La ejecutiva más competente y la madre más atenta. Patricia Picón quiere ser la mejor en todo, pero su nivel de exigencia puede acabar siendo destructivo para ella y quienes la rodean. Interpretada con enorme destreza por Miren Ibarguren, Patricia es la protagonista de Supernormal, la comedia que Movistar+ grabó antes de la pandemia y que se estrena ahora, este viernes 9 de julio, cuando el país intenta recuperar su propia normalidad.
Al margen de cualquier otra consideración, la serie tiene un grandísimo punto a su favor: una temporada formada por sólo seis capítulos de sólo 25 minutos de duración. Es gracias a ello que resulta entretenida esta ficción dirigida por el cineasta Emilio Martínez Lázaro (Ocho apellidos vascos), que vuelve a grabar para televisión casi tres décadas después. La brevedad es, por lo tanto, un aliado fundamental para una comedia que tiene más mensaje que gracia.
Quizá se deba esto a que Supernormal es una “comedia suave”, tal y como la definió Martínez Lázaro en una entrevista con verTele. O quizá sea porque recurre a situaciones bastante conocidas por el público. No es la originalidad su principal fortaleza pero, dejando a un lado los clichés que unas veces resultan simpáticos y otras se hacen pesados, la serie se escuda en el fuerte carisma de su protagonista, una mujer de treinta y pocos años que necesitaría 48 horas al día para encargarse de todo.
Patricia es ejecutiva de banca y aspira a coronar la cumbre de la empresa. Está acostumbrada a poner palos en las ruedas de los rivales, a limpiarse las heridas de guerra y a negociar con los más trapicheros para sacarles hasta el último céntimo. Pero aunque su trabajo se lo ponga complicado, es capaz de todo cuando sus hijos la necesitan.
Su marido Alfonso (Diego Martín) es cirujano y tampoco anda sobrado de tiempo, así que Patricia se apoya en su secretaria Marisol (Gracia Olayo) y en su asistenta de hogar Imelda (Usun Yoon) para tenerlo todo bajo control y a su gusto. Es el típico matrimonio ambicioso al que le sobra el dinero pero le falta tiempo para desconectar, implicarse en la educación de sus hijos y dedicarles la atención que necesitan y merecen.
Ibarguren borda a Patricia. Hace creíbles sus salidas de tono, su ironía y su agresividad con los tiburones de las finanzas que se la intentan comer como si fuera un pececillo de piscifactoría que no está acostumbrado a nadar en las profundidades del océano. La actriz de Aída, La que se avecina y Arde Madrid despliega en Supernormal todo su mal genio. Pero también su dulzura, que la tiene, y sus valores éticos. Porque aunque esté dispuesta casi a todo para ser la número uno, hay líneas rojas que Patricia no quiere traspasar. El rechazo que puede producir una persona como ella, aparentemente sin escrúpulos y especialista en malas artes, se aminora con el lado tierno y los principios de los que hace gala puntualmente.
Supernormal deja así espacio para ciertos mensajes que invitan a la reflexión. Las creadoras de la serie, Olatz Arroyo y Marta Sánchez (guionistas de Allí abajo), han optado por hacer constantes referencias a la sociedad machista que se resiste a desaparecer en favor de la igualdad. Patricia carga sobre sus espaldas demasiadas responsabilidades dentro y fuera de la oficina. Tiene que hacer malabares para que el trabajo no se coma a la familia, y para que los ejecutivos no se la coman a ella. Es ahí donde nace la comedia, en esas piruetas que dan lugar a situaciones rocambolescas que en ocasiones acuden con demasiada facilidad al tópico.
Bajo la producción de Secuoya Studios, la nueva serie de Movistar+ se presenta como un falso documental en el que sus protagonistas hablan directamente a cámara. Además, exhibe personajes secundarios interpretados por destacados rostros de la ficción nacional, como Joaquín Reyes, María Esteve, Bárbara Goenaga, Martina Klein, Marta Fernández Muro, Llum Barrera, Guillermo Ortega, Lucía Delgado, Peter Vives y Dafne Fernández.
Tiene material para ser una buena comedia pero se queda a medio gas. Ni la hipérbole provoca carcajadas, ni el mensaje que subyace adquiere suficiente entidad como para servir de contrapeso. Efectivamente, es una comedia suave, una comedia demasiado normal que se lo fía todo al magnetismo de Ibarguren. No es una gran historia, pero sus capítulos de 25 minutos la convierten en un producto útil para quienes pretendan una rápida desconexión.
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