Netflix grita 'Ni una más' en la serie juvenil de Nicole Wallace y Clara Galle que disecciona las violencias machistas

Adrián Ruiz

“¡Cuidado, ahí dentro se esconde un violador!”. Con esta advertencia arranca sus tramas Ni una más, nueva serie de Netflix que llega este viernes 31 de mayo a la plataforma con Nicole Wallace y Clara Galle entre sus protagonistas. Una potente premisa que coloca al espectador frente a un plan de justicia, cuya motivación se irá descubriendo a lo largo de los ocho episodios que conforman esta ficción basada en la novela homónima de Miguel Sáez Carral.

El guionista es el responsable también de la adaptación televisiva, que ha escrito en compañía de Isa Sánchez y que ha puesto en marcha bajo la producción de José Manuel Lorenzo y DLO Producciones, con un reparto que funciona con solvencia al reunir el talento joven de perfiles más comerciales con otros actores de trayectoria reconocida. Entre ellos, destacan, además de Wallace y Galle, nombres como los de Aïcha Villaverde, Teresa de Mera o Gabriel Guevara (hijo de Marlène Mourreau), en el grupo 'adolescente'; y los de 'veteranos' como Eloy Azorín, Ruth Díaz, Carolina Lapausa o Iván Massagué, entre los adultos.

Juntos componen el elenco de la serie, dando vida a padres, alumnos y profesores de un colegio privado de Madrid en el que se desarrolla mayoritariamente la acción. Dos generaciones diferentes para poner el foco en una problemática común: la de la violencia machista, desde múltiples prismas y a través de diferentes conflictos con los que se examina de algún modo el avance de la sociedad en materia de igualdad. El principal, un posible caso de agresión sexual que llevará al personaje de Alma a dar un paso al frente y colgar una pancarta a las puertas del centro educativo, con el contundente aviso que mencionábamos al comienzo del artículo. Un hecho que lo cambiará todo en su entorno.

La joven de 17 años interpretada por Wallace decide alzar la voz en los primeros minutos de la serie, desatándose en ella, y en nosotros al verla, multitud de preguntas a las que se enfrentan cada día las mujeres que se atreven a denunciar cualquier tipo de agresión sexual. ¿Me creerán? ¿Me tomarán en serio? ¿Qué precio tendré que pagar por ello ante una sociedad que todavía hoy demuestra no estar preparada para tomar acción frente a la revictimización? ¿Quién pierde realmente cuando se decide denunciar a un violador? ¿Estaré respaldada social e institucionalmente en un sistema que sigue fallando en el acompañamiento a las víctimas? Y, sobre todo, ¿merecerá la pena?

El despertar generacional ante las violencias machistas

Probablemente, Ni una más no dé respuestas a muchas de estas cuestiones y, seguramente, ni siquiera lo pretenda. Lo que sí deja claro, y es de agradecer, es que en los últimos años se ha venido produciendo un antes y un después en la lucha contra el machismo. La nueva ola feminista iniciada aproximadamente hace una década, y que se evidenció en la histórica movilización del 8 de marzo de 2018, una huelga general por el Día Internacional de la Mujer que se incluye atinadamente dentro de las tramas de la propia ficción, ha calado especialmente entre las generaciones más jóvenes.

En la serie, sorprende (para bien) ver cómo Alma y sus amigas tienen otro punto de partida, que saben identificar actitudes machistas y opresivas de una forma mucho más inmediata, que hay una serie de comportamientos y acciones que ya no están dispuestas a tolerar. Así, vemos a las protagonistas hablar abiertamente de temas como la cosificación en el mundo de la moda, la toxicidad de algunas relaciones, o las aspiraciones vitales que les impone el heteropatriarcado. Una visión que, tal y como han asegurado Nicole Wallace o Clara Galle -ambas de 22 años- en palabras a verTele, ambas sienten que coincide con la que ellas mismas han experimentado con la gente joven que les rodea en su vida personal. “Hay una cosa de que ya por aquí no se pasa. Y creo que nosotras nos atrevemos un poco más a revolucionar todo más”, comenta la navarra.

Y es la combinación de todos estos factores el principal punto fuerte de la serie: que condensa en un reducido grupo de personajes y de episodios multitud de aspectos, a nivel micro y a nivel macro, relacionados con las violencias machistas: de la influencia de la pornografía en los jóvenes, la sexualización de los cuerpos femeninos desde muy temprana edad y los peligros de la exposición de los mismos en redes sociales, a los abusos de poder de hombres a mujeres a la cuestión sobre el consentimiento sexual. Es decir, las violencias machistas diseccionadas en tramas que pueden servir de ejemplo para los espectadores y cuyo visionado podría abrir debates necesarios ya en colegios e institutos. Porque ahí, en la educación -la escolar y la del hogar-, radica el origen de todo.

La perspectiva de género en los guiones

Abordar todo esto de forma adecuada sin perspectiva de género sería imposible y reconozco que afronté el visionado de la ficción con dudas sobre si sus creadores, siendo los dos hombres, serían capaces de preservarla. La sorpresa llegó al ver que hay un enfoque adecuado en las situaciones que plantea la serie, con algún 'pero', primero en la normalización que se hace, sin debate al respecto y más en este exigente contexto, de la relación amorosa entre un personaje masculino con el de otra chica menor de edad; y después en la falta absoluta de interseccionalidad en los arquetipos de las personas representadas en este nuevo título de Netflix.

