Crítica

'La Ruta', un emocionante viaje a los orígenes del bakalao que destila personalidad

Párkings, drogas y bakalao. Así se vendió a nivel mediático y así ha llegado a nuestros días el recuerdo de La Ruta Destroy, el movimiento musical y cultural que agitó Valencia en los 80 y principios de los 90, y que inspira la nueva serie La Ruta de Atresplayer Premium. Una ficción sobre la experiencia vital de cinco amigos que redescubre una parte de nuestra historia a golpe de emoción, y que desde su primera secuencia promete ser un viaje inolvidable también para el espectador.

Creado por Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui, y producido por Caballo Films, este nuevo estreno de la factoría Series Atresmedia llega este domingo 13 de noviembre a la plataforma de pago del grupo con dos episodios que destilan personalidad, y que ponen sobre la mesa las primeras piezas de un puzle que se completará a lo largo de ocho entregas.

La Ruta se aproxima a los años más importantes de las vidas de Marc (Àlex Monner), Toni (Claudia Salas), Sento (Ricardo Gómez), Nuria (Elisabet Casanovas) y Lucas (Guillem Barbosa), cinco jóvenes de Sueca, desde el día que entraron por primera vez en Barraca con 18 años, en 1981, hasta su despedida en 1993 con un movimiento masificado y en una etapa vital distinta, ya rozando la treintena.

Doce años de movida valenciana que los creadores de La Ruta abordan con una mirada honesta, en las antípodas de lo que en su día trascendió, y a través de una estructura narrativa novedosa, de unas interpretaciones sobresalientes y de una banda sonora que transporta a esas noches y días de fiesta, incluso a aquellos que no los vivimos.

Más allá del bakalao

Contaba Ricardo Gómez en una entrevista con verTele y otros medios, realizada en el pasado Festival de San Sebastián, que la serie se acerca a la llamada Ruta del bakalao sin moralismos. No romantiza lo que fue el movimiento, pero tampoco juzga lo que se levantó en ese conjunto de discotecas, y que tanto se señaló desde los medios y la sociedad de entonces.

La intención del equipo no es otra que representar lo que se vivió en la época, enfocando esa imagen distorsionada por los años de decadencia de la ruta, y aproximándose a ella con la perspectiva que da el paso del tiempo. Y lo consigue poniendo el foco en las personalidades de sus protagonistas, que dan alma a la serie y que elevan su contexto.

Una de las muchas virtudes de la ficción audiovisual es que permite saldar deudas y acercarse con humanidad a eventos, acontecimientos o momentos denostados o llevados a los márgenes. Es lo que ocurre en este caso con un movimiento estigmatizado que ha estado a la sombra de La movida madrileña, y que fue mucho más que grupos de jóvenes drogándose en párkings de discotecas mientras de fondo un DJ pinchaba bakalao.

Sí, en La Ruta hubo y hay mucho de eso, esencialmente en una etapa final que es precisamente con la que la serie decide empezar a redescubrir la historia. Lo interesante llega con el paso de los capítulos, que permiten viajar hacia atrás en el tiempo para bucear en esos años más desconocidos de la escena valenciana, y que fueron el origen de un movimiento cultural y musical que se extendió por Europa. Porque existe más que el ¡Hu ha! de Chimo Bayo, al que por cierto se menciona en la trama con cierto 'retintín'.

Una estructura narrativa novedosa

Si nos fijamos en la nueva serie de Atresplayer Premium únicamente como producto audiovisual, uno de sus atractivos es su formato cerrado. Porque aunque ya se ha anunciado que habrá una continuación centrada en el movimiento que tuvo lugar en Ibiza, la historia de los cinco amigos en La ruta del bakalao empieza y termina en esta primera temporada. Lo que sus artífices querían contar de este movimiento está en estos ocho episodios, aunque alguno de los protagonistas pueda extender su presencia a esa confirmada secuela.

Este planteamiento de La Ruta como una serie con principio y final definidos ha permitido a sus creadores apostar por el que es el gran punto diferencial de esta ficción: su estructura. Como ya hemos comentado, la historia se cuenta desde el final al principio, comenzando en 1993 y acabando en 1981, el punto de partida del viaje de Marc Ribó y compañía.

De este modo, en el primer episodio vemos cómo termina todo para los amigos en un momento en el que el movimiento ya ha explotado a todos los niveles, y se presentan una serie de cebos que se van descubriendo a lo largo de los episodios... pero en sentido inverso al natural. Conocemos ciertas pinceladas de sus personalidades y sabemos en qué punto están los personajes, pero cómo han llegado hasta ahí y de qué manera han ido construyéndose como personas es lo que se va desgranando durante la serie mientras se ahonda en los orígenes de La ruta como fenómeno musical y cultural.

La estructura narrativa de La Ruta es tan atractiva como novedosa en el panorama patrio actual, donde en líneas generales se apuesta por fórmulas más clásicas. Un atrevimiento que funciona, al menos en los primeros tres episodios a los que hemos tenido acceso para elaborar esta crítica, y que tiene por delante el reto de terminar formando un pack satisfactorio para un espectador que ya conoce el final del camino.

Un reparto de matrícula que da credibilidad a la historia

Así las cosas, la serie se desmarca como un potente coming-of-age en el que contexto supone un plus importante, pero en el que los personajes son los que convierten a La Ruta en uno de los títulos más interesantes y redondos de la marca Series Atresmedia, en la senda de las aclamadas Veneno y Cardo.

Àlex Monner y Claudia Salas, en los papeles de Marc y Toni, sobresalen en un reparto principal de matrícula de honor que da credibilidad a todo lo que ocurre entre fiestas y discotecas. El primero clava a un personaje hecho a su medida y la segunda emociona en un rol que en lo superficial puede tener aspectos en común con La Rebe que le catapultó a la fama en Élite, pero cuyas capas le permiten brillar especialmente en un capítulo 2 del que es protagonista absoluta.

Al reto de Salas se añade además el extra de defenderse en secuencias en valenciano, desafío que aprueba con nota y que en ningún caso se muestran forzadas. En ese sentido, la representación de la cultura y carácter valenciano también impregna a otros personajes como Sento, al que encarna Ricardo Gómez, sin limitarse a la superficialidad del cliché.

La Ruta amplía así los márgenes de una ficción nacional que cada vez tiende más a la descentralización de sus historias, buscando fuera de Madrid otras cosas que contar y haciendo de un relato local un producto de atractivo universal. En este caso, además, acompaña todo el retrato de una época lo suficientemente cercana para que las generaciones que la vivieron puedan reconocerse en ella, y las que no estaban presentes entiendan de dónde venimos.

Los escenarios naturales de Valencia y la ambientación también ayudan a que la serie destile autenticidad. Conviene destacar el trabajo de los departamentos de arte, maquillaje, peluquería y vestuario dentro de esta maquinaria en la que todo funciona, así como la banda sonora como conductor inevitable de la historia. Y es que más allá de la electrónica, cuya evolución se refleja en el paso de los capítulos, La Ruta elabora todo un mapa sonoro de más de una década de movimiento musical.

Al igual que las series arriba mencionadas, y que otra producción de Caballo Films como Antidisturbios, este tercer reto en la ficción televisiva de la productora de Rodrigo Sorogoyen también hace de la personalidad su gran valor. Algo difícil de conseguir en un producto audiovisual, y que es diferencial en un contexto en el que las plataformas bombardean con estrenos con mucho cartel pero escaso recorrido. La Ruta, en este caso, tiene mimbres para recorrer un viaje de kilómetros.

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