Crítica

'Memento Mori': un thriller competente que abandera el entretenimiento sin espacio para la reflexión

Hay series que llegan antes de tiempo y otras que llegan con años de retraso, pero Memento Mori no es ni una cosa ni la otra. No, al menos, desde un punto de vista industrial, ya que la nueva producción original de Amazon Prime Video es un fiel reflejo de nuestro presente audiovisual. El nuevo thriller de Zebra Producciones (Grupo iZen), disponible en la plataforma desde este viernes 27 de octubre, se enmarca en una época dichosa para el género en nuestro país, con las librerías y las salas de cine llenas de historias sobre secuestros, desapariciones y asesinatos múltiples, a cada cual más rocambolesca.

En lo que respecta al terreno audiovisual, muchas de esas historias cuentan como nexo común con José Coronado, que de un tiempo a esta parte se ha convertido en el rostro más recurrente del suspense patrio contemporáneo. De hecho, entre sus últimos trabajos figura La chica de nieve (Netflix), el primero de los cuatro thrillers nacionales que este año han saltado de la novela a la pequeña pantalla. Después le llegó el turno a La chica invisible (Disney+), y ahora tenemos los capítulos semanales de La red púrpura (secuela de La novia gitana en Atresplayer) conviviendo con la recién llegada Memento Mori, la serie que aquí nos ocupa.

Su primera temporada, formada por seis episodios de 45 minutos, adapta la primera parte de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, escrita por César Pérez Gellida y publicada por la editorial SUMA (Grupo Penguim Random House), la misma que publicó La chica de nieve en 2020. El sello define su catálogo como un conjunto de libros “que una vez se empiezan a leer, no se pueden soltar de las manos”, siendo su objetivo “entretener, conmover y hacer pensar”, así como “satisfacer la demanda existente de una buena literatura de entretenimiento”. Por tanto, para que sus adaptaciones sean fieles en espíritu, es indispensable que sean entretenidas y que enganchen al público. Es decir, que tengan una vocación comercial.

La chica de nieve ha sido un éxito dentro de su plataforma, por lo que cabe asociarla con esa etiqueta, a menudo tan denostada. Memento Mori pretende serlo en la suya, y para ello hace gala de una apreciable fluidez. Es una serie que se ve con gusto la mayor parte de su metraje y que, por tanto, cumple con la condición que se le presuponía de inicio. Al fin y al cabo, si Memento Mori, la novela, estaba adherida a una apuesta por el entretenimiento literario, Memento Mori, la serie, debía estarlo dentro del televisivo. Y lo hace, aunque por el camino cae en lugares comunes que denotan cierta falta de originalidad.

Una serie fascinada con su asesino

La nueva ficción de Prime Video, escrita por Germán Aparicio, Abraham Sastre y Luis Arranz, no es mucho más que el clásico juego del gato y el ratón, aquí representado por un inspector de policía (Ramiro Sancho, interpretado por Francisco Ortiz) y el sofisticado asesino al que quiere dar caza (Augusto Ledesma, encarnado por Yon González), que acostumbra a dejar un poema junto al cadáver de sus víctimas.

El primero es un tipo aparentemente normal, que está a un solo caso de dejar Valladolid para instalarse en Madrid con su madre, enferma de Alzheimer. El segundo, en cambio, es un trasunto de Patrick Bateman, el protagonista de American Psycho, con el que comparte un estilo de vida aparentemente perfecto -física, económica y materialmente hablando-, y un macabro gusto por la sangre. Memento Mori tarda poco en decirnos que Augusto es el asesino de esta historia, y tampoco se enreda mucho hasta desvelar el manido motivo que explica su conducta. Por tanto, el principal aliciente es saber cómo y cuándo le detendrá Sancho, si es que eso es posible.

Puede saber a poco, pero la serie es consecuente con su elección. Prefiere ser más lúdica que reflexiva, y por tanto, prefiere mostrarte desde el principio a Augusto en acción antes que entrar en sesudos debates sobre los porqués del personaje. De hecho, en la primera escena plantea uno cuando Carapocha, el psicólogo criminalista interpretado por Juan Echanove, defiende que “la violencia no es innata”, sino “una elección” del ser humano. Sin embargo, no termina de explotarlo.

