Entre los elementos más incuestionables de nuestro orden político, económico y cultural se encuentra la tecnología. En el tuétano de nuestra sociedad está que “la tecnología es lo que nos hace humanos”, que “no se puede luchar contra el progreso”, que “las tecnologías son neutrales” y que “la tecnología nos puede sacar de la crisis civilizatoria en la que estamos”. Cuanto más incuestionable es un aspecto en una sociedad, más necesario es trabajarlo, pues muestra los puntos ciegos colectivos. Unos puntos ciegos que, en la vigente situación de emergencia civilizatoria, pueden acarrear consecuencias fatales.
Hemos depositado como sociedad casi todos los huevos para alcanzar o sostener una vida digna en la cesta tecnológica, en el ya inventaremos justo lo que necesitamos, justo en el momento en que haga falta y además contaremos con los recursos necesarios (monetarios, energéticos, materiales, etc.) para que se expanda por todo el globo rápidamente. Es decir, la tecnología la concebimos casi como omnipotente. De este modo, la tecnología podrá enfrentar el calentamiento global, el decrecimiento en la disponibilidad de los combustibles fósiles o… lo que haga falta. Enunciado así, el pensamiento no solo parece simplón, sino poco científico, más propio de un pensamiento mágico. Obviamente, nadie lo argumenta como lo acabo de señalar porque, en realidad, no existe debate, solo algunos clichés repetidos de manera mecánica. La tecnología está fuera del escrutinio social porque entra en el campo de la fe y de lo asumido como incuestionable.
Pero ¿qué pasaría si la tecnología no nos pudiese sacar de este atolladero? ¿Y si la tecnología tuviese límites y no tuviese un desarrollo imparable? ¿Y si distase mucho de ser neutral y en realidad fuese un potente conformador socioambiental o, mejor dicho, destructor socioambiental? Estas son preguntas, desde mi punto de vista, centrales.
Adrián Almazán desmonta en Técnica y tecnología los cuatro grandes pilares de la fe tecnológica: que es un atributo central de la humanidad, que tiene un progreso imparable, que es neutral y que nos sacará de los problemas que tenemos. Creo que es un libro excelente para alimentar ese no-debate social sobre la tecnología que tanto necesitamos.
Destaco una de las ideas fuerza del texto. Una distinción central de toda la argumentación de Almazán es la existente entre técnica y tecnología. La técnica sería transhistórica, pero también estaría presente en otros seres vivos. Se puede entender como “un atributo general de toda sociedad humana que se vincula con la capacidad de fabricación o utilización de un determinado tipo de objetos, los objetos técnicos, y que es inseparable de los saberes asociados a dicha fabricación o uso”. En cambio, “la tecnología es únicamente una fase [de la historia de la técnica], en concreto la que comenzó con la Modernidad capitalista de Occidente y continuó con la eclosión de la sociedad industrial y su extensión a todo el globo”. Es una forma particular de técnica propia de las sociedades capitalistas.
Bajo este paradigma, técnica y tecnología no existen fuera de la sociedad sino que son un constructo de ella y, a la vez, la conforman. Por eso se puede (y se debe) diferenciar técnica y tecnología. Mientras la tecnología emerge del capitalismo y está al servicio de la reproducción del capital, la técnica no necesariamente. De aquí sale una conclusión con implicaciones políticas importantes: la tecnología no sirve para trascender el capitalismo y afrontar sus impactos socioambientales porque no solo no es neutral, sino que está al servicio de él.
Me gustaría sumar dos reflexiones que se podrían entender como añadidos al libro, una especie de adenda. La primera parte de la propia definición de técnica. ¿Qué pasaría si la cambiásemos?, ¿si en lugar de focalizarla en los objetos técnicos y circunscribirla a los animales, como hace el autor, la centrásemos en la utilidad de la técnica? Si hiciésemos esto, la técnica se podría definir como la capacidad de transformar el entorno o adaptarse a él para los fines propios.
Bajo su definición, Almazán defiende que la técnica no es capacidad única del ser humano, pero probablemente se podría decir que es en nuestra especie en la que alcanza su máxima expresión. Pero si la definición se focaliza en los usos y no en los objetivos… ya no se podría afirmar ni siquiera eso. La transformación que ha imprimido el conjunto de la vida al planeta Tierra para expandirse, a través de múltiples técnicas, es cualitativa y cuantitativamente superior a la que ha realizado el ser humano y, además, ha generado los mecanismos necesarios para que se sostenga en el tiempo. Un ejemplo es que la composición de la atmósfera en gran parte es fruto de la vida y está “a su servicio” (presencia de oxígeno, capa de ozono, efecto invernadero controlado, etc.). Otro sería la regulación de la salinidad y el pH de los océanos para que estén en el nivel óptimo para el desarrollo de la vida.
Descendiendo a lo micro, un árbol, como técnica de la vida, es desde muchos parámetros netamente superior a un panel solar: se autorrepara, funciona y se crea a temperatura ambiente y con materiales disponibles en el entorno, sus residuos no suponen ningún problema al entorno (todo lo contrario), no contamina, sino que generan nutrientes (carbono, agua, etc.) para el resto de seres vivos con los que cohabitan, se reproduce solo y aprovecha un porcentaje mayor de la radiación solar (entre transpiración y fotosíntesis) que un panel fotovoltaico en su propio beneficio y en el del resto del ecosistema. Para quien quiera indagar en esta vía, El Origen de Gaia de Carlos De Castro es una buena base.
