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Miedo, esperanza, solidaridad: tres historias de superación durante la cuarentena en el campamento de Aida, en Belén

UNRWA España

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Campamento de refugiados de Aida, en Cisjordania. Una zona bajo ocupación y el territorio con mayor concentración de gases lacrimógenos del mundo. Allí, en cuarentena, vive la familia de Abdulrahman Abu Srour, de Mohammed y de Sajida.  

Ya hace un mes que Belén, la ciudad más cerca al campamento, fue cerrada por ser uno de los principales focos de coronavirus en Cisjordania. Los residentes, incluyendo a miles de refugiados de Palestina, fueron puestos en aislamiento. Sin embargo, el cierre no podría haber llegado en peor momento para los ciudadanos de Belén, una ciudad que depende del turismo para sobrevivir.  

En cuestión de días, miles de personas estaban desempleadas, sin saber cómo iban a obtener su próximo ingreso o cuánto tiempo pasaría antes de que todo volviera a la normalidad. Se notó inmediatamente el impacto. Las escuelas cerradas, las calles silenciadas y toda la fuerza de trabajo de repente en casa. 

En Cisjordania todo se paró siendo uno de los lugares del mundo con menor libertad de movimiento. Hay miedo por no llegar a tiempo al hospital o al centro de salud más cercano debido a las restricciones de movilidad impuestas por la ocupación israelí. Los puestos de control militares israelíes forman parte de la rutina de miles de ciudadanos palestinos, vayan al trabajo, a la escuela o al hospital.  

Atención sanitaria puerta por puerta, casa por casa 

Abdulrahman Abu Srour vive en Aida, tiene 56 años, es diabético y tiene la presión arterial muy alta. Forma parte del grupo de riesgo frente al coronavirus. 

A medida que en Cisjordania todo se iba frenando, Abdulrahman, como otros tantos ciudadanos comenzaron a preocuparse al pensar que no tenían alternativa para ir a la compra o recibir sus medicinas: “estábamos viendo en las noticias que el virus estaba afectando gravemente a las personas con enfermedades crónicas, como yo, por lo que comencé a preocuparme”. 

El virus no conoce barreras ni fronteras, ni colores, ni religiones, y ha pillado a muchas comunidades sin herramientas para luchar contra él. Pero la solidaridad siempre vence. Se reproducen los mensajes en las redes sociales de ánimo en diferentes idiomas y para los más analógicos, los vecinos cuelgan en los portales los mensajes de ayuda a quienes más los necesitan.  

Fue el caso de Abdulrahman. No pensó que un post de Facebook podría darle un poco de tranquilidad. Ibrahim, el oficial de servicios comunitarios en el campamento de Aida, estaba ofreciendo, a través de esta red social, recoger las recetas en los centros de salud de UNRWA en Belén y entregar los medicamentos puerta por puerta, casa por casa.  

“Fue un gran alivio que Ibrahim se esforzara tanto por hacer esto para personas como yo, para que no tengamos que salir a la ciudad y exponernos potencialmente al virus”, dice Abu Srour, que ahora tiene sus medicinas para dos meses, gracias a Ibrahim y a las nuevas medidas que ha decidido tomar UNRWA para evitar que las personas enfermas tengan que salir cada mes a por sus medicamentos. “Han sido de gran ayuda”, añade.  

“Aunque todo el mundo está atrapado en casa, y tratando de mantener la distancia social unos de otros, esta comunidad sigue cuidando de personas como yo, y estoy muy agradecido”, dijo.  

Cuidar, enseñar y trabajar en casa: un reto más para las familias palestinas 

Con el huracán de la incertidumbre, compartimos el miedo, la frustración, el temor y el no saber qué va a pasar después. Adaptamos nuestras rutinas a toda velocidad con los hijos en casa y cambiamos nuestro orden de prioridades en la vida sin haberlo cuestionado antes.  

La cuarentena también está siendo difícil para Mohammed Lutfi, de 39 años y padre de cuatro hijos. Dice que estar atrapado en casa ha sido un duro ajuste para su familia: “cuando tienes cuatro hijos y tu rutina cambia repentinamente, puede ser muy difícil adaptarse, especialmente cuando se trata de estudiar y de dar educación a distancia”, señaló.   

