Me llegó la noticia de la muerte de E.M. cuando preparaba, casi finiquitaba, un artículo para el blog. El cometido era el siguiente: hablar de esa frustración tan periodística y tan de todo lo demás que son las preguntas sin respuesta. Partía de la mal llamada entrevista al rey que se emitió el pasado viernes en RTVE y hacía una suerte de comparación, distancia, con las entrevistas de David Frost a Richard Nixon. La historia, en resumen, era un poco así: Nixon y Juan Carlos buscan lavar su imagen; Frost y Hermida se presuponen entrevistadores amables. El primero sorprende, aún al final, por preguntar lo que debía. El segundo... El segundo cumple con la presuposición. Con creces.
A partir de ahí desarrollaba de forma lastimosa todas esas llamadas y correos a mil y una instituciones que jamás respondieron a mis peticiones. Los últimos silencios, los del Ministerio del Interior respecto a Alfon y los de Hacienda y la LFP acerca de las deudas de los clubes de fútbol. Entonces me preguntaba que si acaso me hacen falta unos cafés con quién sabe o si el silencio, en última instancia y en la primera en este caso, es en sí mismo una respuesta.
Llegado a esta conclusión, repasaba algunos ejemplos de entrevistas malogradas por no conseguir entrevistado. Destacaba sobre todo la que en su día publicó un medio gallego muy chulo, Dioivo, visitadlo ya que se hace tarde, al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. Lo mejor es que la entrevista no tenía respuestas. ¿Por qué? Porque Feijóo no quiso sentarse ni un minuto a escuchar las cuestiones que tenían preparadas. No obstante, la gente que está detrás de Dioivo, periodistas como A.R. o F.P.L., decidieron publicar las preguntas. Y lo cierto es que por sí solas informaban. En el caso del rey hubo alguna iniciativa similar. En Zoomnews, por ejemplo, pidieron a varios periodistas que plantearan una pregunta que le harían al monarca. O el caso de Arturo González, que descolló algunos de los asuntos que RTVE prefirió omitir.
Más o menos, menos o más, en esto consistía el artículo. Y así estaba escrito, hasta que R.J.C. anunció que E.M. había muerto. Y en ese instante, al repasar el título, Preguntas sin respuesta, pensé en la entrevista que desde hace unas semanas tenía previsto hacer con C.G. al fotoperiodista. Y en que hay ocasiones en las que las respuestas sobreviven sin pregunta. Y aunque se haya ido, E.M. nos ha dejado un sinfín de respuestas que repasar. Hasta aquí hemos llegado, tituló y cerró sus memorias. Gracias a ellas, y a todas las demás respuestas, podremos seguir llegando. Gracias, maestro.
Me llegó la noticia de la muerte de E.M. cuando preparaba, casi finiquitaba, un artículo para el blog. El cometido era el siguiente: hablar de esa frustración tan periodística y tan de todo lo demás que son las preguntas sin respuesta. Partía de la mal llamada entrevista al rey que se emitió el pasado viernes en RTVE y hacía una suerte de comparación, distancia, con las entrevistas de David Frost a Richard Nixon. La historia, en resumen, era un poco así: Nixon y Juan Carlos buscan lavar su imagen; Frost y Hermida se presuponen entrevistadores amables. El primero sorprende, aún al final, por preguntar lo que debía. El segundo... El segundo cumple con la presuposición. Con creces.
A partir de ahí desarrollaba de forma lastimosa todas esas llamadas y correos a mil y una instituciones que jamás respondieron a mis peticiones. Los últimos silencios, los del Ministerio del Interior respecto a Alfon y los de Hacienda y la LFP acerca de las deudas de los clubes de fútbol. Entonces me preguntaba que si acaso me hacen falta unos cafés con quién sabe o si el silencio, en última instancia y en la primera en este caso, es en sí mismo una respuesta.