Una visión de este tipo sobre la técnica tiene traducciones políticas muy relevantes. Ya no es solo que dependamos de los ecosistemas, sino que además las capacidades técnicas del conjunto organizado de seres vivos son cualitativa y cuantitativamente superiores a las humanas. Por ello, es lógico que necesitemos adaptar e integrar nuestra técnica a cómo funcionan los flujos materiales y energéticos en la trama de la vida. El mejor desarrollo técnico al que podemos aspirar es aprovechar el que ha desarrollado el conjunto de la vida y, por lo tanto, no solo tenemos que imitarla (algo que siempre será imperfecto), sino sobre todo integrarnos en ella de manera armónica.
La segunda adenda que quería sumar al texto de Almazán es en el apartado en el que refuta, de manera brillante, que la tecnología (no hablamos ya de la técnica) nos va a salvar de la crisis civilizatoria en la que nos encontramos. Para ello, voy a realizar una segunda definición de técnica. La técnica sería la condensación de materia, energía y conocimientos para adaptar o adaptarse al entorno con el fin de satisfacer necesidades y deseos de quien la usa. Es decir, que la técnica no es solamente raciocinio “inmaterial”, sino que tiene una base material y energética determinante. Este aspecto, que muchas veces se olvida al plantear el desarrollo imparable y prácticamente omnipotente de la tecnología, es central.
Pero la tecnología, a diferencia de la técnica, no solo tiene una insoslayable base física en general, sino una base física muy específica. El desarrollo tecnológico requiere de fuentes energéticas densas que funcionen en stock (que estén siempre disponibles, no como las renovables). Esto lo explica bien Andreas Malm en Capital fósil. También necesita un amplio abanico de materiales, muchos de ellos escasos (o, mejor dicho, cada vez más escasos) sobre la corteza terrestre. Como actualmente estamos atravesando el pico de máxima disponibilidad fósil y material, plantear el desarrollo imparable y con amplias capacidades de la tecnología tiene un componente religioso más que científico. Es más, su simple mantenimiento está comprometido.
Se podría argumentar que, igual que existió tecnología antes de la tecnología fósil, puede existir después. Es decir, que igual que hubo un importante desarrollo de los molinos hidráulicos para la reproducción del capital, esto podría volver a ocurrir y el capitalismo tendría proyección de futuro. En teoría tal vez podría ser así, en la práctica no está tan claro. El capitalismo no es un sistema que, por ahora, haya demostrado su reversibilidad. Es un sistema que requiere del crecimiento sostenido y, para este crecimiento, las tecnologías fósiles son indispensables. Es cierto que ha tenido fuertes crisis, pero un cambio de una matriz energética densa, de disponibilidad continua, en grandes cantidades y muy versátil a otras de características antagónicas es harina de otro costal. Implica un cortocircuito de la reproducción del capital que no sabemos si terminará en muerte o en una “mera” parada cardiorespiratoria. Como poco, el fin de los recursos fósiles y minerales abundantes implicará un capitalismo de mucha menos penetración territorial y vital. O dicho de otro modo, el fin de esta tecnología supondrá a la fuerza la aparición de otros órdenes sociales. Una expresión clara de la no neutralidad de la técnica y la tecnología, que en su libro Almazán describe con mucho detalle.
Nuevamente, esto tiene implicaciones políticas importantes. La principal es la necesidad de abandonar la tecnología (que no la técnica) no solo por sus impactos socioambientales, sino también porque es mejor que lo hagamos antes de que ella “abandone” a la humanidad conforme la crisis energética y material siga profundizándose. Cuanto más tardemos en iniciar ese camino y más avancemos en el desarrollo tecnológico pivotando la satisfacción de nuestras necesidades sobre él… en peor situación nos encontraremos para afrontar cambios que se antojan inevitables.
En conclusión, necesitamos un debate profundo sobre la técnica y la tecnología que sitúe ambos elementos en el foco de la crítica y los saque del ámbito de la fe. Creo que el libro de Almazán es una estupenda contribución, que es mejor leer antes de abordar este artículo.
Entre los elementos más incuestionables de nuestro orden político, económico y cultural se encuentra la tecnología. En el tuétano de nuestra sociedad está que “la tecnología es lo que nos hace humanos”, que “no se puede luchar contra el progreso”, que “las tecnologías son neutrales” y que “la tecnología nos puede sacar de la crisis civilizatoria en la que estamos”. Cuanto más incuestionable es un aspecto en una sociedad, más necesario es trabajarlo, pues muestra los puntos ciegos colectivos. Unos puntos ciegos que, en la vigente situación de emergencia civilizatoria, pueden acarrear consecuencias fatales.
Hemos depositado como sociedad casi todos los huevos para alcanzar o sostener una vida digna en la cesta tecnológica, en el ya inventaremos justo lo que necesitamos, justo en el momento en que haga falta y además contaremos con los recursos necesarios (monetarios, energéticos, materiales, etc.) para que se expanda por todo el globo rápidamente. Es decir, la tecnología la concebimos casi como omnipotente. De este modo, la tecnología podrá enfrentar el calentamiento global, el decrecimiento en la disponibilidad de los combustibles fósiles o… lo que haga falta. Enunciado así, el pensamiento no solo parece simplón, sino poco científico, más propio de un pensamiento mágico. Obviamente, nadie lo argumenta como lo acabo de señalar porque, en realidad, no existe debate, solo algunos clichés repetidos de manera mecánica. La tecnología está fuera del escrutinio social porque entra en el campo de la fe y de lo asumido como incuestionable.