Los dos hijos mayores de Lutfi, Dalia, de 7 años, y Ahmad, de 6, están matriculados en las escuelas de niños y niñas de UNRWA en el campamento de Aida. Los maestros y maestras también están adaptando sus métodos y aprendiendo nuevas herramientas para que ningún niño o niña vea vulnerado su derecho a la educación ni en los momentos más difíciles.  

Mohammed siente tranquilidad mezclada con orgullo: “Si no fuera por sus educadores de UNRWA no sabría cómo gestionarlo. Sus maestros han sido increíbles durante este tiempo, y puedo decir honestamente que son los mejores maestros del mundo”. 

El poder de las redes sociales y de internet ha transformado los nuevos métodos de enseñanza. Los maestros envían las tareas y dan lecciones a través de Youtube y Facebook y están pendientes de las preguntas de cada alumno: “Estamos agradecidos por los esfuerzos de los maestros y maestras y por personas como Ibrahim que realmente se esfuerzan al máximo a pesar de la falta de financiación internacional de UNRWA”.  

Un deseo de Mohammed: “Esperamos que la gente de todo el mundo pueda vernos como un ejemplo y hagan donaciones a UNRWA, para que puedan seguir prestándonos servicios esenciales, que necesitamos para vivir, especialmente en este tiempo”.  

“Nuestra comunidad y nuestros vecinos nunca nos abandonarán” 

La gente del campamento de Aida ha creado un comité de emergencia establecido por el consejo local y ha estado utilizando sus recursos para comprar productos enlatados, verduras frescas, arroz, harina y otros artículos de primera necesidad y crear paquetes de alimentos que los jóvenes voluntarios del campamento distribuyen a las familias necesitadas.    

La música en los balcones extiende la esperanza en todo el mundo. Los jóvenes del campamento de Aida también hacen sonar música por sus altavoces en todo el campamento para levantar el ánimo de la gente, mientras que un grupo de mujeres jóvenes, bien protegidas y con la seguridad adecuada, distribuyen flores a las mujeres de todo el campamento para no olvidar el Día de la Madre (que en Palestina se celebra estos días).  

Sajida Allan vive en el campamento de Aida y para ella este apoyo comunitario es ahora más importante que nunca. “Puede que estemos sin trabajo y sufriendo durante esta pandemia, pero sabemos que nuestra comunidad y nuestros vecinos y vecinas nunca nos abandonarán”, dice Sajida. 

Sajida y su marido nacieron y crecieron en Aida. Ahora están criando a su pequeña hija, Lea de 6 meses en el campamento. Sus vidas se pusieron patas arriba cuando el COVID-19 llegó a Belén y se cerró la ciudad.  

“Mi marido Mustafa es guía turístico, así que, si no hay turistas, no tiene trabajo y no tenemos dinero”, dijo. “Ha sido muy difícil y estresante, porque dejé mi trabajo después de tener a Lea, y Mustafá está a cargo de sus padres, sus hermanos y sus familias”, añade. 

Como muchos de los residentes del campamento que trabajan en la industria del turismo y los servicios, Sajida y su marido esperaban con impaciencia la llegada de la primavera, la temporada alta del turismo en Belén. “Recientemente compramos un coche con todos nuestros ahorros, pensando que podríamos pagarlo con el dinero que Mustafá ganó esta temporada, pero ahora no podremos”, dijo. 

No importa cuán estresada esté, Sajida encuentra consuelo en ver la solidaridad comunitaria que estos días está bañando el campamento de Aida: “Como refugiados de Palestina, hemos vivido muchas dificultades a lo largo de los años, por lo que en cierto modo estamos acostumbrados a vivir con menos y a ayudar a las personas que nos rodea. Creo que este virus ha sacado a la luz la humanidad de la gente en todo el mundo, y especialmente en Aida.” 

Campamento de refugiados de Aida, en Cisjordania. Una zona bajo ocupación y el territorio con mayor concentración de gases lacrimógenos del mundo. Allí, en cuarentena, vive la familia de Abdulrahman Abu Srour, de Mohammed y de Sajida.  

Ya hace un mes que Belén, la ciudad más cerca al campamento, fue cerrada por ser uno de los principales focos de coronavirus en Cisjordania. Los residentes, incluyendo a miles de refugiados de Palestina, fueron puestos en aislamiento. Sin embargo, el cierre no podría haber llegado en peor momento para los ciudadanos de Belén, una ciudad que depende del turismo para sobrevivir.