Empecé mi primer blog allá por el año 2004, y digo allá para ver si así suena más lejano. Entonces, que también evoca un tiempo muy pasado, acababa de transcribir a ordenador dos libros de Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street y Agujero llamado Nevermore) y se me instaló la puede que estúpida idea de imitar su estilo. En el primero de los libros, Panero escribe, para mí, uno de sus mejores textos: Unas palabras para Peter Pan. “Usted lleva razón, señor Darling, Peter Pan no existe, pero sí Wendy, Jane, Margaret y los Niños Extraviados. No hay nada detrás del espejo, tranquilícese, señor Darling, todo estaba previsto, todos ellos acudirán puntualmente a las cinco, nadie faltará a la mesa. Campanilla necesita a Wendy, las Sirenas a Jane, los Piratas a Margaret. Peter Pan no existe”. Apenas lo mantuve un año y de aquellos textos nada queda, ni siquiera la caché. No se puede ser quien no se es. “Me digo que soy Pessoa”, escribió en otra ocasión Panero.
Después de ese primer intento, llegaron un sinfín de tardes de vida contemplativa en la facultad de Periodismo en Compostela con la compañía de J.C. y D.B. Los tres iniciamos una carrera de divagaciones, exordios y palabras invertebradas que luego transformamos en singulares programas de radio. Recuperé entonces el gusanillo bloguero. Probé con una segunda versión de aquel intento fallido y entre medias, quién sabe por qué, abrí otro blog en el que contaba las desventuras de un personaje al que llamé Jimmy Macarrón. Recuerdo uno de los capítulos. Se titulaba “De cuando Jimmy Macarrón se olvidó de su cumpleaños”. El cuerpo del texto seguía: “Y se acordó poco después”. Fin. Qué tontería.
Lo del periodismo llegó con la carrera terminada. Entendí que había llegado el momento de ponerse un poco serio, que tampoco. Al principio el nuevo blog, En contraportada, que aún mantengo, era una suerte de cajón desastre, o de sastre, que llenaba con todo aquello que me llamaba un poco la atención. Hoy, sin embargo, se ha convertido en una especie de diario en el que a veces pienso que solo me falta desnudarme y publicarlo. En 2010 comencé una beca en Público.es. Allí dejaron que me abriese un blog que satisfizo por completo este absurdo que es el ego del periodista. Malo será, se llamaba, que es una expresión muy gallega que bien vale para calmar los ánimos al buscar aparcamiento, hacer un examen o directamente luchar contra la muerte. Qué cosas. Esa manía de opinar de todo.
Y ahora esto. Un amigo, E.S., cuando le pregunté qué hacer, si abrirlo o no, respondió: “Hazlo o te mato”. Ante tal amenaza, le pedí consejo y me soltó una lista de “lugares comunes” que todos juntos daban la impresión de una, escribió, “impostergable admonición severa”. Entre otras cosas, me recomendó probar “otras fórmulas, otros enfoques: un artilugio con pequeñas crónicas, perfiles, postales de redacción, reflexiones sobre tu oficio de reportero (pero no pajas metafísicas, sino análisis de casos concretos a los que te enfrentes cada día o en una noticia en concreto), ocasionalmente (muy ocasionalmente) una reseña libérrima de alguna lectura que te haya revuelto”. Algo así como una vía de escape en la que desquitarse del periodismo que no te permite escribir lo que querrías.
Ay, el periodismo. En el prólogo de su libro El ruido eterno, el crítico musical de The New Yorker, Alex Ross, cuenta cómo se conocieron los compositores George Gershwin y Alban Berg en 1928. El primero estaba de gira por Europa y acabó en la casa que el segundo tenía en Viena. Para recibir a Gershwin, Berg contrató a un cuarteto de cuerda para que interpretara su Lyrische Suite, en la que, cuenta Ross, “el lirismo vienés se refina tanto hasta convertirse en algo parecido a un peligroso narcótico”. Cuando el cuarteto terminó, Gershwin se sentó al piano y “vaciló”. “La obra de Berg lo había dejado sobrecogido”. Entonces, el vienés “lo miró con severidad y dijo: Sr. Gershwin, la música es la música”. Es algo que no pertenece solo al fútbol, que es así. Pues eso. El periodismo, que es el periodismo. Para apocalípticos: una cosa es morir y otra que nos maten. Escribo esto tras cruzarme en la calle con una niña y su madre. “Mami, ¿qué hay de cena?”, preguntó la pequeña. “Pues judías verdes con chistorra, que ha sobrado”. En fin. La vida, que es así, la vida.
Lo de la cabaña en Wisconsin, ¿por qué? Cuando a Justin Vernon le dejó una novia, para mayor desgracia estaba enfermo y tenía problemas con su grupo, este decidió aislarse durante unos meses en una cabaña que la familia tenía en Wisconsin. Allí creó Bon Iver. “No sabía exactamente adónde ir; tenía claro que quería estar solo y en algún lugar donde hiciera frío”, se explicaría más adelante. Pero Justin Vernon es Justin Vernon, y aquí lo que importa es el concepto: la cabaña de Wisconsin.
La ilustración de la cabecera es de César Tezeta. Su blog: Ilustración Chatarra. Su Facebook: César Tezeta.Ilustración ChatarraCésar Tezeta
Empecé mi primer blog allá por el año 2004, y digo allá para ver si así suena más lejano. Entonces, que también evoca un tiempo muy pasado, acababa de transcribir a ordenador dos libros de Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street y Agujero llamado Nevermore) y se me instaló la puede que estúpida idea de imitar su estilo. En el primero de los libros, Panero escribe, para mí, uno de sus mejores textos: Unas palabras para Peter Pan. “Usted lleva razón, señor Darling, Peter Pan no existe, pero sí Wendy, Jane, Margaret y los Niños Extraviados. No hay nada detrás del espejo, tranquilícese, señor Darling, todo estaba previsto, todos ellos acudirán puntualmente a las cinco, nadie faltará a la mesa. Campanilla necesita a Wendy, las Sirenas a Jane, los Piratas a Margaret. Peter Pan no existe”. Apenas lo mantuve un año y de aquellos textos nada queda, ni siquiera la caché. No se puede ser quien no se es. “Me digo que soy Pessoa”, escribió en otra ocasión Panero.
Después de ese primer intento, llegaron un sinfín de tardes de vida contemplativa en la facultad de Periodismo en Compostela con la compañía de J.C. y D.B. Los tres iniciamos una carrera de divagaciones, exordios y palabras invertebradas que luego transformamos en singulares programas de radio. Recuperé entonces el gusanillo bloguero. Probé con una segunda versión de aquel intento fallido y entre medias, quién sabe por qué, abrí otro blog en el que contaba las desventuras de un personaje al que llamé Jimmy Macarrón. Recuerdo uno de los capítulos. Se titulaba “De cuando Jimmy Macarrón se olvidó de su cumpleaños”. El cuerpo del texto seguía: “Y se acordó poco después”. Fin. Qué tontería.