La de la de la perspectiva de género es una cuestión que también trasladamos a Miguel Sáez Carral y José Manuel Lorenzo, cuyas firmas rubrican este proyecto como creadores, durante las entrevistas de promoción de Ni una más. El primero de ellos tomaba la palabra para explicar que era algo que había tenido en cuenta desde que se decidió a escribir una novela sobre esta temática. En primer lugar, a través de la observación directa de su hija adolescente y su entorno y, durante la escritura de los guiones, dándole voz a las propias actrices para que dieran su opinión sobre los conflictos que se abordaban, algo que Wallace y Galle también confirmaban agradecidas.

“Tuvimos mucho tiempo para leer los guiones por grupos con ellas. Yo aprendí muchísimo cuando estuvimos haciendo esas lecturas de las cosas que decían. Cogí todo eso que se decía en las lecturas y lo volví a meter en los guiones”, reconoce Sáez Carral. “Creo que con esas aportaciones, ellas me limpiaron los ojos en muchas zonas que yo tenía grises. De repente, una aportación, un matiz, fue como: 'Hostia, es esto. Ahora sí'. Muchas líneas rojas que teníamos ahí, pero sobre todo muchas zonas grises. Porque las líneas rojas ya sabemos dónde están, ¿pero las zonas grises? La visión de Nicole, Clara, Aïcha y Teresa, joder, a mí desde luego me dieron una claridad, una mirada mucho más limpia a la hora de escribir. Y no reescribimos muchas cosas, pero aportamos matices a las secuencias y tramas que hacen que el producto sea muchísimo mejor”, admite con honestidad el guionista.

Todo ello, sumado al trabajo en los guiones de Isa Sánchez, a la que Netflix podría haber concedido altavoz durante esas entrevistas promocionales a fin de dar más autoridad a todo este discurso, han hecho que esa mirada se palpe en el planteamiento de los conflictos a los que se enfrentan los personajes femeninos en el desarrollo de toda la ficción.

La soledad de las agredidas y el caso Daisy Coleman

A nivel formal, Ni una más corre un riesgo debido a su estructura, con múltiples flashbacks y flashforwards que van desentrañando las motivaciones reales de los personajes. El componente de thriller que se le introduce puede hacer tambalear la experiencia que el espectador tenga durante los primeros episodios, exigiéndoles llegar hasta el final, hasta sus últimos dos capítulos, para entender por qué las cosas se han contado como se han contado, por qué los protagonistas han actuado como han actuado. Mientras tanto, esa incomprensión podría agotar a los más impacientes.

Pero es de recibo recalcar que, con la fotografía al completo, Ni una más funciona bien en el género del drama juvenil, al que se le añade además una temática actual y, como decíamos, necesaria en la conversación social. Una ficción que pretende, sobre todo lo mencionado hasta ahora, condenar la soledad a la que se enfrentan las denunciantes de violencia machista. Alma, Greta, Nata y Teresa combaten batallas individuales en las que el sistema les hace no plantearse de inicio otra opción que no sea el silencio, ya sea frente al acoso sexual recibido a través de las nuevas tecnologías, ante a un novio tóxico que pretende alejarte de tus amigas, o ante una agresión sexual reiterada sobre la cual nadie te creería.

“La serie tiene un mensaje y eso sí queremos que llegue. Ese mensaje es que si una mujer tiene que enfrentarse a un hecho como el que se cuenta, no va a estar sola. Porque hay alguien que se va a levantar a su lado, alguien que se va a posicionar a su lado. Es decir, que nunca vas a estar sola cuando tengas que levantar la voz y dar un grito. Lo que nos gustaría que, como poso final, un espectador o espectadora se quedara con eso: si yo mañana me enfrento a esto, yo no voy a estar sola”, explica Miguel Sáez Carral. La sororidad femenina y la empatía como el principio de un camino al que se enfrentan, pese a cualquier avance de la sociedad, cada vez más jóvenes, tal y como refleja un estudio recogido recientemente por El País que asegura que una de cada cuatro chicas de 14 a 17 años ha sido víctima de violencia sexual en España solo en el último año.

La serie decide aprovechar también la oportunidad para reivindicar un conocido caso real, muy similar al que se narra en la ficción: el de Daisy Coleman, una joven estadounidense de 23 años que acabó suicidándose en agosto de 2020 (Ni una más se toma una licencia temporal, pues se desarrolla en el primer semestre del 2018), marcada por el acoso social que sufrió durante mucho tiempo tras denunciar que fue violada en una fiesta cuando tenía solo 14 años. Su testimonio, recogido años antes de su muerte en el documental de 2016 Audrey & Daisy -también disponible en Netflix-, concluye con una necesaria reflexión de la propia Daisy Coleman: “Quiero que la gente defienda a las víctimas de agresiones sexuales. Las palabras de nuestros enemigos no son tan horribles como el silencio de nuestros amigos”. Es decir, escuchar, comprender, acompañar y, sobre todo, alzar la voz para gritar: Ni una más.