirlo consiste en reducir empleos. Adiós a todo ese empleo, nos guste o no, el país o la empresa que no automatice se queda fuera del mercado. Así que la opción de los jóvenes está clara: tienen que estudiar robótica para ser competitivos en el mercado laboral y conseguir que uno de los empleos humanos restantes sea el suyo.

La Automatización 4.0, sin embargo, tiene un inconveniente: requiere mucha más energía y materiales. Las máquinas pueden llegar a ser superiores a los humanos en muchas cosas, pero en cuanto a eficiencia energética son auténticas principiantes frente a los seres vivos. De esta forma, la automatización tira por tierra una de las posibles vías de salida al declive energético y al cambio climático: la desmaterialización. En teoría, la escasez energética nos debería llevar hacia aquellas actividades económicas que implican menos consumo de energía y más empleo, pero la dinámica de la automatización es más fuerte. Las empresas encuentran mucho más fácil reducir costes a base de eliminar salarios que a base de ahorrar energía.

De forma que, en este siglo, nos vamos a enfrentar al declive de los combustibles fósiles, y, al mismo tiempo, vamos a pisar el acelerador del consumo de energía a base de automatizar todavía más la industria, la agricultura y los servicios. Es la peor estrategia que se nos puede ocurrir de cara al siglo del declive fósil y el cambio climático.

Pero no hay alternativa, lo vamos a hacer porque estamos metidos en una dinámica de competencia de la que no sabemos salir. Los robots han aprendido a cooperar entre sí para ser similares a los humanos, pero a los humanos no nos está permitido ese lujo. Nosotros debemos someternos a la ley del mercado y jugar los juegos del hambre global. Aunque los robots hayan conseguido grandes avances siendo cada vez más sensitivos, nosotros debemos ser insensibles al drama social del desempleo, insensibles al deterioro ambiental, insensibles a nosotros mismos.

La máquina de la competición global, de la guerra económica, de la acumulación de poder no puede ser parada. Aunque la ingeniería moderna está descubriendo las cualidades superiores de la cooperación, nuestra máquina económica tiene como único mecanismo la competencia. Es una máquina con las ideas del siglo antepasado, pero se construyó tan enormemente fuerte y capaz de adaptarse a entornos cambiantes que ahora no sabemos cómo pararla.

O quizá no. Quizá, en el fondo, la Automatización 4.0 consiga que seamos más sostenibles, pero a base de efecto rebote. Es muy difícil que en esta década los empleos perdidos por la robotización sean absorbidos por el crecimiento económico. Este fenómeno sí se dio –en parte– en los años 60 y 90. Pero ¿va a ser el débil crecimiento económico actual capaz de absorber una oleada de automatización más? Es probable que no. Es más probable que la automatización cree grandes masas de pobres incapaces de consumir.

Quizá todas esas personas intenten buscar una salida en comunidades marginadas del sistema, aldeas autosuficientes y movimientos “hippies”. Estas comunidades necesitarán grandes dosis de cooperación y se basarán en estilos de vida ligados a la tierra extraordinariamente austeros. Paradójicamente, los robots podrían ser los que empujen a los humanos a un modo de vida sostenible, de baja tecnología y muy poco consumo energético. Quizá los robots consigan que los humanos aprendamos lo mismo que ellos están aprendiendo ahora: que tenemos que cooperar entre nosotros y ser muy sensibles al medio ambiente que los rodea si queremos salir adelante.

Sería deseable que aprendiéramos a cooperar por otros medios que no fueran la pobreza, la catástrofe y la renuncia a la civilización industrial. Deberíamos ser capaces de ver que esta doble guerra permanente en que vivimos: guerra entre nosotros y guerra contra la naturaleza, es inútil, innecesaria y absurda. Pero eso requiere algo que las máquinas no tienen y que entre humanos tampoco abunda: conciencia. Requeriría que, en lugar de dejarnos llevar por la máquina de la competencia capitalista hacia la sobrexplotación de la naturaleza, la desigualdad y el desastre climático, evolucionásemos como seres vivos y nos organizásemos para solucionar estos problemas que nos están poniendo al borde del colapso.

De momento estamos demostrando ser bastante torpes a la hora de cooperar y solucionar los problemas globales. Los deslumbrantes avances tecnológicos, como la robótica, sólo los sabemos utilizar para hacer todavía más profunda nuestra insostenibilidad. Porque hay una automatización que está arrasando nuestra sociedad, pero no es la de las máquinas sino la del pensamiento humano: esa tendencia suicida a regirnos por programas heredados del pasado que nos hace incapaces de reaccionar a las necesidades de este momento de enorme crisis ecológica, energética y social.

Hace unas semanas escuché una charla sobre automatización y robótica colaborativa que impartía un ingeniero con amplia experiencia industrial a los alumnos de una Escuela de Ingenierías. En su ponencia, afirmaba que la Automatización 4.0 es una tendencia que se va a imponer en pocos años y va a resultar revolucionaria para la industria y la sociedad.

Los últimos prototipos de robots que se están sacando al mercado son mucho más inteligentes y capaces de interactuar con los humanos de forma segura que los robots industriales al uso, lo que les permite salir del restringido ámbito industrial donde hasta ahora estaban recluidos. Estas capacidades se deben, en gran parte, a las estrategias cooperativas y sensitivas que utilizan; quizá la inteligencia artificial se ha dado cuenta de que la cooperación es la mejor estrategia para evolucionar, dando la razón a Lynn Margulis y contradiciendo a Darwin y su evolución mediante la competencia.