De haber ahondado en esta cuestión, Memento Mori podría haber hecho gala de una mayor complejidad y de un mayor deseo por desmarcarse de los thrillers más convencionales. Pero en su defecto, apuesta por ser un producto más accesible y menos sesudo. No se la puede culpar por ello, dado su origen, como tampoco se la puede culpar por sentir una fascinación hacia Augusto, y no tanto por el resto de personajes. Es la misma fascinación por el asesino de la historia que El silencio (Netflix), otra serie nacional de 2023, llevó hasta su propia trama. Ambas, al fin y al cabo, son hijas de su tiempo. Y en su tiempo, nuestro presente, el interés por los homicidas se ha disparado hasta límites insospechados gracias a los true crime.

Un vehículo para el lucimiento de Yon González

Memento Mori hace gala de este interés, y por eso Augusto es el asesino desde el primer momento. Igual que El silencio necesitaba hacerlo en otro contexto con Sergio Císcar, el personaje de Aron Piper, para contar su propia historia. De esto se beneficia Yon González, claro, que tiene aquí un vehículo para lucirse, dejar atrás su imagen de “chico bueno” y regalarnos una de actuación “de premio”. Aquí no solo mata sin piedad, sino que muestra un lado siniestro cuando actúa al ritmo de Enrique Bunbury en las dos escenas diferenciales de la serie: una en una discoteca con Maldito duende, el clásico de Héroes del silencio; y otra frente a un espejo, donde canta en primer plano Bravo, el dúo que el aragonés tiene con Nacho Vegas.

Con ojos de 2023, y con el baile de Miércoles (Netflix) todavía tan reciente en la memoria, ambas secuencias pueden tildarse de “tiktokeras”, aunque su objetivo -ni el de la serie de Miércoles Addams- hayan sido diseñadas voluntariamente para viralizarse en redes sociales. Sin embargo, es difícil no ver en Memento Mori una serie muy pegada a su presente, tanto en contenido como en forma, ya que también presume de una factura visual competente obra de Marco A. Castillo y Fran Parra, sus directores. Un trabajo a la altura de los niveles de producción patrios que se han alcanzado en estos años de streaming. Sobre todo en sus pasajes más cercanos al terror, tan apropiados por el carácter siniestro de Augusto.

Lugares comunes y un cuestionable final

Se puede decir, en un análisis más simplista, que la nueva ficción de Prime Video encaja en el perfil de serie “entretenida y bien hecha, aunque falta de originalidad”, tan común en las series españolas de los últimos años, si bien resulta más entretenida que la media. Aun así, comparte con muchas de ellas una evidente falta de originalidad. Esta tendencia a caer en lugares comunes es especialmente patente en la relación entre Sancho y Martina (Manuela Vellés), la psicolingüista que analiza los poemas de Augusto. Su trama es la que más choca dentro de la propia serie, ya que es la que cuenta con los clichés más pasados, vistos y desgastados en relatos como éste. Sobre todo en lo que respecta a los personajes femeninos.

Mejor parada sale Violeta (Olivia Baglivi), la joven adicta al peligro que se enamora de Augusto, aunque tanto ella como Carapocha son víctimas de la superficialidad de la serie. Se atisba en ellos y en su relación con Augusto una historia más interesante de la que Memento Mori acaba contando, pero el guion prefiere no desviarse demasiado de su camino y centrarse en el juego entre Sancho y Augusto.

Lo hace con coherencia, aunque el resultado baja enteros por su cuestionable final. El afán de Memento Mori por ocultar su último giro hacer que éste resulte sorprendente, sí, pero al mismo tiempo, carente de sentido con lo que se nos había contado hasta ese momento. Sin embargo, lo peor es que ni siquiera es un final final, pues Memento Mori, como decíamos al inicio, es el principio de una trilogía, lo que significa que su desenlace es, al mismo tiempo, la puerta de entrada a una potencial secuela. También lo era la última escena de La chica de nieve, pero mientras aquella dejó un regusto más cerrado, aquí todo queda demasiado abierto. Para bien o para mal, eso ya es cosa de cada uno.