“La cuna es nuestro campo de batalla, tienes que aprender a aceptarlo”. Estas son las palabras con las que la reina Aemma Arryn advierte a su hija Rhaenyra (Milly Alcock, a la que hemos entrevistado) de que, por mucho que le guste montar sobre su dragón y 'huir' de la vida palaciega, su deber y razón de ser serán casarse con con un hombre, servirle y proveerle de descendencia. La recomendación no parece convencer a la joven, que reacciona tensa, con una mezcla entre resignación e inquina contenida.
Así presenta La casa del dragón, el primer spin off de Juego de tronos, a una de sus grandes protagonistas. La ficción, situada 200 años antes del título original, se estrena en HBO Max este domingo 21 de agosto (lunes 22 en España) con el desafío de cumplir las altas expectativas que llevan generándose desde su anuncio hace más de dos años. Y lo ha conseguido.
La precuela conjuga con destreza los elementos que hicieron tan grande al título original, pero sin basarse ni depender de él. Conserva su espíritu y apela a la nostalgia, pero en su justa medida. Funciona como un ente propio que logra saber a nuevo y resultar a la vez familiar.
Una dignísima heredera al trono que respeta y enaltece el universo creado por George R.R. Martin; y que se ha tomado muy en serio abrir una nueva puerta con la que explorar Poniente a través de los ojos, batallas, rencillas y amoríos de un nuevo plantel de carismáticos personajes.
Una de sus principales ventajas para desmarcarse de Juego de tronos es precisamente su punto de partida. Los Targaryen viven su época de mayor esplendor bajo el mandato del rey Viserys (Paddy Considine). Un hombre pacífico y conciliador que vive muy cómodo. No sale demasiado a la calle ni tiene especial interés en ponerse la armadura y liderar algún tipo de batalla. Todo lo contrario que su hermano, Daemon (Matt Smith), que no disimula ni un ápice su ambición, es caótico y está al mando de la Guardia Real.
¿Puede ocupar el Trono de Hierro una mujer?
Pero en La casa del dragón las más importantes son ellas: la citada Rhaenyra y su mejor amiga Alicent Hoghtower (Emily Carey/Olivia Cooke), la hija de la Mano del Rey. Dos mujeres con personalidades muy marcadas y diferentes, en las que se sustenta el desarrollo de la historia. Todo depende de ellas pese a que, desde el día en el que nacieron y se descubrió su sexo, sus decisiones -como dicta el patriarcado- empezaron a ser tomadas por los hombres de su familia, la corte y sus posteriores amantes.
El contexto que les rodea es el más aciago para confiar en que las cosas puedan cambiar, ya que apenas unos años antes se le negó el trono a la que debería haber sido reina, Rhaenys Targaryen, por el hecho de ser mujer.
Esta es la cuestión de fondo que vertebra la precuela y que aporta una dimensión en la que, por supuesto, no faltan conflictos, ya sea en forma de discusiones, batallas, sangre, amenazas y venganzas. La naturaleza es caprichosa y si tener un hijo se torna en misión imposible, encontrar la solución va a tener una serie de consecuencias que sólo beneficiarán a unos pocos -o pocas-.
Todo ello dentro de un grupo de personas a las que no conocemos y con las que, al arrancar la serie, el público no tiene ningún tipo de vínculo. Si el spin-off hubiera sido una continuación, habrían surgido las comparaciones, el temor a estropear el devenir de sus personajes o cambiarles de tal forma que pudieran traicionarles. Esto no quiere decir que los reboots estén abocados al fracaso, ni mucho menos; pero sí que intrínsecamente están sometidos a un juicio doble.
Aquí, sin embargo - y sabiendo que no importa cuál fuera tu casa favorita porque la contienda se libra solamente entre Targaryen-; son figuras de las que no sabíamos absolutamente nada. No existe posibilidad de decepción en este sentido. Al contrario, se aprovecha la oportunidad para añadir nuevos nombres con potencial para generar la empatía, el estima, el enfado, la admiración y la aversión que “viejos conocidos” como Jamie, Daenerys, John Snow, Tyrion, Cersei o Sansa. Pero con sangre muy fresca corriendo por sus venas.
Épica, crudeza y gran factura
Como ya analizamos, La casa del dragón llega con el reto de recuperar las series como fenómeno colectivo. Una meta a priori complicada, pero no inalcanzable. De hecho, la ilusión por volver a revivir lo que supuso Juego de tronos, en la que sus episodios se terminaron convirtiendo en eventos, juega muy a su favor. Y también su imponente factura. HBO Max ha apostado fuerte por la precuela y se nota en el resultado.
La forma en la que abraza la épica es igualmente clave. Volver a escuchar la banda sonora -empastada ahora con nuevas armonías-, escuchar 'Dracarys', sentirse obligado a implicarse en la nueva lucha por el Trono de hierro y la manera en la que la intensidad ha sido captada desde la puesta en escena y la dirección de fotografía es un deleite.
Tampoco han escatimado en crudeza, que fue una de las señas de identidad de la serie original. Las escenas de batallas, competiciones y redadas han sido rodadas para volver a inquietar y sobrecoger. Hay menos sexo y menos violencia sexual, pero ni se echa de menos ni de más.
La casa del dragón ha llegado para quedarse. Su osadía, empuje y búsqueda de trascendencia quedan patentes desde su firme arranque. George R.R. Martin dejó 'hechos los deberes' con su novela Fuego y sangre en la que se basa esta precuela; pero sus showrunner, Ryan Condal y Miguel Sapochnik, han sabido cómo hacer arder en llamas un título llamado a abrir las puertas a más spin-offs sobre el universo creado por el autor.
Por el momento, el legado está en muy buenas manos y no era, para nada, una gesta fácil. El corazón de Juego de tronos sigue latiendo con fuerza y esta es la serie que necesitábamos para volver a experimentarlo.