“Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”. Esta emblemática oración de Santa Teresa de Jesús es el mantra sobre el que se erige la segunda temporada de Cardo, que regresa este domingo a Atresplayer Premium con doble capítulo de estreno. La ficción creada por Ana Rujas y Claudia Costafreda (con Javier Calvo y Javier Ambrossi como productores a través de Suma Content) vuelve con una nueva tanda de episodios (seis en concreto), año y medio después de convertirse en una de las mejores series españolas de 2021. De hecho, ocupó el puesto más alto del ranking de verTele que, cada año, buenamente realizan mis compañeros Laura Pérez y Pedro Zárate.
La serie se encomienda a la santa abulense a través del personaje de María, al que interpreta otra vez de forma brillante una Ana Rujas que parece borrar en cada secuencia los límites entre la realidad y la ficción. La protagonista afronta en los nuevos capítulos su salida de la cárcel (tras los acontecimientos ocurridos durante la primera temporada) y su lucha por reinsertarse de nuevo en una sociedad, y una vida, en la que ya no encaja. Un salto al vacío con la fe (y los ansiolíticos) como únicos paracaídas.
En apenas 120 minutos de metraje, los que conforman la segunda temporada, Rujas y Costafreda logran plasmar de forma certera el momento vital que atraviesa María. Tal y como avanzaron las creadoras en palabras a verTele, Cardo reduce su carácter de retrato generacional para narrar el viaje emocional que emprende la protagonista tras recuperar, en cierta medida, su ansiada libertad. No obstante, y aunque probablemente no se encuentre entre los objetivos de sus directoras, muchos espectadores pueden sentirse identificados con el personaje en esa vuelta a la normalidad tras tres años de condena, tres años de encierro.
En concreto, aquellos espectadores del clasemedianismo, movidos en la treintena, que ven tras el final de la pandemia (con sus confinamientos y restricciones) cómo otros compañeros de generación han dado después de tres años un paso al frente, siguiendo los dogmas y los tiempos que plantea la normatividad. Todo ello, mientras el fuego de la juventud arde en sus corazones, aún anclados en una etapa de lozanía de la que cada vez se sienten inevitablemente más lejos.
En ese limbo se mueve María tras su salida de prisión. Su vida no es la misma que hace tres años. Sus amigas han continuado sus caminos, casándose, teniendo hijos, evolucionando profesional y personalmente, cada una a su manera. Sin embargo, su camino se esfumó y debe empezar de cero, algo nada sencillo para una exconvicta, con el estigma social que ello además supone.
La reinserción, a debate: la soledad del exconvicto
Pasar por la cárcel te marca de por vida, para ti mismo, pero también para los demás. Y es ahí dónde Cardo encuentra uno de los debates más interesantes a abordar, el de la reinserción social. María sale de prisión pero lo hace con la libertad condicional, lo que convierte su centro penitenciario en una especie de caverna de Platón que divide su mundo en dos.
Dentro de él se siente ahora segura, arropada por sus nuevas amistades, la religión, y lo que las creadoras de la serie han llamado "drogas institucionales", los antidepresivos que le administran legalmente en el CIS para calmar su ansiedad y a los que se ha terminado enganchando. Sin duda, una buena fotografía que hacen las cineastas sobre la normalización que existe hoy en día en torno al consumo de estas sustancias.
Fuera del centro, esa vida a la que tarde o temprano debe regresar. Su vuelta se hace de forma progresiva y, a lo largo de los tres primeros capítulos, se desgrana cómo María tiene que luchar contra las miradas ajenas que la juzgan, incluso las de esas personas que creía sus principales apoyos. Y María emprende esa batalla a través de la redención, dejando atrás los excesos que la llevaron al pozo. María busca perdonarse, y que la perdonen, para hallar la paz que le permita rehacer su vida. Pero, en el proceso, se siente juzgada, incomprendida y, sobre todo, sola.
Para ello, lleva a cabo una acción que marca el devenir del arco de transformación de su personaje: quiere ayudar a una amiga de la cárcel (Santa, Nur Olabarria) a resolver un duro conflicto familiar con una hija que no quiere saber nada de ella. La protagonista emprende así la búsqueda de la joven, a la que intentará convencer de que hable con su madre. Una búsqueda para encontrarse a sí misma. Pero un inesperado giro al final del tercer episodio (en la que Rujas y Costafreda plasman toda su autoría con un preciosista blanco y negro), hará que María vuelva a enfrentarse a la parte más oscura de su pasado.
Santa Teresa de Jesús como hilo conductor
Y, en medio de este viaje, María encontrará en Santa Teresa de Jesús a su guía espiritual. El interés religioso de la protagonista se multiplica esta temporada tras descubrir durante su estancia en prisión el legado de la santa española. Las creadoras de Cardo convierten además a Santa Teresa de Ávila en un acertado hilo conductor que ayuda al espectador a entender en cada momento las inquietudes y emociones de María. Para ello, a lo largo de la tanda, Rujas y Costafreda salpican algunas de sus frases y reflexiones a través de cartelas que reflejan el sentir del personaje principal.
No es casualidad la elección de Santa Teresa de Jesús para esta labor. La fundadora de las carmelitas descalzas se convirtió con el tiempo en uno de los personajes más contestarios dentro de la Iglesia Católica. En pleno siglo XVI, se erigió como una mujer proto-feminista que luchó contra la desigualdad que veía en la jerarquía eclesiástica. También combatió algunas de las decisiones más represivas de la Inquisición.
Máximo Herraiz, doctor en Teología y uno de los mayores expertos en la vida de la beata, explicó a Público que “Teresa apostó por la mujer en su condición de dignidad, para ser oída y no sólo oyente”. Un objetivo último que busca en todo momento el personaje de Ana Rujas. Quiere tomar las riendas y dejar de ser espectadora de su propia vida. “Por favor, Santa Teresa, dame fuerza y voluntad”, reza María en la ficción.
La religión impregna el imaginario de Los Javis
Llama la atención como la religión está tan presente en la obra audiovisual de Javier Calvo y Javier Ambrossi. Aunque en este caso solo ejercen de productores ejecutivos, el sello de Los Javis se proyecta de alguna manera también en la serie que firman sus compañeras, lo que hace reflexionar sobre cómo la iconografía eclesiástica y espiritual se ha convertido en un leitmotiv recurrente dentro de los cineastas de su generación.
Cabe recordar otros títulos de los directores en los que la religión es el telón de fondo en el que se desenvuelven sus historias. Es el caso de La Llamada, su ópera prima en la gran pantalla (adaptación del musical homónimo), o de La Mesías, serie que contará la vida de unas hermanas que deciden montar un grupo de música pop cristiana y en el que precisamente la propia Ana Rujas figura como una de sus actrices protagonistas.
Con Cardo, Rujas y Costafreda suman un ejemplo más a ese imaginario en el que la fe envuelve a los protagonistas. Las cineastas se unen así a una corriente en la que muchos creadores y artistas denotan en sus obras cierta fascinación por lo religioso y su impacto en la cultura popular. Una tendencia, como han hecho incluso C Tangana o Rosalía en sus videoclips, a reconvertir y resignificar una serie de símbolos, ya sean icónicos o sonoros (la propia BSO de Cardo suena a marcha procesional), para convertir lo kitsch en modernidad.