“No entiendo muy bien por qué, pero te adora”. Arantxa (María Vázquez) le reconoce con esta franqueza a su expareja Miguel (Raúl Arévalo) lo que su hija piensa de él. Una afirmación que define muy bien al poliédrico y controvertido personaje, que despierta rechazo, contradicción y un progresivo apego a medida que avanza Santo, el nuevo thriller de Netflix de estreno este viernes 16 de septiembre en la plataforma.
Una ficción que ostenta el título de ser la primera coproducción española-brasileña. Una apuesta potente, que ha sido rodada en ambos países y que tiene como premisa buscar al sádico y peligroso narcotraficante que le da nombre, y al que nadie ha visto jamás.
La producción mide muy bien qué muestra y qué no, que conversación permite escuchar y cuáles no; y el peligro que corre su nutrido casting. El intérprete de Antidisturbios encarna al agente Millán, un policía al que presenta mintiendo y hasta involucrado en el asesinato con el que abre su primer episodio. Dos hombres encapuchados montados en moto rodean un coche y asesinan a tiros a su conductor. Su pareja asiste al cruento homicidio desde el asiento del copiloto, al igual que a su hijo pequeño, al que se llevan secuestrado.
Al otro lado del Océano Atlántico, Ernesto Cardona (Bruno Gagliasso) está a punto de infiltrarse en la banda del citado 'Santo'. Una misión muy complicada por el sumo poder que tiene este criminal sin escrúpulos. El temor de saber que podrá tenerlo al lado, pero nunca sabrá quién, es porque nadie conoce su aspecto; infunde un miedo intrínseco en cada plano, donde el peligro está latente en todo momento. Esta circunstancia imprime una dosis de intriga vital a la hora de captar el interés del público potencial de esta eficaz serie de acción. Y de paso, un nivel de terror velado que florece con los giros -que ni escasean ni sobran- que articulan cada entrega.
Infiernos personales, rituales sanguinarios y religión
Si hay algo que caracteriza la serie es que nadie está a salvo de sufrir su propio infierno personal. Empezando por quienes están más relacionados con la especie de secta que lidera su villano. Los súbditos del 'Santo' celebran junto a él un ritual que cuenta con 300 años de edad en el que el líder sacrifica a varias víctimas, les corta la cabeza y se bebe su sangre, buscando ayuda para ganar guerras en el futuro.
Un evento aterrador, inhumano y salvaje que todos los implicados de la investigación intentarán evitar a toda costa. Ahora bien, ¿qué es lo que une a los agentes de Salvador de Bahía (Brasil) y Madrid? La respuesta es fácil: el traslado de Santo a la capital española, así como el de Cardona y Bárbara (Victória Guerra), la supuesta amante al narcotraficante a la que, sin embargo, ha tratado de ahorcar.
Así, en también un compendio de sed de venganza, cada implicado tiene su propio motivo paralelo por el que ejercer su trabajo. A Millán le conocemos implicado con la red de narcotraficantes de Madrid, con la que parece tener alguna especie de acuerdo con el que recabar información, y no tanto por delinquir o sacar tajada. Esto le lleva a actuar por momentos en solitario, pese a las sospechas de su compañera Susana (Greta Fernández), que aun así le apoya -o por lo menos cubre-. Y lo mismo Cardona, que parece estar involucrado de más, hasta arriesgando su propia vida, por el caso.
Acción sobre los tejados de Madrid
Siendo los saltos temporales poco explicados y el abuso de los fundidos a negro dos de los mayores 'peros' de Santo, es un disfrute ver cómo sirve adrenalina en bandeja gracias a sus escenas de acción. En especial, las que implican persecuciones, sobre todo las que protagoniza el personaje encarnado por Arévalo. Es curioso, porque su Millán lo tiene, a priori, todo para que no caiga demasiado bien. Es solitario, un poco desastroso, evita hacerse cargo de su hija y miente. Drena como puede, sale a correr para liberarse pero tan pronto como termina también lleva encima el tabaco para paliar la ansiedad que parece.
No es el mejor atleta ni la persona con más técnica para disparar. Vive por y para su trabajo, sin que necesariamente sea su actividad favorita en el mundo. Cuesta verle sonreír. Está muy bien construido por su cantidad de aristas y lo fundamentado que está su hermetismo.
Tiene además determinadas escenas en las que parece querer emular al Jack Bauer de 24 -a la española, con todo lo que eso implica- no tanto por su incesante búsqueda de justicia, pero sí por no tener reparos en tirarse por balcones, recorrer azoteas y ser un absoluto superviviente. No siempre es importante ni necesario empatizar con los personajes, pero la forma en que aquí imprime humanidad se convierte en un foco de interés vital y de anclaje dentro de la serie.
Además, que sea sobre localizaciones reconocibles de Madrid donde le vemos jugarse la vida añade una cercanía muy agradecida. En tiempos donde impera mostrar una Malasaña idílica con pisos inaccesibles para la amplísima mayoría, mostrar los barrios con sus verdaderos colores, conflictos y rincones es digno de mención. Algo que ya hizo Sorogoyen con sus Antidisturbios y Enrique Urbizu en buena parte de su filmografía.
Santo tiene todos los ingredientes para ganarse el beneplácito de los suscriptores de Netflix, ávidos de hacer maratones de títulos policíacos, intriga y acción. Ir jugando sus cartas capítulo a capítulo y no soltar todos sus ases desde la primera baza es uno de sus puntos fuertes, con los que logra ir a más y se aleja del peligroso riesgo de acabar resultando repetitiva, anodina e irregular.