No deja de ser curioso que El Cid sea un reflejo de la sociedad española del siglo XI y, al mismo tiempo, un reflejo de lo mejor y lo peor que puede darnos la industria televisiva del siglo XXI. En la parte positiva nos encontramos una superproducción que hubiera sido difícil de sacar adelante sin la inversión de un gigante como Amazon Prime Video. En la negativa, una serie que abusó durante su primera temporada de la confianza y la libertad creativa que, por lo general, se les presupone a las plataformas de streaming. Un riesgo que ahora puede jugar en su contra de cara al seguimiento de la segunda tanda, disponible desde este jueves 15 de julio.
Dicho de otra forma, lo más probable es que una producción como El Cid hubiera ido a por todas desde el primer minuto en un contexto menos favorable para los creadores de ficción. De haber sido esclava de los datos de audiencia, como lo han sido históricamente las ficciones en abierto, es posible que no se hubiera permitido una temporada como la de su debut. Pero como consecuencia de esta época de plataformas y nuevos hábitos de consumo, los creadores de El Cid, José Velasco y Luis Arranz, se permitieron el lujo de apostar por el largo plazo y plantear la primera tanda como un alargado prólogo sobre el pasado adolescente de Rodrigo Díaz de Vivar.
La segunda temporada arrastra problemas de la primera
Aquellos cinco episodios, sin ser ni mucho menos anecdóticos, sí parecieron estar excesivamente planteados como la introducción de algo más grande y no como un ejercicio por tratar de convencer al espectador desde el arranque. Un inicio comedido que tenía todo el sentido posible para sus responsables desde dos vertientes diferentes. Por un lado, como parte de una primera mitad introductoria dentro de un conjunto de 10 capítulos ya garantizados. Y por otro lado, como parte de esa lógica que dice que mejor ir de menos a más que quemar todos los cartuchos desde el principio.
El problema es que, en pos de ahorrar cartuchos, El Cid gastó tan pocos durante sus primeros cinco episodios que la serie arrancó como un escueto aperitivo de lo que podía llegar a ser, pero no de lo que era en ese justo momento. Y esto, ante la ingente cantidad de series que hay actualmente a nuestra disposición, poco menos que era un riesgo notable por parte de la serie. Un riesgo que ahora puede convertirse en lástima, pues aquellos que se bajaran antes de tiempo buscando emociones más fuertes estarán dejando escapar cinco capítulos que, sin llegar a ser deslumbrantes en su conjunto, mejoran notablemente a los anteriores.
La segunda temporada de El Cid, como continuación inmediata que es de la primera, arrastra varios de los problemas de aquella, pero también aclara sus ideas a medida que van avanzando los acontecimientos. En los nuevos capítulos volvemos a encontrarnos con ciertos personajes que no terminan de enganchar -los amigos de Ruy y Jimena-, otros que agradecerían una mejor interpretación y algunas tramas que desentonan sobremanera -la subtrama amorosa del rey García, por ejemplo-, pero a cambio ganamos una tanda más sólida, ambiciosa y, por consiguiente, más agradecida de ver que su predecesora.
'El Cid' vuelve a dar lo mejor de sí misma en las batallas
Hechas las presentaciones de la primera temporada, las dinámicas entre personajes ganan en solidez e interés. La muerte del rey Fernando y la división del reino en tres partes eleva el protagonismo de Sancho (Francisco Ortiz), Alfonso (Jaime Olías) y García (Nicolás Illoro), sus tres hijos, y consolida aún más el de su hija mayor, Urraca (Alicia Sanz), que como ya ocurriera en los primeros capítulos, vuelve a ser el personaje más jugoso cuando tiene la oportunidad de lucirse. Con permiso, claro está, del protagonista de la función. Un Ruy (Jaime Lorente) que aquí deja atrás su versión adolescente para empezar a convertirse en ese “héroe, traidor, leyenda”, como reza el eslogan de la serie, que todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en la figura de Rodrigo Díaz de Vivar.
Un hombre que se ganó gran parte de su fama gracias a su destreza en el campo de batalla. Una virtud que la primera temporada solo introdujo -aunque de manera muy acertada- y que esta segunda muestra con mayor esplendor a través de varias batallas en las que El Cid da lo mejor de sí misma en el apartado visual. El crecimiento de Ruy simboliza, pues, el crecimiento de la propia serie en todos los aspectos, dando como resultado una tanda más madura y más certera que, aun así, no termina de quitarse de encima algunos de los mayores defectos de la primera. Veremos, en cualquier caso, si la mejora experimentada es suficiente para que El Cid siga escribiendo su historia en Amazon Prime Video.
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