Mientras aquí se competía por escribir el mejor y más sonoro epitafio del periodismo, u obituario, que no todo era tan honroso, Alberto Arce hacía periodismo. En Misrata. En Libia. Un recién despedido -y ni siquiera, casi un recién engañado a quien no dejaron ni comenzar a trabajar- evitaba los morteros mientras documentaba de la mano de Ricardo García Vilanova el cerco de la tercera ciudad libia. “Quien lanza miles de estos pepinos contra una ciudad sitiada suele ser, como mínimo, bastante bestia”, escribió en una ocasión.
Con A.A. charlé hace casi un año, en febrero, después de que estampase aquella experiencia en un libro publicado por Libros del KO, Misrata Calling. Entonces me preguntó: “¿Puedo darte un consejo?”. Dale. “Emigra”. Él lo hizo. Primero en Guatemala, en Plaza Pública. Periodismo de profundidad, dice el lema. Luego, allí sigue, en Honduras, corresponsal de AP en Tegucigalpa.
Hoy está en Londres. No se ha mudado, ha ido a recibir un premio: el Rory Peck Award for Features, por el documental que rodó en Misrata con R.G.V., Misrata, vencer o morir. Le pillo, por teléfono, en la sede de The Rory Peck Trust, en Great Titchfield Street, Londres. “Aquí estamos, felices de la vida. Muy contentos. Después de estar allí, en Libia. Después de tanto publica lo que quieras, pero no pagamos. En Londres. El documental más importante del año, ¡compitiendo con un programa de Al Jazeera! En Madrid nadie pensó que el cerco tuviera interés. En Londres sí”.
Hablamos de periodismo. Qué sucede en España. Qué nos pasa. “En España se agudiza un problema global. Yo he decidido cambiar mi actitud. Llega un momento en que la tendencia de los periodistas españoles es la plañidera, y me incluyo. Pero ya está bien. Ya basta. Dejemos de llorar. ¿No podemos trabajar en nuestro país? Bueno, podemos hacerlo fuera. El que quiera seguir trabajando que se vaya. El espectáculo es ya lamentable. No entiendo por qué la situación del periodista parece distinta a la del taxista o el dueño del bar. ¿Y el CSIC? Los periodistas saben que tienen más visibilidad porque tienen mejor acceso a los medios. Pero ya vale. Somos el hazmerreír”.
¿No es una lástima? “Es una pena, sí, pero es lo que es. Si me dices que quieres quedarte para dar la batalla, perfecto, te apoyo. ¿Quieres luchar? Sal a la calle, participa en el 15M. Pero si quieres trabajar tienes que irte”. Las cosas pueden cambiar. “No sé. Yo creo que no va a volver a pasar. Pasó la época, la oportunidad. No quedan medios en España que quieran apostar. O que puedan. Los que quieren, no pueden. Los que pueden, no quieren. Es muy difícil salir de esta ecuación. El hecho de que Ramón Lobo esté en el paro demuestra que los directores de periódicos estarían mejor trasquilando ovejas. Yo, si despido a alguien como él, no salgo a la calle por vergüenza”.
Recordamos La Voz de la Calle. El despido. “Me salvó la vida. Doy las gracias a que no saliera bien. Uno nunca sabe lo que va a pasar. Cuando se cierra un camino, se abren diez. ¿Quién me iba a decir a mí que después de tanto tiempo sin trabajar en España iba a cumplir el sueño en Honduras y Guatemala? El problema es España”.
Enhorabuena. Disfruta. Y celébralo en la noche londinense.
Mientras aquí se competía por escribir el mejor y más sonoro epitafio del periodismo, u obituario, que no todo era tan honroso, Alberto Arce hacía periodismo. En Misrata. En Libia. Un recién despedido -y ni siquiera, casi un recién engañado a quien no dejaron ni comenzar a trabajar- evitaba los morteros mientras documentaba de la mano de Ricardo García Vilanova el cerco de la tercera ciudad libia. “Quien lanza miles de estos pepinos contra una ciudad sitiada suele ser, como mínimo, bastante bestia”, escribió en una ocasión.
Con A.A. charlé hace casi un año, en febrero, después de que estampase aquella experiencia en un libro publicado por Libros del KO, Misrata Calling. Entonces me preguntó: “¿Puedo darte un consejo?”. Dale. “Emigra”. Él lo hizo. Primero en Guatemala, en Plaza Pública. Periodismo de profundidad, dice el lema. Luego, allí sigue, en Honduras, corresponsal de AP en Tegucigalpa.